Según entró en el habitáculo, los aullidos
cesaron de golpe.
Tago, quieto en la entrada, no se
explicaba lo que había pasado, ni porqué camino había vuelto del más allá del que hablaron sus ancestros. El
resto lo miraban con miedo; nadie había regresado nunca tras la salida del sol
y menos pasados seis días y seis noches.
Él les habló, de dos seres de
rostros de luz; que a uno de ellos le resplandecía como una media
luna a cada lado de la espalda.
Que había comido cosas
desconocidas; lo repugnante del olor en aquel lugar y la
sensación de mirar a los ojos.
Aquel hecho recorrió todos los habitáculos y
todos empezaron a sentir un miedo atroz, se apartaban de él, su cuerpo aún
conservaba restos de ese olor, pero los
niños “estos
más inocentes” se ponían frente a él aunque a cierta
distancia para mirarle a los ojos, los que Tago, habría con fuerza, dejando ver sus
pupilas enteras.
En la siguiente luna llena, se volvieron a
oír las carreras, las carcajadas, las voces y los golpes. Tago ya no tenía
miedo, sin poder salir, pues el brillo de la luna llena le causaría la muerte,
entreabría una rendija en la gruesa puerta, esperando verlas saltar y correr.
Una noche de cuarto
menguante, los sabios del lugar
decidieron sacarlo al hospital junto con los tullidos para deshacerse de él y
así nunca más volver oír historias que enloquecieran
a la comunidad.
Tago se armó de
valor; hizo un montón con todos los resignados a
morir siguiendo las normas impuestas y se encaramó a la alta tapia. Entonces gritó:
.- LU-NAAAAA,
LU-NAAAAA.
No estaban lejos de allí
y llegaron enseguida. Tago había caído
al exterior de la tapia, estaba magullado y exhausto.
El gritar aquellas
silabas lo habían agotado.
Luna.- no te asustes, somos
nosotras
- Tago dio
varios aullidos-
Luna.- ¿ya estamos? mira que te
doy
Alynka.- él no habla como nosotras
Luna.- es verdad, desde ahora
hablaremos siempre en su idioma
Alynka.- vamos a casa, apóyate en
nuestros hombros
Tago llevaba su pierna lesionada por la
caída. Cuando pasaron por la puerta del
habitáculo, hizo un intento de detenerse, para entrar de nuevo allí, en el
sitio donde no lo querían.
Alynka.- no, aquí no, a casa
Luna.- a la nuestra –tocándose el pecho-
Tago.- tú Luna, yo Tago
Alinka.- te vamos a curar, pero te
va a doler
Curar y ayudar no estaba en el vocabulario de su especie, pero ya lo aprendería.
A las afueras se sentaron a
descansar y lo cubrieron con un amasijo hecho de cachos de tela anidados para poder
protegerlo del reflejo de la luna.
Alynka.- nunca nadie debe saber el sitio donde
vamos
Tago.- más allá
Luna.- nunca, nunca, nadie
Tago.- nunca nadie más allá
Cuando llegaron el
olor le impedía entrar.
Había otra grieta cercana aunque un poco
menos profunda. Esa sería la casa de Tago.
Sabían que de esta vez no
intentaría escapar en la noche, pues era repudiado por los suyos.
Alynca.- ahora te va a doler,
agarra estas piedras entre tus manos y apriétalas fuerte
Luna.- preparada mamá
–Apretando sus manos por encima de las de Tago-
Alynka cogió su pierna por el
tobillo y de un tirón seco, colocó su rótula.
De su garganta salió un alarido que se pudo oír desde los habitáculos, aquello
que estremeció a todos.
Para evitarle más
sufrimiento Luna le lanzó un golpe certero al cuello que lo quedó dormido y después se dispuso a entablillarle toda la
pierna.
Luna.- lo siento mamá, pero…
Alynka.- piensa un poco
Luna.- era porque no sufriera
Alynca.- pues entonces, si es por eso, el golpe dáselo un poco antes de que yo me
ponga a colocarle el hueso
Luna.- claro, mejor, para otra
vez ya lo sé
Pasaba el tiempo, Tago ya recuperado, para
nada salía de su grieta.
Era amplia y le abastecían de aquella cosa a lo que llamaban comida. Se
encontraba fuerte, vigoroso como nunca antes.
A cambio de sus cuidados, él
les contaba cómo vivían; que las piedras
que caían del cielo las trituraban y estas servían de filtro para el líquido
voraz que se recogía en grandes recipientes; luego lo dejaban reposar y eso era su alimento. Un cacito diario por ser.
Era algo escaso, por lo que para conseguir no
quedarse sin él, se abrían paso a golpes hasta llegar al repartidor.
En alguna ocasión alguno quedaba malogrado y
lo que no sirve va al sitio del nunca más.
Luna.- o sea mamá se refiere al
hospital
Alynka.- sí hija sí, menudo
hospital
Los de piel oscura, tenemos que recoger las
piedras y los pálidos, mueven las ruedas del molino y la estrella que
proporciona luz.
Luna.- ¿y los niños?
Tago.- retiran los restos en cestos a un montón; esos gases les provocaban abultamientos en la
piel y pocos llegan a una edad mediana
Luna.- y tú ¿Cuántos años
tienes?
Tago.- no se años
Alynka.- y qué más da
Tago estaba totalmente recuperado. Ahora eran
tres.
Alejados de los habitáculos,
corrían, levantaban pesadas piedras, trepaban con rapidez y habilidad por
peñascos escarpados. El cuerpo de Tago
era distinto, había cogido fuerza y destreza en sus movimientos.
Las noches de lluvia permanecían los tres en
la casa combinando enseñanzas mutuas.
En
luna nueva a tago le gustaba aproximarse sin ser visto y observar callado a sus
hermanos recogiendo esas piedras caídas.
En cuarto creciente, tenía prohibido asomase
(No pensaban que fuera bueno que viese que
aquel alimento eran sus hermanos)
El
resto, a preparar su cuerpo para hacerlo más fuerte y ágil.
Excepto
en Luna llena, que era la noche de correr y soltar carcajadas golpeando las
piedras por todo el poblado ellas solas.
Tago.- Cuanto me gustaría ir con
vosotras, pero esa luz me abrasaría
Alynca.- podrás venir y saltarás
junto a nosotras
Tago.- cuando
Alynca.- primero hemos de hacer
varias cosas
Luna.- ya verás, es muy divertido.
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