miércoles, 29 de octubre de 2014

nº - 300

   Después de examinar aleatoriamente, las 299 entradas editadas hasta este momento en mi blog;  me parecía la hora de dar una pincelada en forma de opinión al tramo de espacio en el tiempo que transcurre entre un cerrar y abrir de ojos.
         Al volver a oír, aquellas composiciones para (seres queridos), me han dado ganas de retomar el tiempo ya perdido y sí, volver a conversar con mi antigua amiga un rato, moviendo mis deditos al ritmo de unos valses peruanos de los que cantaba María Dolores Pradera y por su puesto con los ojos cerrados aquel que siempre dediqué con el alma a las tres mujeres de mi casa cada vez que lo tocaba en cualquier actuación: la princesa del acordeón.  Pero no pudo ser; la falta de interés hizo que el amplificador no estuviese en casa y en realidad, a ver qué día me acuerdo y lo reintegro al sitio donde debe de estar y lo enchufo, que esa es otra.
      La letra cursiva en algunas publicaciones, me han hecho leer más lentamente, haciendo aflorar sentimientos del momento, a veces incluso me han provocado envidia de aquel que las escribió con calma, dando vueltas con un papel y un bolígrafo en la mano, esperando encontrar la palabra perfecta para definir lo que en su cerebro rondaba.
        Cuantas personas retratadas, a las que se les puso un antifaz para no divulgar su identidad o intentar enmascarar un poco sus facciones ante la gente mundana.
       Cuantas cosas que contar, escondidas entre frases sin sentido mezclando las ansias de escribirlas y el temor a que fueran leídas.
       Donde estará la valiente rebeldía de contenían aquellas letras que compuse cuando tenía dieciséis años;  la verbal inconsciencia de mis primeras canciones de amor;    los poemas e historias en la cama escritas antes de dormir a modo de diario;        los temas en tono menor tocados en mi soledad y nunca grabadas.   Bastantes recuerdos quedaron guardados en esa carpeta de cartón;   Otros, rotos por despecho o temor a provocar daño quienes los pudiesen leer en el futuro;   muchos perdidos en los cambios de domicilio y los que aún conservo, olvidados en el cajón donde pacientemente aguardan el momento en que sienta la necesidad de recordarlos.
     


        
           Esta foto, (que no recuerdo de donde saqué) dice mucho de mi siguiente relato.     Tan solo que fue la portada de mi facebook durante un tiempo.  Después de volverla a observar con voluntad retrospectiva, he creído conveniente desnudarla, anularle el color y dejarla en su más turbia expresión.    Por mi mente, han pasado cantidad de formas de titular esta publicación.
        Algunas demasiado escurridizas y circunstanciales;   otras sin embargo perversas con avaricia.       Así, que debido a su buscada coincidencia, me declinaré por un título simple; la llamaré:

-300

               Aquella persona, se percató que echaba de menos a un casi olvidado dicharachero y genuino figurante del que no sabía nada hacía bastante tiempo
        Era sábado por la tarde y se acababa de dar cuenta de que al día siguiente sería domingo.     ¿Domingo?  Sí.  ¿Y qué le traería la noche del domingo? Ojala trajera un nuevo lunes.    Y el lunes llegó, lo pasó pensando donde buscar a su antiguo conocido.
    Llegada la noche, reflexionó durante aquellos últimos quince minutos del día,  mirando atentamente como se movían las agujas de su reloj de cuco antes de que estas coincidieran en la parte superior marcando las doce y aquella figurita saliese para señalar que ya comenzaba el martes.
     Primero preguntó a los conocidos de la infancia, pero allí, nadie parecía querer hacer el mínimo esfuerzo para  acordarse ni de él ni de nada.   Hacía muchos años y por unas cosas u otras, a nadie le apetecía, husmear en ese pasado;  era un tiempo demasiado lejano;  todos tenían motivos para olvidar las jugarretas perpetradas para así poder criminalizar sin contemplaciones las acciones de los infantes de hoy.
         Se fue a buscar a sus amistades de la adolescencia, algunos preferían no recordarlo, otros bajaban la cara y no sabían cómo describirlo,  para el resto, había pasado  inadvertido por sus vidas.
     Llegó a sus compañeros de juventud. Nada más decir su nombre, sin  preguntar por él, todos  recordaban tal y como era, a muchos les gustaría saber de él, saber de su vida y su destino, pero habían perdido la pista desde el día en que se alejó.   Solo sabían que estaba bien, por boca de su familia.
          Recorrió los callejones estrechos y empinados del lugar, por los que solía pasear.      De noche, en silencio, solo;  pensando en nada y observando todo, intentando encontrar algún rastro que lo condujese hasta él.
    Decidió hablar con su mejor amiga y confidente. Esta, llevaba tiempo esperándolo, pero no se había dignado de volver a saludarla, su nexo de unión blanco y negro, estaba tapado, olvidado bajo una manta en un recinto silencioso de donde ya, los pentagramas, claves y notas que florecían en el ambiente, habían desistido de seguir esperando a que se recogiese su fruto.      Todo se había marchitado y el peso del polvo acumulado en su ficticia superficie  les había hecho precipitarse a la inexistencia.
    No quedaba aparentemente nadie más a quien poder preguntar en el mundo de los recuerdos, por lo que ya decidió dirigirse a las profundidades del bosque. Ese, en el que él siempre se refugiaba.   Ese, del que siempre él hablaba.     Ese bosque encantado donde albergaba sus sueños llenos de sombras, donde le gustaba perderse y moverse con total libertad, hablar con sus moradores e ir recogiendo y almacenando en su mente, todo aquello que encontraba a su paso, para plasmarlo más tarde en cualquier papel, bien fuera pautado o cuadriculado.
     A tientas entre la maleza, pudo ver, como pequeñas lucecitas se movían de un lado a otro.         Les preguntó quienes eran, y si lo habían visto.   Aquellas diminutas y resplandecientes  fosforescencias eran las hadas.  Hacia una eternidad que no contaba con ellas; que se hallaba en un círculo, construido por él mismo y custodiado por las brujas;  debería preguntarles a ellas del lugar donde se encontraba.
       La única forma era adentrarse en el lodazal, contra más oscuro, profundo y putrefacto fuese, muchas más posibilidades tendría de que saliesen a su encuentro.
      Una mano delgada y sucia, con uñas largas, lo paró apoyándose en su pecho. Por fin las había encontrado, solo quería saber de su conocido, donde estaba y cuál era el motivo de su larga ausencia.
       Las brujas con sus hechizos, proporcionaban nuevos embaucadores matices a sus ensoñaciones;   tal vez por eso él, no hacia ningún esfuerzo para abandonar aquel sitio, pero el egoísmo por poseer también su cuerpo, les empujó a proponer un trato:
           Si conseguía sacarlo de su pedestal y llegar con él, antes de que el día miércoles prescribiese, a la  zona del bosque donde la claridad empieza  a infiltrarse entre las copas de los arboles, les dejarían  ir.    Pero si no era así, los dos quedarían recluidos en el infinito espacio de las tribulaciones para siempre.
       Lo llevaron hasta un montículo, en el que se hallaba un tipo de escenario cubierto por una gasa. Dentro, una silueta, interpretaba un papel disfrazado de marioneta parlanchina.       Llevaba ya tanto tiempo representando al mismo personaje, que este había engullido a la poca sensatez lúcida que podría quedar bajo el disfraz.
              Lo llamó a gritos repetidamente por su nombre, pero no parecía reconocer ni su propia voz.     Seguía de pie, encumbrado en aquel circulo hecho de absurdos y rodeado por un telón tejido como una tela de araña por complejos, miedos, mentiras e hipocresía.
        De un empujón, hizo desmoronarse aquel castillo de naipes y con sus propias manos, desgarró con rabia la tela apelmazada y podrida, haciéndola jirones.
       Lo despojó del disfraz y desnudo lo cogió en brazos. Raudo, volvió a atravesar el cenagal hasta llegar al lugar donde los estaban esperándolos las hadas, todas juntas para que su luz pudiera marcar el sendero irrumpiendo entre las ramas y densa hojarasca antes de que el reloj marcase el principio del jueves y poderlo liberar al final de aquella calamidad de sueño donde tuvo la osadía de entrar para engañarse a sí mismo. Solo él sabrá porqué.
       De donde tenía tantos motivos por que salir, que la perdida de la noción del tiempo casi le hace olvidarlos y ser olvidado;   enmarañado en una parodia teatral de la que nadie escribió guión excepto su subconsciente.
      Aún hoy sigue sin poder entender porqué, personaje tan ominoso, algunas veces se empeña en seguir siendo interpretado.

lunes, 27 de octubre de 2014

Nuevos Inquilinos (Finito y Preludio)


                    Siguiendo al pie de la letra las instrucciones, primero entró a la habitación de sus padres.
 .-papá, mamá
       .- ¿Qué pasa hijo?
.-voy a hacer un poco de ruido;     pero no entréis en mi habitación
            .- ¿alguna historieta de tu amiga?
.-sí, ya os contaré
      .-si es con ella, estamos tranquilos
                   Bajó al cuarto trastero;   allí cogió un martillo y un cincel plano de una pequeña caja de herramientas que usaban en tareas propias de chapuzas en el hogar.
     Una vez cerrada la puerta del cuarto; empezó a picar con suavidad para desconchar el yeso;   justo en el lugar donde su madre había dejado la marca de sus labios.
   Una fina capa y empezó a aparecer un material rojizo.
         Luego un poco más fuerte para partir la rasillas;  después otra vez con mucho cuidado ensanchando ese agujero hasta que le cogiese holgadamente la mano, y poder sacar lo que encontraba en el interior de aquella cámara que allí se encontraba.    Extrajo de su intimidad oculta un objeto envuelto en un paño y lo puso sobre la mesa como si de una reliquia se tratase.     Con extrema pulcritud lo desenvolvió.
       Una vez su contenido al descubierto, ella lo mandó parar un instante.  Las dudas sobre el que hacer en ese momento, le hicieron titubear en su providencia, tantos años meditada, como años deseosa de su desenlace.
             Lo mandó alzar el vaso que había sobre aquellas letras y ponerlo boca arriba con amor y suavemente.
        Cerró los ojos e inspiro aire varias veces por la nariz y expulsándolo por la boca;    pretendiendo efectuar un ejercicio de relajación para que no le temblase el pulso lo más mínimo.      Al realizar esta acción, pudo apreciar como una neblina que se iba formando en el interior de aquel vaso, salía al exterior creciendo y  evolucionando majestuosamente hasta convertirse en la silueta de una bella mujer que flotaba en el aire, de mirada tierna y largos dedos en sus manos.
.- ¿eres tú?
    .-sí, soy yo
           En el espejo, parecía abrirse un círculo iluminado por una luz blanca y brillante,  tanto que llegaba a cegar sus ojos.
     .-es hora de despedirnos
.- ¿porqué?
    .-ya eres todo un hombre, dame la mano
.-yo quiero ir con tigo
     .-no, aún no ha llegado tu hora
.-pero no quiero que te vayas
     .-no te preocupes mi amor, aunque no puedas verme ni oírme, siempre permaneceré a tu lado custodiándote como hasta ahora.
         Juntos, lentamente avanzaron hacia la luz;  justo al llegar, soltó su mano, aquella silueta formando parte de aquel embudo se desvaneció.  En aquel espejo, tan solo quedó reflejado el bosquejo de un chiquillo con la vista nublada por aquella sensación de dolor y desconsuelo a su partida, imposible de describir.  
     Más tarde, volvieron a despejarse sus ojos al percibir como una mano conocida, se apoyaba sobre su hombro para girarlo hacia la ventana;  desde la calle el cuarto se iluminaba con la entrada la luz del sol;   su luz;   la luz de la vida.

       En un tiempo pasado, remontándonos unos lustros atrás.  

         En aquel lugar,  Vivía el borrachín del barrio.
                  Un señor septuagenario, amargado de la vida, esperando su deseado final, atrapado en una mezcla de pellejos adheridos a los huesos,  un cuerpo descarnado cubierto por unos ropajes viejos y llenos de mugre que lo mantenían rígido, pegados a él después de convivir a su lado tantos años.
     Su hijo mayor, les había  salió retorcido, tras intentar todo lo que estaba en su mano por reconducirlo al buen camino en la vida se tuvo que dar por vencido.
          Un día desapareció, renegando de toda su familia, esa que únicamente pretendía tenderle la mano, la que él, día a día maltrataba cada vez que necesitaba dinero para sus caros vicios.
      Se fue juntando cada vez con peor gente, (aunque él no es que quedase atrás), e incrementando la gravedad de sus malas prácticas.  Para acabar recluido finalmente en una cárcel del norte de Marruecos años después.
           El menor, un aplicado estudiante, les había hecho “superar” todos aquellos años de sufrimiento. Un joven de veinte años, con todo un futuro prometedor delante de sus narices.      Solo salía algún fin de semana cuando no tenía mucho que estudiar a tomar una copita con los amigos.     Siempre, antes que ninguno, alrededor de las tres, regresaba a casa.
        Pero una noche, al volver andando, fue atropellado por un coche, que más tarde se dio a la fuga.
          Arrastró su  cuerpo como pudo, sin apenas un hilo leve de resuello para pedir auxilio hasta apoyarse en un banco de la acera y allí quedó inconsciente hasta morir desangrado.  
       Nadie lo vio, o tal vez quien pasó por allí, pensó que estaba durmiendo la mona, o;  ¿para qué complicarse la vida?
          La madre;  para intentar esclarecer la verdad de lo sucedido aquella fatídica noche, encontrar a quienes le habían arrebatado lo más querido, emprendió un largo peregrinar por un sediento camino lleno de estafadores sin escrúpulos: echadoras de cartas y charlatanes  hasta lograr contactar con una serie de señoras con situación parecida a la suya, personas a las que solo les quedaba como último recurso practicar entre ellas, aún sin tener ninguna experiencia el juego de la Ouíja.     Ya no tenían nada que perder excepto lo que menos les importaba; su vida.
          A partir de entonces, se juntaban cada semana en una casa y realizaban reuniones, para invocar a quien le pudiese proporcionar alguna respuesta a sus preguntas e inquietudes, sin temor a dar a cambio cualquier cosa que se le pidiese.   Tan solo era cuestión de que un día apareciese un buen postor.
      A raíz de esos encuentros, aquella casa, que siempre había sido tranquila, era un verdadero caos; no solo por la dejadez en que se encontraba y los horarios cada día más descontrolados.   
    Continuamente sucedían cosas extrañas, ruidos, luces que se encendían y apagaban, voces que a media noche parecían provenir de la habitación de al lado.
    Un catorce de Diciembre; día en que se cumplían tres años de la muerte de su hijo cuando volvió del trabajo a la hora de comer, nada más cruzar la puerta, pudo ver a su mujer sentada; ella sola junto a una mesita negra de madera, cubierta por una hilera de letras descolocadas alfabéticamente formando un circulo y en el centro, un pequeño vaso de cristal boca abajo,  sobre el cual,  ella tenía puesto su dedo índice.
      Este, parecía moverse solo;  con la mirada, siguiendo sus movimientos pudo componer una serie de palabras: Estaremos,  juntos,  bien, perdóname, adiós.  
         En ese instante cayó al suelo muerta.  Tras intentar reanimarla, se fijo en su cara de felicidad.     Recogió las letras, mantuvo sobre ellas boca abajo el vaso y lo  llevó con cuidado, al sitio donde ella lo guardaba envuelto en un blanco y suave paño.    Era un pequeño hueco hecho en la pared de la habitación;   que permanecía igual que el día en que falleció y que él solía utilizar para guardar sus cosas a modo de caja fuerte, aunque allí no hubiese ningún tipo de puertezuela.
     Este, estaba tapado por un marco de espejo, con una foto de su hijo menor, en el día  en que hizo su primera comunión.
     Llamó por teléfono a urgencias sabiendo que nada se podía hacer ya por su vida y se sentó sin más en aquella silla, apoyando los codos sobre aquella mesa y allí solo, mirándola, esperó mientras llegaban.
             Al día siguiente terminado el sepelio, tapió aquel hueco con unas rasillas y lo enlució con un fino plano de yeso. Luego, se agarró con todas sus fuerzas al cuello de una botella de vino tinto.     Ya jamás, nadie le separaría de ella.
       Se quedó sin trabajo, sin amigos; su única compañía era el tintorro, que compraba con las perras que sacaba mendigando por las calles y aquellos fenómenos que lo acompañaban cada noche en casa;    eran ya como de la familia.   No pretendiendo hacerse preguntas sobre que o quien los provocaban.    Por mucho que aquella pared le intentase hablar, nunca volvió a abrir aquel hueco, ni a desvelar lo que en él se hallaba escondido.
      Era su secreto mejor guardado, no le importaba que la gente lo llamase despectivamente borracho.   Al fin y al cavo, era verdad; pero no aguantaría que lo llamasen loco y lo sacasen de casa para meterlo en un sanatorio.
        El alcohol (lo único que ingería), le fue destrozando el hígado, la soledad inhabilitando su sensatez y el paso del tiempo hizo el resto.
        Después de unos días sin que nadie lo viera salir o entrar de aquella ruinosa vivienda.    La policía, avisada por los vecinos, tiraba la puerta abajo.  Recostado sobre un sillón junto a la escalera que sabe dios el tiempo que hacía que ya ni era capaz de subir,  permanecía inmóvil, sonriente, agarrando con sus deformes dedos un cartón de vino;  su apreciado contenido estaba derramado por el suelo, como alfombra  a los pies de aquel cuerpo frio y rígido por el paso de las horas.
           De allí salió por última vez.     Todos pudieron ver, como lo metían y se lo llevaban dentro de una bolsa de plástico negro dirección al depósito anatómico forense.
       Solo ella, agitó su mano desde la ventana del cuarto para despedirlo.    Con esa sonrisa de felicidad y envidia contenida, porque él, lo vería antes.
             Oculto en aquella pared, quedaron las letras y el vaso boca abajo, en cuyo interior, esperaba ser liberada la esencia de su esposa.      Debía ser un mayor de edad, quien levantase el cristal y así, poderse reunir al fin con el alma de su hijo en el más allá.   
         El trato era que se metería dentro y que cuando se levantase el vaso, ella partiría y cumpliría su deseo.
       Pero quizás sus desmesuradas ansias de lograrlo y el deseo de despedirse de su marido, le impidieron  el acordarse de dirigir el vidrio hasta aquellas cartulinas que dijesen: levanta el vaso.
             Era el trato que había aceptado y el cual debería cumplir.
         Sin aquel fragmento de su alma, jamás podría abrir el umbral que la llevaría hacia la luz.     Una inalcanzable llave, que obligaría a su alma a permanecer vagando en esa casa, hasta que alguien la liberase poniendo el vaso boca arriba.

F I N

viernes, 24 de octubre de 2014

El Fotero

           Gracias a Jesús Cañas del pozo por dejarme utilizar su seudónimo como título para este pequeño relato.
           Debido a que no tengo el placer de conocer  su particular historia personal y profesional
          Cualquier parecido con su perfil será una mera jugarreta del azar.

El Fotero


          Aquel fotógrafo vocacional desde su adolescencia, guardaba como oro en paño su vieja cámara que fue el regalo de su abuelo, cuando cumplió los dieciséis.  Una joya, se trataba de una Hasselblad de 6X6 , en el mismo lugar, atesoraba unos cuantos de rollos de película en blanco y negro junto a estos una caja llena de negativos hechos con aquella cámara en el mismo lugar durante años.
         En su moderno y reformado estudio, conservaba al fondo de la trastienda un pequeño cuarto de revelado, al que solo accedía una vez al mes.
      Estaba obsesionado con una fotografía desde hacía ya, más de treinta años, para la cual, no quería utilizar nada digital, retoques, ni cualquier modulación que no captase el objetivo.
       Cada noche de esplendorosa luna llena; hiciese frio, lloviese, nevase, daba igual.    Hasta aquel lugar situado en un bosque cercano, se desplazaba para sentarse en la misma piedra y hacer dos fotografías a ese viejo árbol seco, sin hojas, con la base del tronco ya podrida donde una longeva enredadera mantenía su corteza pegada al esqueleto que seguía aguantando en pie mes tras mes, año tras año.
          Para él, era una imagen verdaderamente especial; pero al revelarlas, nunca encontraba reflejado en papel lo que sus ojos llevaban viendo durante tantas y tantas noches diferentes.
               En la séptima luna del año 2012, el cielo estaba encapotado por un amasijo nubarrones negros, el agua caía sin cesar, intermitentemente arreciaba con fiereza al tiempo que el viento, parecía querer derribar todo su entorno.
           La cámara, resguardada en un bolso impermeable aguardaba arropada por un paño de fieltro rojo, minuto a minuto el momento preciso para ser utilizada.
      Por fin la lluvia ceso, el viento se detuvo, haciéndose un hueco entre la oscuridad, pulcros rayos de luz blanca aparecieron parcialmente tras aquellas ramas muertas y quebradas por el paso del tiempo, produciendo una serie de sombras y reflejos que jamás antes, hasta esa noche habrían podido ser imaginables.           Eran de tal belleza, que tan solo saco su Hasselblad y disparó una y otra vez sin preocuparse de que la imagen fuese nítida.
             Como de costumbre, llegó a su estudio una hora antes de abrir al público, para revelar esos negativos de la noche anterior.  Cuando bajase las trapas por la tarde los miraría y pasaría a papel con la esperanza perdida. 
         Esta, sería quizás la última vez.    Por mucho que lo volviese a intentar, nunca lograría que se reprodujese la belleza de aquel momento tan mágico.
      Un momento diferente y único, merecía también un excepcional cambio en su rutina. Ese día no fue a comer y pasó ese tiempo recluido en el cuarto.
         La emoción del momento, no le dejó percatarse de que la preciada lente del objetivo se estaba llenando de gotitas de agua caídas de los árboles y que arrastraba la brisa.
           Si claro.   Esas gotas producían efectos que solo la casualidad suele lograr;     solo las dos primeras estaban limpias y por fortuna gozaban de una pureza perfecta.
         Las pasó a papel y siguió con el proceso.     Una vez apareció la imagen,  las dejó secando y esperaría al final de la jornada para examinarlas minuciosamente.
     Con su lupa, pudo apreciar que después de tantísimo tiempo, había logrado que una sola de ellas, la segunda, no solo reflejase lo que había visto. Tenía algo especial, aunque  no supiera qué, en su primer escaneo visual.
             En aquel preciso instante un pequeño haz de luz, incidía directamente en unas cuantas gotas de agua que resbalaban con suavidad, aproximándose a la comisura de ambas ramas.    Algo inapreciable a la vista, pero por suerte captado por aquella joya.
       El esperado momento había llegado.      Del armario saco una estrechita caja de veinte por veinte, destinada a dicha finalidad, desempolvó con cuidado su tapa y en ella, entre dos cristales guardó su preciado trofeo.

         Estaba deseoso de enseñársela a su mujer, amigos, compañeros de profesión.  Por más que él les intentaba explicar las peculiaridades de aquella  gran obra de arte ninguno era capaz de apreciarla.
       Todos los años, como celebración del aniversario de la apertura de la sala de exposiciones, situada en la casa de la cultura, el excelentísimo ayuntamiento organizaba un evento especial.       En él; cada artista con residencia o nacido en aquel lugar, al que le apeteciese manifestar su colaboración, podía exponer dos de sus obras:
          Esculturas, cuadros, fotografías, etc..
      Haciendo oídos sordos a las sugerencias de su mujer y sus hijos, se decantó por llevar y colgar juntas sus dos más apreciadas e incomprendidas obras.
    Dos enormes y antiguos marcos de madera de nogal;  su interior ocupado por un lienzo de papel artesano de textura gruesa y en el centro de ambos una fotografía en blanco y negro de dieciocho por dieciocho.
              En el primero, un posado de su abuelo, sentado, mirando al suelo,  agarrando fuertemente el mango de su bastón y el ala de su sombrero ensombreciéndole el rostro.   A su lado la imagen inmortalizada de aquel, su árbol amigo y compañero de noches de luna llena.
           Bajo ellos, en el centro, una pequeña mesa, sobre ella la joya que había hecho realidad aquellas ocasiones sublimes e inolvidables.
             Toda la austeridad, desolación y respeto hacia el arte de hacer arte comprimido en dos simples imágenes originales;  de solo trescientos veinticuatro centímetros cuadrados cada una.
              Las cuatro paredes de aquella gran sala estaban llenas de espectaculares cuadros y fotografías llenas de color y profundidad que emanaban vida por sí mismas.
   En su suelo esculturas de diversos estilos y materiales como el bronce, hierro, piedra, madera y una pequeñita y rara tijera de mármol blanco subida en un pedestal.
         En el centro, majestuoso, suspendido del techo, se hallaba un espectacular Cristo crucificado, que captaba las miradas atónitas de todos los asistentes.
       La gente se paraba para admirar las obras, luego las comentaban junto a dignos autores que no paraban de recibir felicitaciones.    Mientras que su Hasselblad y sus dos visiones, se encontraban acompañadas y admiradas por la soledad.
   El Fotero, sentado en un escalón de la entrada, viendo pasar y salir personas, no le daba importancia; se sentía orgulloso de que su propuesta fuera incomprendida por aquellas almas de dios, era suya, era solo para él.
       La avaricia provocada por su instinto de posesión en aquellos meses transcurridos desde la gran noche, no le permitiría que nadie más desnudase el invisible espíritu de sus criaturas.            Aunque como a cualquier artista, le encantaría que uno, simplemente uno, tuviese a bien pararse frente a ellas, alguien con suficiente delicadeza y conocimiento para valorar aquellas bellezas.
           Después de tres largos días, con gran afluencia de público.    Una hora antes de la clausura, se le acercó un señor; había estado dando vueltas por ella, los tres días, todas las horas que la sala permaneció abierta mirando con detenimiento todo lo expuesto.  Le dio un toque en el hombro  y le preguntó que si él, era el progenitor de aquella cosa.
     Volvió su cara sonriendo:    .-qué más quisiera yo, esa cosa es producto de esa cámara.       Ahora bien.    Si me pregunta por ella le diré que sí, es mía.    Me la regaló el señor que hay sentado a la izquierda.
     Los dos se acercaron y se pusieron frente a ella.
               Ese señor, mirando aquella fotografía del árbol, describió exactamente todos sus sentimientos internos y percepciones que siempre había albergado, aunque él nunca hubiese sabido acertar con esas palabras exactas para describir la sensación que sentía al mirarla.
              Pidió permiso para hacerle a la composición una fotografía y luego adjuntarla a la crítica que haría en un medio escrito de tirada nacional de aquella exposición.
         Después sacó un talonario y le pregunto cuál era la cifra que debía anotar para adquirir la obra.    Solo halló unas palabras: .-  no está en venta
       Como deferencia a sus magnificas palabras, invito a este señor a tomar un café y contarle la historia real de aquella imagen.
   Cuando la historia fue oída con atención y apurada la taza de café hasta la última gota; volvió a extraer de su bolsillo y poner sobre la mesa, el talonario y una pluma estilográfica,  para que él pusiese la cifra,  sugiriéndole que añadiese un cero más,  con una simple condición:
      Acompañarlo a aquel lugar la próxima noche de luna llena.
         El Fotero, lo miró fijamente a los ojos y concluyo la conversación diciendo:
     .-no está en venta, pero como usted me ha solicitado iremos juntos la próxima noche de luna llena a saborear la experiencia sentados en la piedra frente al viejo árbol que espero siga en pie.

      

jueves, 23 de octubre de 2014

Nuevos Inquilinos (5)



      Se quedó sentado en el sofá, callado, pensativo.  Sin mediar palabra subió a su habitación y pasado un ratito volvió a bajar.
.-sí, creo que tienes razón
     .- ¿a que ha venido ese comportamiento tan hostil con Fernando esta tarde?
          .-la verdad es que has estado algo desagradable
.-ese “señor” solo venía a meterse donde nadie lo había llamado, hay que decir que por culpa de Teresa
     .- ¿pero tú lo conocías?
.-no, pero mi amiga me tenía avisado
         .- lo siento, pero no llego a entenderte
.-hoy después de cenar, nos sentamos en mi cama y hablamos
    .- ¿y podremos hablar con tu amiga? 
.-no sé si la oiréis vosotros, pero si queréis hacer alguna pregunta yo os digo lo que ella conteste
         .-perdona, llevo esperando ese momento tanto tiempo y ahora estoy cagada de miedo
.-una cosa os tengo que advertir, no se puede ni fingir, ni mentir; ella lo sabe todo y eso le molesta mucho
     .- ¿os apetece si salimos a dar un paseo hasta la hora de la cena?
.-vale
         .- ¿porqué no vamos hasta aquella terraza donde nos ponían de pincho aquellas sardinillas rebozadas?
    .-que eran boquerones
        .-pues eso, ¿Qué más da?
   .-venga Aitor, a ponerse los zapatos
.-ya voy
       Por cada sitio que iban pasando: el parque con sus columpios, la escuela, la piscina climatizada, el kiosco, la biblioteca.    El padre le iba recordando las cosas que le había contado durante años anteriores y que a él, le parecían increíbles.        Aitor les contaba como habían sucedido las cosas y que sin la ayuda inestimable de su amiga, nunca las habría podido hacer.
       Nunca antes habían dialogado tan abiertamente de aquellos temas;      era la primera vez que él hablaba sin tapujos;   por fin esa tarde, empezaron a ser una familia para todo.
               Sentados en aquella terraza, Aitor no paraba de hablar.  De cómo su amiga cuando iba a la guardería le enseñaba las letras y los números; de cómo le ayudaba a colocar los cuadrados de aquel rompecabezas el que se hacían dibujos de animales; como le enseñó siendo más mayor a jugar al ajedrez y casi siempre perdía, las piezas se movían solas y claro, ella sabía cuál iba a ser su próximo movimiento.  Por eso aprendió a pensar en bajito, por lo que Fernando, no pudo leerle la mente.
    Los padres se asombraban de lo que estaban oyendo, sabían que no mentía, aunque todo pereciera extraído de un libro de cuentos imaginados para niños.
      Se encontraban tan a gusto y hacia una temperatura tan agradable que decidieron pedir un par de raciones y volver ya bien entrada la noche cenados a casa.
      Al llegar estaban deseosos de subir a conocer a su amiga.  Allí estuvieron hasta casi la salida del sol; al día siguiente por ser domingo, no había prisa de levantarse.
    Una vez  Aitor se quedó dormido; miguel y Elvira se fueron a su cuarto.  Los dos sobre la cama, boca arriba, con los brazos cruzados sobre el pecho, reflexionaban sobre lo ocurrido.   Muchas  incógnitas despejadas, más algunas preguntas inquietantes que no quiso contestar y quedaron sin respuesta. Y rezaron por su alma, todo a partir de aquel momento sería distinto en aquella casa.
     Siguió caminando el tiempo y siguió creciendo Aitor.
         Época de amores y desamores.   Cuantas noches se acostó ilusionado y cuantas lloró de nuevo.     Aunque ella lo consolaba y aconsejaba sabiamente, él, tenía que tropezar;     caerse y volverse a levantar, una y mil veces por sí mismo; un viejo nada enseña a un adolescente si se le da la respuesta sin la lección aprendida.
     Elvira, aprovechando su ausencia, a veces se sentaba en aquella cama.  Ponía sobre sus rodillas una cartulina blanca, sujetaba en su mano un bolígrafo y cerraba los ojos tras hacer una pregunta.
       Así pasaron semanas, meses, hasta que un día por fin, lo consiguió.   Quería saber aquello, que un truhán jovenzuelo jamás cuenta en casa.
Tranquila, todo está bien
     .- ¿te podemos ayudar en algo?
          Después de tanto esperar, la amiga,  ya solo tenía una ilusión:
Solo de la mano del niño iré hacia la luz
               Tiró al suelo la cartulina asustada; por primera  y única vez, Elvira pudo oír su voz susurrando, pero nítida y clara:    No tengas miedo, él no vendrá con migo.
       De lo ocurrido aquel día, nadie jamás sabría.
    Y pasito a pasito, los cumpleaños se repetían y aquel niño, y luego adolescente empezaba a querer divertirse de otra manera, acorde con su edad.
           En una reunión de amigas y amigos, alguien puso sobre la mesa un vaso de cristal y se dispuso a colocar a su alrededor unas letras; en ese momento, el vaso salió volando sin que nadie lo tocase, haciéndose mil añicos contra el suelo, justo a los pies de Aitor.  Observando lo ocurrido, todos prefirieron desistir del intento, pusieron música y siguieron con la fiesta;   intentando olvidar ese incidente.
            Cuando entro en su cuarto, todo estaba revuelto, la cama desecha, las puertas del armario abiertas y sus ropas tiradas y pisoteadas.         Aquella noche su amiga, estaba muy irritada por su comportamiento, aunque él, no hubiese sido el promotor de la idea.         Después de echarle un buen rapapolvo, le advirtió que ojalá fuera la última vez que ocurría, hay con cosas que no se juega.
           Otra noche de sábado, Aitor estaba festejando el que un amigo había aprobado el carnet de conducir.
 Salía poquito, pero el día que lo hacía, se extralimitaba bebiendo, como todos.   Por más que se le indicase que esa no era la mejor manera de divertirse.
          Sus padres, esa noche, habían sido invitados a una cena elegante, de esas de empresa, donde siempre está el compañero gracioso que no tiene ninguna gracia, y  a las que hay que no queda más remedio que asistir para no hacer un desprecio a los jefes;   más por quedar bien que otra cosa.  
                 A los pocos minutos de entrar en casa, sonó el teléfono.
    Era la policía municipal; había ocurrido un accidente y los cinco ocupantes del vehículo, serian trasladados al hospital para un reconocimiento exhaustivo.
                       Miguel y Elvira, hasta allí se dirigieron, con sus latidos acelerados por la desolación apretándoles el pecho;  sin saber que había podido ocurrir.
          Un cumulo de circunstancias, habían provocado el siniestro: Sí, demasiado alcohol en sus jóvenes cuerpos, excesiva euforia y velocidad, la ignorancia  de un recién aprobado, los cinco chavales, jugaban riendo y dándose golpes entre ellos (incluido el conductor).
    Todos, llevaban el cinturón puesto, menos Aitor.
               Este, iba sentado en la parte central del asiento trasero;   inclinando su cuerpo metiendo su brazo entre los asientos, intentando hacer cosquillas a los que iban sentados en la parte delantera.
                  Sintió como alguien con fuerza le tiraba de los hombros; sin tan si quiera romperse la luna posterior se encontró de repente sentado en el asfalto, solo, viendo como a cincuenta metros,  en unos segundos,  el coche en el que iba se empotraba contra un muro de cemento a la entrada de una curva.
       Se incorporó perplejo y avisó a emergencias; él tuvo que ayudar a sacar a sus compañeros de aquel amasijo de hierros.     Por suerte, solo sufrieron fracturas leves y como es natural,  jamás llegaron a explicarse la manera en que había salido de aquella situación.
      Esa noche, los tres fuertemente cogidos de la mano, rezaron y dieron gracias. No podía ser de otra manera. 
      La madre sintió una orden dentro de su corazón.   Se incorporó,  se arrodilló en la cama llorando, pudo sentir como unos suaves dedos,  limpiaban las lagrimas de su rostro, dio un sincero beso a la pared y sobre la pintura quedó impregnado el carmín de sus labios.
 .-madre;   dice que nunca quitemos esa marca
           .-no te preocupes, así será
     .-ahora todos a dormir, ha sido una noche muy larga
     En realidad ninguno lo hizo pero los tres lo fingieron.
       Y los días avanzaron y llegaron los dieciocho, por fin alcanzaba mayoría de edad.    Era día de diario, hasta el fin de semana no celebraría con sus amigos el episodio que todo joven espera como un gran acontecimiento.
            Pero al día siguiente de madrugada, le aguardaba una noticia.   Minutos antes de romper el alba, su amiga lo despertó.  La noche anterior le había estado diciendo que la mayoría de edad,  no solo era cumplir  dieciocho años; conllevaba una serie de obligaciones, que algunas veces eran duras de asumir, pero había que ser fuerte y siempre ver su punto positivo o esperar un tiempo para encontrárselo.
      Hizo que se levantase; lo mandó lavarse la cara para que estuviese despejado y que estuviese atento, que le prestase mucha atención.  
          Tenía una importante misión que cumplir.  


viernes, 17 de octubre de 2014

La seguridad ante la incertidumbre



Adjunto:
La fotografía publicada el 13/10/2014
En el grupo: NACIDOS EN CUENCA
Con permiso solicitado


La seguridad ante la incertidumbre
        ¿y si yo falto?

               ¿Quién?.......

¿quién te dormirá en sus brazos

 y tu almohada velará?

¿quién te besará en la frente

y tu mano cogerá?

¿quién se mantendrá despierta

vigilando sin cesar?

¿quién al mínimo suspiro

 a tu cuarto siempre irá?

¿quién paseará descalza

burlando la oscuridad?

¿quién esperará paciente

y al acercarte a su cara

ese beso sentirá?

¿quién te mirará los labios

y  esa palabra esperada

emocionada oirá?

¿quién  en tu frente su mano

todos las días pondrá?

¿quién suplicará a los cielos

que pase esa enfermedad?

¿quién con los brazos abiertos

tus pasos aguardará?

¿quién tu primer rasguño

con lagrimas lavará?

¿quién guardará ese diente

que al ratón ofrecerá?

¿quién cada mañana

entrará en tu habitación,

y al verte como rezongas

aliviará el corazón?

    ¿Quién…? ¿Quien…? ¿Quién…?

¿quién?

¿quién será?

¿Seré yo?

Sí.

Te lo juro,

Yo y solo yo.

 

Ángel Miguel de Llaguno y su madre
 
 
 
 
    Entre los brazos cogido

esa carita rosada

en tu cara apoyará,

en sus pupilas perdidas

ya se pueden reflejar

ansiosas expectativas

de lo que el tiempo traerá,

expresión llena de vida

anhelante de crecer,

para comerse el futuro

que empieza al amanecer.

Y tú estarás a su lado

para verlo florecer,

y levantarlo del suelo

cada vez que en esta vida

deba volver a caer.

 

Para todas las madres