miércoles, 19 de enero de 2011

Tal vez

    Siempre he oído eso de que hasta San Antón pascuas son. Ya se acabaron las fiestas de navidad y reyes, las clases han comenzado, calles vacías, sin adornos ni luces llenan nuestra ciudad esperando el fin de semana para cubrirse de paseantes e impregnarse del bullicio producido por el correr de los niños si el tiempo lo permite.
    Mientras tanto, la niebla, como cada año, empapa los adoquines de la zona antigua, los edificios ensombrecidos esperan que un rayo de sol los reconforte en la larga espera, hasta que las golondrinas vuelvan a poblar los aleros de sus tejados y los monumentos, lloran la humedad que les corroe el alma de piedra arenisca cada invierno.
    Al caer la noche, a media tarde, en la calle tan solo dos personas, las menos afortunadas, cobijadas bajo los soportales de la plaza se frotan las manos recubiertas por unos guantes roídos para ver si entran en calor, mirando el reloj del ayuntamiento, haciendo tiempo para extender los cartones e intentar dormir un rato bajo la mirada disimulada de un policía municipal que prefiere no ver.
    Estos días en los que el color gris parece teñir de tristeza el ambiente, leo atentamente “el inmemorable momento perfecto” en el blog de Ferdinando. Lo que está claro, es que en el reino de los ciegos el tuerto es el que más ve, por lo que visualizo esa gran avenida que discurre por mi cerebro. Todos los semáforos están en rojo y no solo sé que jamás estarán en verde, tengo la sensación que muy pocas veces los hallaré en ámbar.
    Mira por donde, es un momento perfecto dentro de la imperfección, mi niña lleva unos días en que estira solita la pierna, y no siente apenas dolor al cambiarla, un momento ideal para jugar sin temor a producirle molestias, miramos al cielo buscando los pájaros y al andar vamos pisando sus nidos, más nos valdría cambiar esos prismáticos que utilizamos para ver el horizonte por unas lentes de cerca.
    No quisiera ser conformista, ni renunciar a la lucha por ciertos ideales, pero quien hambre tiene con pan sueña y tal vez, todo sea tan relativo como los sueños de uno mismo, tal vez, cuando la ausencia de niebla deje entrar la luz, cuando los días sean más largos, cuando las calles recobren la vida y las golondrinas ocupen sus nidos, en esa gran avenida algún semáforo se tornará de color verde, tal vez “espero que no” en ese momento a mi niña le empiece a molestar de nuevo la cadera y entonces el color sinceramente, me sudará los huevos.
         Entre el pretérito imperfecto y el futuro perfecto, esta como siempre el presente de indicativo, que no tiene porqué indicar nada, claro si tu no quieres.

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