domingo, 29 de diciembre de 2013

Feliz cumpleaños ANA


UN cuento para:

MAMAITA

 

   Como cada mañana, después de darle el desayuno y alguna que otra pastilla en la cocina, se dirigían al salón. Se arrodillaba junto al sofá donde acababa de acomodar a la criatura.  Una vez sin pijama, desnudita solo con el pañal, le gustaba morderla en la barriga al tiempo que le masajeaba las piernas para que las tuviese relajadas. El escándalo producido entre las voces y las carcajadas era tremendo. Luego, ya aseada, vestida y sujeta al asiento trasero, se volvía a dormir en el trayecto, mientras era vigilado su dulce sueño por el espejo retrovisor hasta llegar al colegio donde pasaba toda la mañana en sus instalaciones adaptadas, rodeada de pequeñuelos de su misma condición, profesores, cuidadores y personal de enfermería.

       Desde que nació, se la llevo a todo sitio donde parecía haber una esperanza de mejora. Cada vez que un nuevo tratamiento, parecía surtir efecto o sus movimientos iban progresando. Su única opción era seguir confiando en los profesionales especializados en neurología, rehabilitación u ortopedia. Al poco tiempo, otro error y otra decepción.

   Luego echaron mano de sanadores o curanderos. Una manera más como otra cualquiera de tirar el dinero, el único clavo ardiendo donde se podían agarrar, pensando que la esperanza dicen que es lo último que se pierde.

   El estado psicológico no mejoraba, se limitaban a aceptar la situación, incrementando su culpabilidad por no haber omitido  las indicaciones médicas y  haber seguido su instinto. ¿Pero quién se arriesga?

    Para mejorar “según los que dicen que saben” su estado físico y corregir luxaciones, llegaron las dichosas intervenciones quirúrgicas.  Ingresos, incomodidades, sufrimientos y penurias para nada.  Pero el pasado no tiene remedio, es pasado y hay que pensar en el futuro intentando disfrutar del presente.

     Por fin, nadie iba a interferir en sus decisiones.  Como siempre se seguiría jugando como no, al adivina, adivinanza. Medicación y  seguimiento personalizado a diario por parte de los que más la conocían, seguro que daría resultados. La prioridad ya no se basaba en la mejora, más bien en la estabilidad y calidad de vida.  Con evitar molestias producidas por las contracturas era suficiente.   (Y regresamos al hoy)

    Como cada mañana, la rutina no es aburrida.  Al ir a despertarla, ella siempre les premia con una sonrisa. Al bajarla por las escaleras, acocha su cabeza sobre el hombro al tiempo que sigue desperezándose y al sentarla en la silla, hace fuerza por despertarse y disfrutar, volviendo la cabeza hacia tras indicando la posición del sofá o eso parece.

    Domingo  y además en vacaciones. Llegando la hora de al medio día, un sonido le hace cambiar su cara. Es el agua al caer llenando la bañera, el lugar donde más feliz se siente, quizás por la libertad que ofrece estar casi flotando en el calentito liquido elemento. Los masajes de la esponja llena de jabón por todo el cuerpo, nunca deberían tener fin.

    En la sobremesa, aunque ella haya comido antes con su flan incluido. uuum... la hora del postre y el café. Pero que golosa, eso sí que le gusta. Pide a gritos desesperadamente que le den más. Las mandíbulas parecen desencajársele de tanto como abre la boca.

     Mira con cara de pícara a su madre, para que le pregunte por las cosas que hace papá y esperando a que ande el matamoscas dando a diestro y siniestro, incluso al pequeño perro que se le sube en las piernas para hacer monerías.

   Un pequeño deseo, cada vez se ve más lejano, está asumido que es algo imposible, ya da igual, solo importa mantener la llama viva que produce esa preciosa sonrisa.

     A última hora de la tarde, antes de acabar ese día de finales de Diciembre. El veintinueve para ser más precisos. Mientras le pone el pijama para ir a dormir. En un momento de silencio entre las voces y las carcajadas, cuando se encuentra de espaldas, cogiendo un pañal limpio del armario, claramente se puede oír una palabra.

    Se vuelve para mirarla con los ojos llenos de lágrimas. Esas que al agacharse para abrazarla le corren por el rostro cayendo sobre su torso desnudo, disimuladas con un radiante gesto de alegría.

    Su grata relajación ha dejado actuar libremente a sus cuerdas vocales al tiempo que su lengua rozaba la parte delantera del paladar y los incisivos superiores o tal vez solo ha sido un sonido gutural involuntario que emergió espontáneamente de su garganta y una mente esperanzada, interpretó aquello tan deseado. Es lo mismo. No ha pronunciado ninguno de esos monosílabos tan esperados que les ayudaría. Un simple sí o no, que les diera la certeza de que estaban haciendo lo correcto. La respuesta tan improvisada como necesaria a miles de preguntas. Tan solo y por una sola vez, el silencio fue sepultado por la palabra más preciosa que podía salir de sus labios. El regalo más hermoso que nadie nunca le podía haber hecho. El corto nombre de su madre:…..ANNA.

 

De Raquelucha

 

Feliz cumple mamaíta.
 

MAMÁ

 

   ¿Te acuerdas cuando te casaste?  Yo sí. 

       Me acuerdo que Raquel y yo juntas las dos, nos asomábamos por tu ombligo, para ver lo que hacíais. Que jovencita, solo tenías veintitrés años.

    Qué risa. Mi padre tan serio, con aquella barba que le sentaba tan mal. Ahora está mucho más guapo, sin barba y sin bigote, a que sí. Bueno eso el día que se afeita.

    Cuando nació Raquel, me quedé sola, toda la tripa para mi sola, hasta que me dio por salir a dar guerra y a alborotar la casa.

   La verdad es que no tenía ni un pelo de tonta y una cara de bicho revoltoso. ¿Te acuerdas? Corría con el tacatá por todos los sitios, hasta meterme debajo de la encimera y chocar con el radiador. Pronto empecé a ser la tía saca de la casa, ja, ja y tú deseando darme todo lo que se podía. A veces te ponías muy seria y me regañabas con aire, pero yo se que lo hacías para educarme. Nunca te cayeron bien las niñas: rezongonas, mimadas, tontas y malcriadas. Trabajito te costó, sacarme persona. Pero lo que peor llevabas, nunca las aguantaste, eran las mentirijillas, aunque fueran pequeñas. Es que te ponías del hígado, así que mejor, la verdad por delante y a asumir las consecuencias directamente, que si no luego era peor.

   Desde que empecé a ir al colegio hasta hoy, siempre hemos estudiado la lección y hemos hecho los deberes juntas. Qué pena que no puedas estar con migo en los exámenes para no ponerme nerviosa, me sé la lección pero no sé qué me pasa, tu sabes que estudio y por eso me animas, aunque saque menos nota de la que debiera.

Eres una mamá muy buena, la mejor que pudiera tener, algo gruñona, sí, pero he de reconocer, que muchas veces te pones pesada con razón. Ya estás cerca de los ¿????.  Pero no los aparentas, cada día más guapa.

Te quiero mucho.

 

De Lucía

Felicidades mamá.

 
 

AMAMANTÍSIMA

 

           Ay, mamucha. Después de leer lo de Raquel y Lucía, qué más te puedo decir yo.

      ¿Que cada día te quiero más? ¿Que eres una mujer extraordinaria? ¿Que mi mayor deseo es pasar el resto de mis días a tu lado? Todo eso ya lo sabes.

   Lo que tal vez no sepas, aunque seguro que sí, es que:

                  Soy quien soy, gracias a ti y las niñas. Que te considero una valiente. Que con tu empeño eres capaz de conseguir hacer lo que te propones y además bien. Que podría sentir envidia, pero la vida ha decidido que estés a mi lado y así convertir ese ruin sentimiento en admiración.

       Siempre tuve la mejor familia, solo faltaba quien cerrase el círculo para comenzar a formar uno nuevo.  Esa fuiste tú.   No sé si me lo merezco, pero desde luego que soy un tipo con suerte, mucha suerte y parte de ella es gracias a ti.

    Amamantísima y adorable esposa:

 

¿Te queremos?.........................

...................Un poquino

¿Si tú no estás?......................

..................¿que nos queda?

 

 

Feliz cumpleaños

 

 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Pajaritas de papel


   Entraron de la mano. Una pareja joven, que después de un escueto, buenas tardes, se dirigió al fondo de la sala.
   Una moneda se oyó caer al cajón metálico casi vacío de una máquina recreativa. La música repetitiva empezó a sonar indicando que estaba en funcionamiento, pero no se oía el golpear del disco contra las bandas laterales. Solo una persona estaba junto a la pared, esperando, la otra se había ido al servicio mientras el tiempo corría, agotando la partida.
   Justo al lado otra pareja que había estado jugando al billar, se ponía las cazadoras y se marchaban, después de terminar su partida.
    Aquella pareja a su rollo, al fondo de la sala y yo al mío, escribiendo en el ordenador, en la entrada, tras el mostrador del kiosco.
  Pasaron unos minutos, la música ratonera dejó de sonar, el tiempo se había acabado y se pusieron en el billar.
   En un momento dado, volví la cabeza para ver como jugaban. he de reconocer que mi primera reacción fue la de apartar la vista. Las dos jovencitas se estaban besando en la boca apoyadas en una columna, cundo volví a mirar seguían jugando, entre tirada y tirada, se miraban, abrazaban y se volvían a besar. Me pareció una secuencia de imágenes bonitas, tiernas, dos personas que indiferentemente de su sexo demostraban su amor.
   Una cosa es saber que es normal y otra aceptarlo con normalidad.    Pese a mi edad y la sorpresa del primer momento, solo veía en ellas a dos adolescentes que tonteaban con sus miradas limpias de prejuicios. Sabían claramente que las estaba observando. Para evitar mi incomodidad en vez de cambiar su aptitud, siguieron con sus carantoñas, dando un aspecto de cotidianidad a su relación.
     Cuando se fueron, el escueto y frio buenas tardes de la entrada  se cambió por un hasta mañana agradable con una mueca en sus labios, a lo que respondí giñando un ojo con un gracias, hasta cuando queráis y una sonrisa de aceptación y complicidad.

martes, 19 de noviembre de 2013

I love you


En aquel barrio obrero, de casas bajas y fachadas de ladrillo, ya no juegan los niños por la calle, los adolescentes y sus gritos ya nunca pedalean en sus bicicletas, las parejas de tortolitos enamorados dejaron de esconder sus besos por los rincones.

Marcharon a un lugar más moderno, todas sus vivencias quedaron esparcidas sobre la hierba de ese abandonado parque, junto a los columpios destartalados cuyas cadenas nunca volvieron a chirriar.

Aquellos que poblaron sus calles en un primer momento, fueron muriendo. Los que sus descendientes habían tenido suerte laboral, estaban en geriátricos y las viviendas vacías,  habían sido espoleadas de recuerdos y enseres. Cada vez que alguno de los herederos volvía a revisar el estado del nido, lo iba despojando ramita a ramita.

Cercamos a aquella estufa de leña, una de las últimas parejas que sobreviven, se distraen oyendo el chisporrotear de unas piñas recién echadas al interior.

Bajo sus cabellos, jardín marchito color ceniza, los recuerdos se van disipando. Su decrépita existencia, se refleja en su rostro arrugado, la vista nublada, el oído opaco y su boca sin dientes.

Sus ilusiones volaron cual mariposas de alas coloreadas. Con la edad llegó la decadencia, dejando escapar de entre sus manos temblorosas toda una vida sacrificada al bienestar de sus hijos, manos que tanto trabajaron bajo las inclemencias del tiempo por un simple trozo de pan untado con tocino que llevarse a la boca.

 sus rodillas y tobillos hinchados, con sus cartílagos y  huesos desgastados de soportar caminatas de ida y vuelta al tajo, dando siempre un rodeo para intentar encontrar alguna hortaliza perdida en aquellos huertos que se encontraban a la vera de los caminos.

  Juntos toda una vida. El candil se va quedando sin aceite y su luz cada día es más tenue. Ninguno tiene la certeza de volver a amanecer mañana. Nada tienen, nada esperan, entre aquellos orejeros de esparto, tan solo queda el amor.

   

 

 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pruebas de la exintencia de DIOS



       Esto ha llegado a mis manos, un día de estos me entretendré leyéndolo. Mientras tanto lo pongo en el blog. Si alguien no tiene nada mejor que hacer. Que le interesa que lo lea.  Si le ha gustado no hace falta que me lo diga.  Simplemente, que haga un resumen y me lo pase.
Está solo escaneado, por lo que tendrás que ampliarlo para evitar la dificultad de su lectura.
 
 
 
 
 
 
 

 

 

 

 



 


 

 

 
 

viernes, 8 de noviembre de 2013

La pequeña de la casa

A mi niña le están creciendo las alas.
No me gusta subir fotos. Pero esta es especial

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Springfield al poder



      Cada noche el profesor se acercaba hasta el campus. Le gustaba pasear con paso lento y las manos cruzadas a la espalda.     El joven guarda jurado encargado de vigilar el recinto en horario nocturno, hacia la ronda siempre a la misma hora. Le gustaba su compañía y las historias que le contaba, por lo que las noches que llovía o hacia frio, lo invitaba a pasar con él, se sentaban un rato en conserjería y entonaban el cuerpo con un té o café calentito.

     .-Pues sí. Ahora la gente estudia más que antes y además estudia más gente.  Hubo muchos estudiantes que sacaban tiempo para trabajar, estudiar y luchar para que el acceso a la universidad llegase a todas las capas sociales.  Me acuerdo de uno que llegaba a clase  siempre corriendo, después de sonar aquel escandaloso timbre.  Llevaba dando patadas desde las seis de la mañana repartiendo periódicos, por la tarde se dedicaba a dar clases particulares para poder pagarse los estudios y aun así sacaba tiempo para estudiar y estar siempre al frente de las movilizaciones para conseguir estos privilegios que desde hace tiempo parecen no tener importancia, ya se ven como algo natural, ya no hay que luchar ¿para qué? ¡Leche! Pues para conservarlos.

      Se levantaba de su silla y se iba de regreso a casa refunfuñando pasillo adelante.

    Otras noches, aprovechando la buena temperatura, después de la ronda se sentaban en uno de de los bancos  de piedra que había a la entrada.

    .-Aquí, donde estamos sentados, esto que ahora son rampas, había una serie de escalones, en ellos y delante de las puertas, estaban apostados los policías de los cascos y las escopetas.  Todos los estudiantes junto a algunos profesores proscritos, llenaban con sus gritos todo esto que se ve, entonces era una gran plaza con el suelo de arena. Tras las puertas cerradas estaba reunido el claustro, se les veía asomarse a la ventana junto a los inspectores y señalar a aquellos que consideraban los cabecillas de la revuelta. Entonces no se usaban pañuelos, ni pasamontañas, ni nada para ocultarse, no había porqué. Lo que se estaba haciendo no era ningún delito, aunque algunos lo considerasen así.   A cara descubierta y la cabeza bien alta, un moratón producido bien por un pelotazo a las porras de las grises, era todo un orgullo, una señal que te identificaba “yo estaba allí” algo de lo que sentirse orgulloso.  Cuando más tranquilo estaba todo, alguien propuso hacer una sentada silenciosa, la consigna iba pasando de persona a persona, en unos minutos todo esto se convirtió en una alfombra de donde no se oía ni un suspiro.   Rompiendo aquel silencio, sonó un silbato, en ese momento empezaron a aparecer policías por todas partes. Con sus porras dando golpes a diestro y siniestro. La gente, en vez de levantarse y echar a correr, se quedó tumbada, protegiendo sus cabezas con el cuerpo de la persona que tenía al lado.  Se recibieron palos por todos los sitios, ese momento lo aprovecharon para sacar arrastras a los que aquellos miserables, antes habían señalado con el dedo y llevarlos en furgones hasta los calabozos. Por la tarde y toda la noche, frente a la puerta de  comisaría, una muchedumbre esperaba la salida de los compañeros.  Cada hora salían los grises a dispersar la concentración, pero a los pocos minutos otra vez estaban allí.  Cada vez, más estudiantes orgullosos mostraban a sus moratones y heridas a sus compañeros. Así hasta las ocho de la mañana que los soltaron después de propinarles una soberana paliza.  A unos cuantos hubo que ayudarles, no podían casi ni siquiera andar por los golpes recibidos, pero aún así, todas las cabezas, algunas incluso llenas de sangre, permanecieron erguidas, ellos dieron los palos, pero aquella batalla la ganó la calle.

      Aquella noche diluviaba, bajo su paraguas negro, llegó hasta la estrada para guarecerse un rato bajo la cornisa semicircular. Protegido de la lluvia tras las puertas, el joven esperaba para abrirle y que entrase.

    .-Un día, el primero de aquel curso, cruzó esta puerta con cara de susto un muchacho de pocos posibles. El hijo de un mecánico, pero no era cualquier mecánico, le arreglaba el coche al gobernador.  El chaval trabajaba a ratos en el taller ayudando a su padre. Así y todo había terminado sus estudios con matrícula de honor. Las uñas con el reborde ensombrecido lo distinguía de todos los demás.     Gracias a la mano del gobernador podría asistir a clase pagando la mitad de la matricula. Siempre había soñado con ser médico, pero estaba fuera de su alcance, por lo que terminaría sus días en aquel taller, cambiando aceite, filtros y limpiando carburadores. Esto podía ser, su gran oportunidad.    Nada más comenzar el segundo tremente, aunque lo tenía estrictamente prohibido, fue a la movilización estudiantil que se había convocado.  Un profesor prepotente y chulo, escoltado por la policía se acercó a una chica, la cogió les brazo tirando de ella hacia fuera y gritó: Zorra, prepárate para suspender de por vida, mientras yo esté  aquí.     Levantó su mano amenazante para pegarle. En ese momento no lo pensó. Se abalanzó sobre él y le lanzó un puñetazo a la cara que lo dejó tumbado en el suelo.    Después de pasar dos días en los calabozos detenido, fue a recogerlo su padre, no lo echaba de casa de milagro, pero si lo expulsaron de la universidad. Trabajaría todo el día en el taller, como siempre había pensado que sucedería.      Los compañeros, todas las tardes le llevaban los apuntes, él los copiaba y estudiaba por las noches.    Nadie lo esperaba, ni su familia, pero en junio se presento a los exámenes por libre. Entre todos, habían hecho un tipo de colecta y lo obtenido, había servido para pagar su matrícula. Ningún profesor le dio más importancia, algunos hasta se rieron de la iniciativa, hasta que al corregir los exámenes, vieron que había sacado sobresaliente en todas las asignaturas. Eso no podía quedar así, había que inventarse algo, algo que los reforzase, algo con lo que contentar  y calmar un poco de momento a la sociedad estudiantil.   El consejo rector decidió que a partir de entonces, todos  aquellos con las calificaciones extremadamente elevadas, no tuviesen que pagar la matrícula del curso siguiente.  Aquel chaval, desde hace años trabaja en ese hospital de enfrente, el doctor Ramos y por lo que dicen, es muy bueno.

      Cada noche tenía una historia distinta que contar. Algunas veces los ojos se le volvían vidriosos al recordar aquellas batallas, aquella lucha que tanto reformó este país.  Al nombrar los nombres de los jóvenes que tristemente quedaron en el camino por uno o varios golpes de los grises y en quien nadie reparó, esos olvidados que no constan en ningún sitio excepto en el recuerdo de sus familiares.

      Aquella noche: Qué extraño, el profesor cabizbajo, con bastón y parecía que cojeaba un poco. El joven salió a su encuentro.

           .- ¿Le pasa algo? ¿Está bien?

     .- ¡Sí! Que estoy de mala hostia

Qué cosa más rara, nunca de su boca había salido una expresión de ese tipo y menos con esas formas.

          .-Tomemos un té y tranquilícese

     Al coger la taza, las manos le temblaban como si estuviese helado hasta los huesos, incluso al sorber, los labios se le movían como si estuviese tiritando.

    .-A ver, ¿en que he fallado?  Mira que me preocupé de enseñarle que la educación gratuita y de calidad, era la mejor inversión para una sociedad.    Que el prestigio de una nación no lo daba la renta de sus políticos, sino el grado de cultura de sus ciudadanos.    Que la alta cualificación social, crea una infraestructura que es demandada por todos los países de su entorno.    Que exportar tecnología de última generación hace fuerte a un estado.    Que no es suficiente con que los “más listos” lleguen a los puestos más altos, si los que son un poco más torpes o no tienen medios, se quedan por el camino.    Que no es más valioso el que más tiene, sino quien más lo necesita y pone de su parte.     Zoquete, siempre me pareció un zoquete, se aprendió todo de memoria para aprobar, pero nunca lo entendió.

            .- ¿Pero de que me está hablando profesor?

       .-No me llames profesor. Estoy decepcionado, todos esos años de esfuerzo no han servido para nada.   Han tenido que poner al más zoquete, espera, como que zoquete. Ceporro, mucho más que ceporro, ceporro con mayúsculas. CE- PO –RRO. (Golpeando al tiempo con el bastón en el suelo)

         .-Perdone ¿pero de quien está hablando?

    .- De ese que han puesto de miniestrucho

        .-Quien ese que se parece al señor Burns, el de los Simpson

   .-No, ese es el de hacienda

         .- Entonces el que se parece a Smithers

  .-Que no, ese esta en justicia

         .- ¿Pues quien?

   .-El más parecido intelectualmente a Homer simpson, el de educación, por decir algo.    Más vale que se hubiera dedicado de joven a entresacar remolacha, en vez de hacernos perder el tiempo a los profesores que pretendimos enseñarle algo. 

     Se levantó con aire, salió a la puerta donde se detuvo un momento y después de gritar: CE-PO-RRO, el anciano profesor, marcho cruzando el parque por medio del césped, blasfemando, hasta que desapareció entre los edificios.

 

martes, 5 de noviembre de 2013

Mucho más que dos

    
  . Felipe y soledad, dos jóvenes apuestos y siempre a la última, que solo se conocían de vista, pero tenían mucho en común. Los dos habían empezado una carrera en la universidad, solían frecuentar los mismos garitos de copas, ciertos amigos eran comunes y cada fin de semana abusaban del alcohol y terminaban acostándose en una cama diferente. Un domingo al despertar, por el pasillo que llegaba hasta la habitación, se encontraban las ropas esparcidas por el suelo. La luz del amanecer, iluminaba sus cuerpos desnudos y dormidos sobre aquel edredón.

      En aquel piso que compartía una amiga con otros estudiantes, la resaca les hizo permanecer dormidos hasta el medio día.  Él se levantó sin hacer ruido, fue recogiendo su ropa hasta el salón donde se vistió sentado en el sofá y se largó sin decir ni adiós.  Ya en la acera miró hacia los lados para situarse, para saber en qué lado de la ciudad se encontraba y hacerse una idea de por donde volver a casa más rápido.

      Ella siguió acostada hasta la tarde. Entre sueños debió pensar: menos mal que se ha ido, la cama para mi sola. La misma pasión caracterizó el encuentro y la despedida, una noche más vivida y una menos por vivir.

       A los tres meses se estaban casando apresuradamente debido al embarazo producto de una noche como tantas otras de borrachera y a la sugerente amenaza de muerte por parte del padre de ella si no se limpiaba la honra de su hija.
     Unas horas de las cuales no guardaban ni tan siquiera un recuerdo, habían malogrado su carrera, el futuro y las ilusiones por jugar al amor sin buscar la persona con la que compartir el resto de sus días.

        La búsqueda de trabajo, por su falta de experiencia, se limitaba a unas horas en fines de semana como extra en un restaurante para recoger las mesas, lo que le generaba no más de seis mil de las antiguas pesetas al mes.  Las noches llenas de luces giratorias se habían convertido en días cubiertos de sombras e incertidumbre.  Las carpetas y apuntes, habían quedado renegadas a un rincón de la habitación para nunca jamás ser usados. En aquella cama de ochenta, dormían pegados uno al otro, esperando que algún sentimiento más profundo surgiese entre los ellos, o simplemente para no caerse, debido a la estrechez del colchón.

       A los seis meses de dicho evento, nació Amalia y cinco minutos más tarde veía la luz Alejandro.  Los pequeños crecerían en un entorno lleno de hostilidades.  Por la falta de recursos económicos y de espacio  en casa de sus padres, Felipe, se vio obligado a trasladarse  junto a su esposa e hijos al pueblo natal de ella. A vivir en el caserón  de sus padres y trabajar en las tierras y la granja. Antes de aprender a manejar el tractor, el olor del estiércol, ya estaba metido en su piel. La jornada era desde que se hacía de día hasta la puesta de sol.   Pasó de ser el señorito de la casa a verse como un esclavo de su suegro. A este, no le importaba darle unos billetes de vez en cuando para que alternase con los mozos del lugar. Cada vez que podía, se escapaba con cualquier excusa a la ciudad, donde aparte de visitar a su familia, aprovechaba para desahogarse con alguna que otra juerga.  Solo había una condición muy clara: que en ningún momento llegase a saberse nada de sus escarceos en el pueblo, o él mismo, sería quien cavase a pico y pala su propia tumba.  Era algo normal, siempre todos los hombres en la familia lo habían hecho igual y nada tenía porqué cambiar.

      De puertas afuera se intentaba dar una imagen de que la convivencia matrimonial transcurría con normalidad, pero solo se engañaban a ellos mismos, todo el pueblo sabía lo que allí sucedía. El aspecto físico de ella fue pasando de la pulcritud, especialmente reflejada los domingos por la mañana para ir a los servicios religiosos y el consabido vermut, a la dejadez de las zapatillas de andar por casa.  Los paseos de la pareja cogida del brazo, algunas tardes de sábado, junto a la chopera en compañía de los peques,  dejaron sitio a la clausura en la celda voluntaria de su habitación, no saliendo ni a comprar, por no vestirse.

      Los pequeños fueron creciendo bajo las faldas y cuidado protector de su abuela. La tiranía del abuelo, la pasividad de la madre y el resentimiento del padre.  Su entrada en preescolar, les hizo empezar a darse cuenta dentro de su poco entender, de lo diferente que era la relación con sus padres, con respecto a los demás compañeros de aula.

        Contaban ya los siete años de edad, cada día después del colegio donde eran alumnos aventajados y haber hecho los deberes, empezaban a tomar caminos distintos, la realidad que vivían era la misma, pero cada uno pesaba la culpabilidad de lo que sucedía cargándola en un lado de la balanza dependiendo de sus influencias.

      Amalia era más fuerte, siempre andaba con su abuelo, este le enseñaba a poner trampas para cazar animales, le gustaba desollarlos con él y curtir sus pieles cuando llegaba el otoño, y que así estuviesen listas para con  pucheros pequeños de barro y cañas que irían a cortar al río, fabricar bonitas  zambombas, que hacer sonar en las fiestas de navidad. Daba igual que se hiciese de noche, el frío o el calor, el sol o la lluvia, ella cada tarde junto a sus perros y su viejo abuelo tenían siempre algo que hacer en el campo o en la granja. Daba igual ir a sembrar o vendimiar, echar de comer al ganado o ayudar en el nacimiento de un ternero.  Su ilusión era hacerse lo bastante grande y estar preparada para lo único que su abuelo le tenía prohibido por el momento...  Echarse la escopeta a la cara, apoyarla en su hombro y apretar el gatillo.  Su padre sería la pieza si osaba en algún momento a abandonar a su madre y el jefe de la familia ya no tenía genio o fuerzas para hacerlo.

        Por el contrario Alex, más debilucho, enfermizo y delgado desde su nacimiento, siempre se quedaba en casa, en la cocina junto a su abuela.  Le gustaba repasar con ella las lecciones de historia y geografía, los tiempos de los verbos.  Cuando hacían problemas de matemáticas, con esa edad muy simples, los leían y releían una y otra vez hasta entender claramente el enunciado, ella los resolvía por la cuenta de la vieja, contando con los dedos de sus arrugadas manos bajo los manteos de la camilla, para que él no se percatase, siempre daba el resultado antes de que acabase de hacer las cuentas y siempre acertaba, parecía cosa de magia, que lista era su abuela.

        Cuando su madre salía de la habitación, donde pasaba la mayoría del tiempo tumbada, era con el único motivo de acercarse a la nevera para coger algo (chocolate casi siempre) las risas de la cocina enmudecían, su abuela bajaba la cabeza y él la miraba con pena.  Esa mujer en pijama, despeinada, con el rostro dormido, alejada de todo lo que tuviese que ver con el aseo personal y cada vez más entrada en carnes.  Como podía pretender que su padre se sintiese atraído por ella, si ella misma no se atrevía a desnudarse frente al espejo, ni a pasar ante él por no darse asco.  Que panda de borregos que uno por uno no pensaban ni en sí mismos.

        Entre tanto el padre solo aparecía por casa cuando todos estaban ya dormidos y volvía a marchar al amanecer, dejando como único rastro de que había estado allí, una manta arrugada en el sofá y un tazón con los restos del desayuno sobre la mesa de la cocina.  Su vida se limitaba a cuidar las tierras que la familia tenía alejadas del término e ir a la ciudad un día a la semana con el fin de emborracharse, para poder ahogar así  sus frustraciones.

         Ya cumplidos los catorce, el abuelo decidió que lo mejor que podía hacer por ellos, era mandarlos internos a la ciudad, donde seguirían estudiando y así podrían ser algo en el futuro.  La mañana de su partida fue la primera vez que se sentó a hablar seriamente con ellos, los tres solos. .-mi buen dinero me va a costar el que estudiéis los dos, solo os pido que me prometáis que  no me vais a andar de picos pardos, si me entero que alguno falta a su palabra, lo cuelgo del gran olivo  que hay en el huerto hasta que deje de patalear.
        Luego antes de subir al autobús, a cada uno les dio una fotografía pequeña de aquel olivo para que la guardasen y al mirarla pudieran recordar su promesa. 

          Esa imagen se quedó grabada en sus mentes durante mucho tiempo, solo con mirar la foto, de la que nunca se desprendieron, un escalofrío les recorría todo el cuerpo.
      Con el tiempo la situación se fue haciendo incómoda e  insostenible.  Las marcas que el alcoholismo iba dejando en el padre, se iban incrementando.  Las fincas que tenía encomendadas para su cuidado se encontraban casi todas en barbecho, desatendidas.  Las fuerzas del abuelo cada vez eran menos.  La madre vomitaba continuamente para perder peso y al instante volvía a la nevera o la despensa para atiborrarse de nuevo con cualquier clase de dulces que encontraba.
      Se vieron obligados a contratar gente para poder atender las parcelas de labor y cuidar del ganado, el trabajo de todos los obreros era supervisado por el abuelo, que se desplazaba de un sitio a otro con su viejo land-rover.
      El padre cada vez pasaba más tiempo en el bar bebiendo o tumbado borracho en el sofá.  Día a día, las broncas en casa eran más intensas y se repetían con más frecuencia, al final todos descargaban su ira con quien intentaba apaciguar las ánimos, siempre la abuela.
      Nadie reconocía sus culpas, todo era culpa de los otros, Felipe, quería escapar de aquel infierno, pero la escopeta colgada en la pared parecía tener atada la voluntad de huir de aquel lugar lleno de odio.  Era muy cómodo aguantar y vivir de la sopa boba ó quizás, demasiado arriesgado empezar de cero lejos de allí.

      Pasando de la realidad, dedicados a sus estudios en el instituto, los hermanos vivían en internados diferentes de la ciudad, no era una urbe demasiado grande, pero tampoco hacían ningún intento por que sus caminos se cruzaran. Incluso en vacaciones aprovechaban para realizar viajes a distintos sitios con la excusa de mejorar su cultura e idiomas, con tal de no estar en casa ni juntos.

       Aquel verano por fin coincidió, por unos u otros motivos, sin ponerse de acuerdo, la primera quincena de agosto, todos iban a volver a convivir en aquella casa desde hacía tiempo.  Era imposible no percibir lo que ocurría, incluso intentando cerrar los ojos y taparse los oídos, no podían evitar el darse cuenta de que la situación era insostenible por más tiempo.
      A tal punto había llegado la violencia verbal y algunas veces física en la casa, que los hermanos que llevaban mirándose con odio o no mirándose desde hace años por sus posturas encontradas, no tuvieron más remedio que sentarse frente a frente para hablar y tomar cartas en el asunto, aunque nada se solucionase.

      Acababan de cumplir los diecinueve. Habían terminado el bachiller e irremediablemente ambos caminos parecían destinados a separarse aún más.
      Después de exponer y llegar a un acuerdo sobre sus posturas, preocupaciones y metas durante varias noches a escondidas, decidieron hacer una reunión familiar para poner sobre la mesa su decisión común, no aceptarían que ninguno pusiese la mínima objeción a lo que habían acordado o ellos se marcharían para siempre con todas las consecuencias.

       Alex, deseaba cursar biología, tenía en mente dedicarse en un futuro a la investigación dentro del campo de la alimentación y los transgénicos, aunque para eso, antes debía de acabar la carrera y bien situado dentro de su promoción para empezar a levantar el vuelo en el mercado laboral.
      Amalia, quería quedarse en el pueblo y encargarse del funcionamiento de las fincas y la graja.  Cerca de allí se encontraba un centro escuela de formación para capataces agropecuarios, donde podía asistir todas las mañanas a clase sin desatender sus obligaciones.
       El producto resultante, como hasta ahora, seguiría siendo para la manutención de la familia y sufragar los gastos que de esta se derivasen.

      Alex tendría asegurada la financiación de la carrera, con la única condición de no suspender ninguna asignatura. Al igual que Amalia en la escuela de capacitación.
       Los abuelos harían un testamento a nombre de los nietos de todos sus bienes, citando que a su muerte, los beneficios o pérdidas se repartirían al cincuenta por ciento y no se podría vender nada hasta pasados diez años.
       Amalia, mientras esa hora llegaba, se haría cargo de todo, indistintamente junto al abuelo, darían las órdenes que creyesen pertinentes para el buen funcionamiento tanto del personal contratado como financiero.
       Cada miembro de la familia debería seguir una serie de directrices para acceder a la asignación económica que ellos habían creído justas.

      Los abuelos se mudarían a la casa que tenían en la plaza de la iglesia, con la única finalidad de que su vida fuera lo más cómoda posible, la habían arreglado por completo y dotado de todas las comodidades con el fin de alquilarla fines de semana y vacaciones a familias que querían pasar unos días en el pueblo.  Frente a ella estaba el bar, donde el abuelo iba a jugar la partida de cartas y tomar un café después comer y justo al lado la tienda donde la abuela había comprado siempre, allí había de todo, pan, carne, pescado, legumbres, fruta, de todo, desde ropa y calzado hasta productos de limpieza y costura.
       Una señora, sería contratada para hacer la comida y las tareas del hogar, así como para quedarse a dormir alguna noche si la situación lo hiciera necesario.

      Amalia viviría con ellos en la habitación del fondo, esa pequeñita cuya ventana daba al patio trasero lleno de tiestos y enredaderas.  Sería una trabajadora más de la empresa, asegurada y con sueldo a media jornada hasta que acabase sus estudios.
       Alex, viviría en el piso que sus abuelos tenían en la ciudad, tendría una asignación de seiscientos euros al mes para su manutención y gastos de luz y agua.  En vacaciones y como mínimo un fin de semana al mes, iría al pueblo para ayudar en lo que fuese necesario y ver que todo seguía  según lo acordado. Una vez terminada la carrera entraría como un trabajador más, hasta que encontrase un empleo relativo a su especialidad y para él estaría siempre reservada la habitación abuhardillada que había en el piso superior.

         Los padres podrían disponer de sus vidas como les apeteciese, pudiéndose marchar de allí desde ese momento.  Mientras siguieran en el pueblo, vivirían en la casona de las afueras, la que hasta ahora había sido el domicilio familiar. Esta se reformaría para que cada uno tuviese su habitación, cuarto de baño y una pequeña cocina independiente. Su alimentación estaría garantizada por una dotación que Amalia pagaría directamente en la tienda. Cada uno de ellos debería ir cada día a comprar, el saldo individual, no podría sobrepasar los quince euros diarios, no se permitiría ni excesivos dulces ni alcohol, y en caso de dejadez en el aseo personal, la cuantía se verá reducida a diez o cinco euros diarios hasta fin de mes.   Ninguna otra persona podría entrar a vivir en aquella casa, aun que alguno ya hubiera abandonado el domicilio.  La asistenta de los abuelos se encargaría de pasar algún día de la semana por allí para ver el estado de limpieza en que se encuentra la casa y así poder tomar medidas.   En caso de que alguno, quisiera colaborar trabajando en la explotación, se le asignará un sueldo, sin que este afectase a su dotación alimenticia.
        Una vez expuestas las condiciones sin posibilidad de impugnación, se acercaron a la pared, descolgaron la escopeta y Alejandro la partió a la mitad cogiéndola por los cañones y dando un golpe seco a la culata contra el suelo.  Desde ese momento sus padres eran ya libres, cada uno debería tomar la decisión de cómo, dónde y con quien quería seguir viviendo.

      Al cabo de unos años, doblaban las campanas, el abuelo había muerto.   Casi nadie excepto la familia más cercana o sus trabajadores se acercó a despedirlo. Su nieta era la que más sentía la pérdida tan repentina, casi sin avisar.  El nieto llegó justo desde su alejado lugar de trabajo para entrar en la iglesia y después acompañar al féretro hasta el cementerio.  Su mujer lloró fingidamente su ausencia, en realidad estaba empezando a quererlo a partir de que su genio ya no era tan soberbio como para temerlo. La hija salió a la puerta para despedirlo a su paso por delante de la casona, embozada en una túnica y velo oscuros para que nadie pudiera adivinar ni su cuerpo, ni su rostro.  El yerno, ese día estaba demasiado ocupado, destilando unas vallas de enebro que había recolectado días antes para hacer orujo casero, desde hacía tiempo, su única preocupación.
       En el camino de regreso a casa, Alex, le pidió a Amalia que le dejase la foto que siempre llevaba en el monedero. Puso las dos una junto a la otra y las hizo cachitos pequeños, dejando que el viento los dispersase por la calle.  Ella sonrió y abrazó a su hermano con fuerza, como nunca lo había hecho.
      Después de comer, Amalia se acercó al patio, metió en el viejo land-rover algo envuelto en un saco de esparto y mandó a Alex que subiera en el asiento del copiloto para acompañarla.  Se fueron camino abajo, hasta el huerto. Allí desenvolvió la motosierra, la arrancó con genio y  taló el gran olivo con la lanza bien pegadita al suelo.
      Con el árbol caído, se volvieron a abrazar, allí quedaron: el olivo, la motosierra y el land-rover.  Ellos se subieron caminando, juntos de la mano dejando atrás el pasado.
         Como hace el río hasta su desembocadura, la vida sigue su curso y algún día cuando Amalia o Alejandro tengan hijos y estos les pregunten por sus abuelos, seguro que ambos, maquillarán la historia, para no volver a recordar la cruda realidad.