jueves, 23 de abril de 2015

Locura





       Carlos, se marchó, simplemente iba a por pan al súper de al lado de casa.   Pasaron dos horas.  Apareció en casa con Jose el farmacéutico, bueno en un lugar que debería ser su casa, porque allí estaba Ana esperándolo.
           Aquel sitio era un salón, decorado con muebles antiguos, parecía estar justo dentro del súper, como una estancia anexa. A través de un ventanal inexistente, en ningún momento perdía la hilera de cajas de vista.
    Ana preguntó: .- ¿cómo has tardado tanto?
  .- pues resulta que cuando me disponía a pagar, he visto allí una furgoneta, aparcada junto al bordillo de una acera.        Había una pareja con un infernillo en la parte de atrás, pero en el suelo.  Las dos puertas estaban abiertas y era como una especie de vivienda ambulante.
     Resulta que la señora llevaba un aparato para poder oír y no le funcionaba bien. Dentro (en la furgoneta) había un micrófono y el marido entraba a hablar para ver si funcionaba, mientras yo le revisaba los jack, que iban conectados: uno al amplificador y otro a  un audífono.
     Nada, era una bobada, un mal contacto, pero al final se lo he dejado funcionando.
                  Los dos lo miraban con cierta extrañeza. Entonces, Jose entro en la conversación.
            .- ¿pero qué dices Carlos? Hemos estado juntos tomando un par de cañas
.-estás tonto, yo, unas cañas, pero si no bebo
             .-que no es me lo hayan contado, que he estado yo contigo
.-Ana, díselo tú; si no pruebo el alcohol desde hace años.
        Ana lo miraba con incredulidad de  lo que estaba pasando.
           .- pero vamos a ver. ¿Nos quieres hacer creer que yo no he estado contigo?, ¿Que en el súper, había una furgoneta aparcada y que en ella había una pareja cocinando en el suelo, discutiendo porque no funcionaba no se qué aparato de oír?
.-claro que estaba allí, ya os lo he dicho, en una especie de calle al lado de la acera.  Joder, que el aparato he estado arreglándolo yo.     O es que me queréis hacer creer que estoy loco.
          De repente irrumpió en el gran salón, saliendo de detrás de unos amplios y pesados cortinones un señor mayor.  Debía de ser el dueño del súper.  Se puso a vocear. Todo aquello tenía que ser olvidado.      Nadie nunca podía saber lo sucedido en aquel sitio y que para dejarnos marchar tendríamos que salir por una especie de gatera (a modo de tunelillo cuadrado) que estaba justo frente a la caja.
      Primero salió Ana.  Luego Jose, el gran culpable de todo aquel des alisado.  Arrastrándose como una rata por aquella especie de cloaca, con un resplandor de luz al fondo.
        Entonces, una ligera imagen aérea, mostro la panorámica de que aquello era un sueño.   El tal Carlos no era otro si no yo.
      Podía haberme despertado en ese momento, pero consciente de lo que estaba ocurriendo decidí seguir soñando y así al mismo tiempo analizar lo que iba sucediendo para sacar alguna reflexión de ello.
    En ese momento me negaba a salir por ese agujero.   Yo no me arrastraba ante nadie.      A la vuelta de una esquina a un metro y medio escaso se encontraban unos peldaños de piedra bajo una puerta.
    Yo pretendí salir por ella.  De pie, con la cabeza alta y mi razón como bandera, pero dos esbirros de aquel señor poderoso me lo impidieron, dejándome allí.   En aquel lugar confinado.
             Cerca había un patio, un corral de gallinas, un poco antes, unas oficinas con sus mesas, sus secretarias  y en la pared, unas puertas que daban a un aseo.
       Pedí permiso para entrar.        Ninguna pareció prestarme la más mínima atención.  Era como si no existiese, pero una de ellas alzó su mirada impidiéndome la entrada.
    Salí de allí con la intención de ir a orinar al patio.     Ya no podía aguantarme más.
        Aparecieron a mi lado dos nuevos personajes.       Pretendían hacerme entender que confundía los sueños con la realidad, que en mi enfermedad, alternaba momentos reales con ocasionales pautas ficticias y que a lo largo del tiempo, había llegado al grado de mezclarlas con tal naturalidad que no era capaz de diferenciar la realidad de la ficción.
      Yo no estaba loco, solo ellos, eran los equivocados.     Querían hacerme creer que mi estado no era normal por alguna extraña razón que no llegaba a entender.
       Tranquilicé mi indignación, respiré hondo y me puse a pensar en cómo deshacer ese entuerto.
      Aquel era un mundo de locos.      Si yo no lo estaba, de ningún modo me entenderían, pero si era capaz de hacerles creer que lo estaba, entonces sería una persona normal para ellos.
      Me empezaría a comportar compulsivamente.     Me haría mis necesidades encima.        Todo lo que era realidad lo interpretaría como sueño y aquello que yo sabía que era un sueño lo asumiría como realidad.
         Pero…… ¿Como diferenciar lo que para mí era real de lo que ellos consideraban delirios?
    Era sencillo.     Seguiría dormido para poder seguir controlando la situación y cuando el despertador sonase, entonces sabría que el abrir los ojos y vestirme, era cuando empezaba a soñar.
                Sonó el despertador.    Intenté seguir en mi estado, para alargar aquello de lo que me faltaba el final.
       Seguía sonando.  Ya tenía que faltar poco tiempo.   Tenía que aprovechar los últimos minutos para averiguarlo.
            La voz de Ana restalló en mis oídos:
    .-vamos Carlos, que hay que vestir a Raquel
         Me levanté y en mi mente guardé lo soñado, para no olvidar la incertidumbre de mi estado cuando todos creían en mi locura.
           Todos menos yo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario