Aquí
leyendo en este blog, en nuestros trabajos, en nuestros hogares, tras
una apariencia normal, muchos esconden o escondemos unos pensamientos que nadie
conoce.
Frente a nuestras narices está eso que
intentamos no ver y a lo cual nos empeñamos en buscar una explicación cuando ya
nada tiene remedio.
El suicidio, esa palabra que nos
aterroriza oír, no es más que una decisión a la desesperada por alcanzar el
sueño irrealizable de la ausencia de todo y la plenitud de la nada. Pero
todas las decisiones suicidas tienen detrás un cúmulo de soledades “porque no
hay nada peor que sentirse solo, incomprendido e incluso denostado”.
Nos escudamos en pensar que es una
decisión única, propia e intransferible. ¡Mentira!
Todos ustedes han tenido que tomar decisiones
en la vida y piensan que las han tomado libremente pero es ¡Mentira! Todas
ellas han sido influenciadas por su entorno y oportunidades, por sus emociones,
por sus defectos y virtudes, por sus complejos y sus miedos, por el qué dirán o
simplemente por rutina.
Desde la niñez tendemos a normalizar, la apatía, el no querer ir a la
escuela, el no querer jugar con otros niños refugiándose en lo abstracto de eso
que nadie explica y de lo que nadie pregunta sin mostrar el dedo acusador.
Lo
disfrazamos de rarezas o decimos que el niño o niña son vagos y no quieren
hacer las cosas, que ya se pasará la bobada, en vez de poner al descubierto un
sufrimiento que se quedará en su interior para toda la vida.
Sentirse culpable de ser gordito o flacucho, llevar gafas, el color de
nuestro pelo o no entender al profesor en sus explicaciones, nos hace distintos
y por lo tanto presa fácil para la crueldad.
El objetivo perfecto para demostrar la prepotencia “que no es innata en
la infancia, tan solo un reflejo de sus mayores”
Esos adolescentes que se rebelan contra
el mundo, con la única intención de pisotearlo, con la única misión interior de
no ser pisados. La mayoría de complejos de inferioridad
desembocan en una acción temeraria contra el resto de individuos incluso contra
sí mismo.
No hay más remedio en esta hipócrita
sociedad que normalizar nuestra situación, esconder nuestros miedos, usar el
disfraz y seguir adelante con ese papel asignado en la obra de teatro. Tantas veces representado que la ficción se
superpone a la realidad.
SÍ. Pero un día se baja el telón.
A solas, sin el disfraz, frente al espejo uno
no se reconoce y las ansias de volar dibujan unas alas que nos llevan hasta el
vacío desde el séptimo cielo.
Suerte que era el séptimo, que no había
cuerdas, no existían cables ni obstáculos que frenasen la caída y todo acaba
sin dar ninguna explicación.
Otros vieron su intento fallido.
Para aquel que sobrevive, tras
ese episodio la sociedad nunca sabrá el grado de frustración que lo abrazará
por siempre.
Para el protagonista, mejor habría sido no
saberlo, ahora el deseo de volar ya no es libre. El próximo intento estará atenazado por el miedo a un nuevo fracaso.
"El
mejor paso hacia atrás,
es el que aún no se ha dado".