martes, 21 de diciembre de 2010

Stanley y Oliver

            Tal día como mañana 22 de Diciembre, como cada año, la gente espera a que el premio gordo de la lotería de navidad sea cantado, la gente repite su número para atraer la suerte ó bien esparce por la mesa las numerosas participaciones que ha ido comprando generalmente por los establecimientos de la zona, no sea que le toque al vecino y a él no, aunque solo estemos hablando de un pellizquito, o una simple pedrea.
    Según me han contado, allá por 1958, ocurrió algo que los seguidores de este blog, deben de saber. Llamémoslo “venturas y desventuras del hueso de una aceituna en la boca de un gitano”. Yo andaba por allí, pero no me acuerdo.
    Serian sobre las once de la mañana, por aquellos años y recién entrado el invierno, la temperatura no debía ser muy agradable, en aquellos edificios, seguramente todavía no estaba instalado ningún sistema de calefacción, excepto el brasero de cisco en las dependencias privadas. O sea, como en cualquier casa.
    En una sala, (en la que seguramente estaba el brasero) las monjas, oían en una de aquellas radios de válvulas, las voces de aquellos niños cantando los números y la correspondiente cuantía, calladas, expectantes como si de un acto litúrgico se tratase, esperando llenar la despensa a cuenta de la suerte influenciada por la ayuda divina.
     En el pasillo, a un pintor se le condensa el vaho del aliento en los labios, mientras silba alguna melodía pegadiza y entretenida, subido a una escalera, brochazo a brochazo, al ritmo del soniquete, va blanqueando el techo para que el año nuevo sea recibido en perfecto estado de revista.
     En una habitación de aquel hospital, una mujer, ¿como una mujer?, una gran mujer, sola, acompañada de vez en cuando por una incómoda contracción, y al mismo tiempo que por la radio cantaban el “gordo” al flaco le dio por salir, rubito, blanquinoso, delgaducho, como si en vez de jugar un decimo, tan solo hubieran jugado una mínima participación, les había caído la pedrea, una de esas que no se olvidan ni se quieren olvidar.
           Las monjas, eran las del hábito. El pintor mi vecino, La gran mujer, mi queridísima Madre. Está claro, el flaco soy yo, como aparte de no tener abuela, no tengo otra cosa que hacer, aprovecho y me felicito por anticipado el día de mi cumpleaños.

                                                Pero que majo soy y que bien me cuido.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Casi un año

            Arriba, en el colmenar, en lo que en el pueblo se denomina mentirote, sentado en un tronco solitario, pienso en voz alta.
     Visualizo, una imagen que hasta hace un año era habitual, Jorge, (el único que sigue por aquí) Manuel y tú, contando las mismas anécdotas de todos los días, y repitiendo las mismas historias de juventud.
     Cae una lluvia fina, no pasa nada, al fin y al cabo estamos en diciembre, se acerca mi cumpleaños, la navidad, el cumple de tu hija, fiestas que no volverán a ser lo que eran, ya que coinciden con el aniversario de tu partida. Ya ves, ahora que me alejo de la farándula, este año que va a ser el primero que pueda celebrar estas fechas con la familia, empiezan a ser distintas, nunca supe lo que eran, tampoco puse demasiado empeño, así que yo seré el que menos note el cambio.
     Me encuentro a gusto, empapado, pero tranquilo, siempre se aprende algo, por eso aquí a esa lluvia fina se le llama calabobos, yo debo de ser uno de ellos.
     Dando la vuelta por el “colón”, esa fuentecilla que se encuentra cerca de allí, voy bajando. Al llegar al rincón, echo de menos ese carro de chapa azul, ese, con el que hice el viaje, la última vez que bajé a la huerta, tirado por esa burra que también se vendió, y me rio pensando que después de conducir tráiler media vida, me las vi y me las deseé para llegar sano y salvo de vuelta a casa, y medio camino andando con el ramal de la mano.
     Parece mentira, se ha pasado un año, un año que te llevamos al médico para una simple revisión y todo terminó como nadie deseaba, siempre me culpaste de haberte obligado a ir, con lo tranquilo que tú estabas, con tus dolencias y achaques, tus ungüentos y pastillas, pero era mi obligación, y siempre se ha dicho que la intención es lo que cuenta, por supuesto la mía era la mejor.
     Colgué en el blog, la última noche que pasé con tigo en aquella habitación de hospital, e iluso de mí, me fui pensando en pasear con tigo por los pasillos las noches siguientes, incluso te hice una foto en camisón, sentado al lado de la cama y con los aparatos y tubos como fondo, con la intención de podernos reír juntos al verla una vez recuperado pasado algún tiempo, al final solo sirvió para plastificarla, y dársela a tu nieta, para que te lleve siempre a su lado.
     Antes de entrar en tu casa, me paro, y espero para no mostrar ante los demás un rostro afligido e indeciso, de lo que pudo ser y no fue, vuelvo a preguntarme que más pudimos hacer, tengo claro que hice todo lo que pude por ti en vida, en nada te iba a ayudar lo que hiciera después de tu muerte, tal vez, a nosotros nos hubiera despejado muchas preguntas con respecto a lo que paso para que se produjera el fatal desenlace, pero la tranquilidad de la abuela era más importante que la verdad, la que todos imaginamos, pero nadie pudimos ni quisimos saber.
     Ya se pasó un año, ya no está la burra, ni el carro, ni el molino, el huerto y el pozo están desatendidos, tu ropa ya no ocupa sitio en el armario. Todas las cosas materiales van desapareciendo de nuestro entorno y así debe de ser.
     Me imagino, que alguien querrá hacer eso que da en llamarse cabo de año, y como es natural me buscaré cualquier excusa para no asistir, lo que quiere decir que ni tú ni yo estaremos en ese lugar, a no ser que nos encuentren en la puerta, al solecito, esperando a que los asistentes salgan.
     Nunca te gustó leer, por lo que una noche de estas, antes de ponerlo en el blog, te lo leeré en voz alta, junto a tu nieta, al tiempo que corregimos lo que ella, sé que te está escribiendo para estas fechas y después nos dormiremos, juntos, abrazados y esperaremos tu visita en nuestros sueños.

A un Bloguero

Hola tocayo;

     Después de entrar en tu blog, siento que me falta algo por leer, lo busco pero no lo encuentro, ¿qué será?
     Claro no está, ¿y por qué? Las buenas noticias, nuestras alegrías y satisfacciones, tendrían que ser lo primero en contar y ensalzar, un motivo gratificante para hacer escritos en prosa, poesía e incluso canciones, pero habitualmente no es así.
     Cuando tenemos un desengaño, nos ponemos manos a la obra, nos lamentamos de nuestra situación, lo escribimos, lo contamos de las mil maneras inimaginables, plasmamos las emociones como si quisiéramos recordarlas toda la vida, al mismo tiempo que implicamos a nuestro entorno, sumiendo todo en un caos de malas vibraciones. Y ¿para qué?
    De eso no deberíamos de escribir, demasiadas cosas pasan en el mundo como para guardar en nuestros recuerdos las insignificantes decepciones que de cuando en cuando nos da la vida.
    Ahora estás feliz, coño, pues ahora es cuando tienes que compartir tu alegría con todos, ya mismo te tienes que poner a escribir poesías y canciones, que nos ayudarán a levantarnos cuando tengamos algún momento de bajón, las que después de un tiempo podrás leer tu mismo, para revivir con la persona amada lo que sucedió en su día, sin olvidar ningún detalle, volver después de los años a hacer lo que hicisteis en ese lugar, repitiendo lo que es digno de repetir y mirando el futuro con la fuerza que da en cualquier carrera la línea de salida, recordar, sin temor a equivocarse aquel pantalón que tan bien le sentaba, y que describiste puntualmente en aquella estrofa, como viviste su primer beso, e intentar que aquella intensidad nunca decaiga.
      Tocayo, siempre se ha dicho: lo que se escribe se lee. Te deseo lo mejor en esta tu nueva andadura, e intentaré llevar a cavo en mi vida y mis escritos, los consejos que hoy a ti te doy.

sábado, 4 de diciembre de 2010

a,e,i,o,u.

            Una noche clara de primavera, mientras la luna en cuarto menguante acunaba al universo,  bajo unos palos cubiertos con una mugrienta lona, en medio de un descampado a la orilla de un camino, a la luz de un quinqué de petróleo, mientras  una improvisada hoguera,  calentaba en  olla de aluminio el agua y los viejos del clan liaban un cigarro, su madre hacia el ultimo esfuerzo, para que el llegase a este ingrato mundo.
         A la mañana siguiente, envuelto en una no menos mugrienta toalla, su primer día de trabajo, llorar en los brazos de su tía, para que su llanto conmoviese a los transeúntes de aquella calle y depositasen unas monedas a sus pies.   Solo por eso era importante e imprescindible para el sustento de su "familia".
         Fueron pasando los años, de lugar en lugar, siempre pidiendo o robando para llevar al final algo a sus mayores, bajo el temor continuo de esa mirada amenazadora del abuelo, siempre altivo y estirado como su vara de mimbre.
       El era distinto a los demás, tenia otras inquietudes, quería saber, se le iba el tiempo dentro de las iglesias viendo los grandes cuadros y esas imágenes que en los techos estaban pintadas, mientras que su sitio debería estar en la puerta, con los mocos caídos y la mano extendida.
       Más tarde que sus diferencias no solo eran culturales, sintió que su sexualidad no se encaminaba hacia el sexo opuesto como se pretendía cuando le hicieron la fiesta de compromiso, entonces contaba once años, y aquel evento le encendió una luz de rebeldía, que solo le dejaba pensar en como abandonar esa vida, esa familia, y que no le importaría dejar su propia vida, si no fuera por la cobardía que lo atenazaba.
     Se aproximaba el día de su boda, todo estaba preparado, y el día de antes decidió desaparecer.  Marcho lejos, llamó a muchas puertas, laicas y religiosas, pero en todas obtuvo la misma contestación, no sabia leer ni escribir, su pinta andrajosa creaba recelos en todos, ni siquiera tenia una identidad, no era nadie, y solo sabia pedir.  Sin destacar su voz amanerada, que causaba extrañeza y repulsa entre los de su propia etnia.  Era para todos un proscrito.
     Fijándose en los escaparates, letra a letra comenzó a aprender a leer e interpretar el valor escrito de los números.   Luego preguntando a unos y otros, su único medio para seguir aprendiendo fueron los panfletos de publicidad, que por el suelo encontraba.   Hasta que un día se decidió, había sacado unos duros más de lo habitual, podía guardarlos para otro momento mas critico, pero entró en una librería y pidió un libro sencillo de leer, con letras grandes, explico para que lo quería.   Era uno de poemas para niños, con dibujos y todo.  Además tuvo la suerte de que la dueña del establecimiento, colaborase con una buena causa, se lo regaló, y le prometió que si en un mes le decía una poesía de memoria le regalaría otro.   Estos dos librillos, han sido su equipaje durante años, de algo que nunca se desprenderá aunque no tenga para comer, (cosa a la que ya está aconstumbrado).
   Después de pasar media tarde apoyado en la pared de enfrente, ha entrado para solicitar algo de ayuda.  No había apenas gente por la calle, por lo que ni el ni yo, habíamos hecho caja.  
     .- No, no,   no vengo a pedirte dinero,  aprovecho que veo que no hay nadie para poder consultarte una cosa.
    Me quedé un poco perplejo.   Me contó su historia y luego, mirando hacia los ordenadores dijo:
     .- ¿Me podrías dejar sentarme un rato ante uno de esos aparatos, y explicarme como funcionan?
.- Claro.
     .- ¿Para cuanto tiempo con un euro?.
.- Hasta la hora de cerrar, y no te va a costar nada.     Y continué diciéndole con una sonrisa.
.- Pero estos no te los puedes llevar en la mochila.
     Nos sentamos los dos, le fui explicando el funcionamiento del ratón y teclado, entramos en Google para buscar lo que a el le apeteciese,  su cara reflejaba ilusión, como cuando un niño rompe el envoltorio de cualquier regalo.
   En las dos horas que estuvimos allí, compartimos un par de bolsas de chuches y buscamos de todo, mapas, vídeos musicales, cuentos, poesías, e incluso porque no decirlo, fotografías de mujeres desnudas.
    A la hora de cerrar, nos levantamos de nuestros asientos, me dio las gracias, yo, aparte de las gracias me sentí en la obligación de darle algo de dinero y un bollo de chocolate.
   Después se fue a pasar su segunda  noche en el albergue, y al día siguiente por la mañana seguiría camino por esos mundos de dios, a otra ciudad, donde le diesen otras dos noches de alojamiento.
     Bueno adiós, y nuevamente Gracias.