viernes, 22 de octubre de 2021

Hijos del fuego.- 01

 

CAPÍTULO.- 01

 

 

             El hermano Francisco (el de mayor edad) llega a Guadalajara para prestar sus servicios en el hospital;
       los primeros días se dedica a recorrer con el capellán una a una las habitaciones acompañando a los enfermos y familiares, pendientes de si alguno requiere de sus servicios y días más tarde se incorpora a la plantilla como celador, para empujar las sillas y las camas de un sitio a otro.    Ayuda en trabajos de oficina, ordenando datos de adscritos a la seguridad social y entretiene las tardes en dar paseos y conocer las calles de aquella ciudad.

              Los primeros fríos comienzan a hacer mella en la población,  “sobre todo en la de cierta edad” urgencias se satura con gripes y neumonías.        Ante la falta de medicamentos la mejor forma de curarse es permanecer protegidos  en casa y mantener el estomago caliente a base de caldos.

Francisco recorre las calles con un puñado de estampas en el bolsillo, repartiéndolas a aquellos que se dignan a abrirle la puerta, si no como curación, al menos poder proporcionar esperanza y consuelo con sus palabras.

       Se para frente a una puerta, bien sabe él donde va a llamar; el número siete de aquella calle está marcado en su agenda. El dueño ha estado días antes en el hospital y no tenía muy buena pinta;    su edad y salud deteriorada no son buena compañía a ciertas enfermedades o mejor dicho a ninguna.

     -Al abrir la puerta el señor se queda sorprendido-

.- Hola don Anselmo, hoy he cambiado mi uniforme por este. No vengo a empujar la cama con su cuerpo, pero sí a acomodar su alma ante Dios.

           .- pronto quieres que me dejen de hacer efecto las pastillas

.- no, no, todo lo contrario, pero una cosa no está reñida con la otra.

            .- la verdad es que con ese hábito, no sé si dejarle pasar.

.- qué más da como vaya vestido

           .- no soy yo mucho de rezos y esas cosas

.- pero eso no le impide que podamos hablar, yo vengo a hacerle algo de compañía, aunque una oración tampoco creo le hiciera ningún daño.

           .- bueno pase, prefiero su compañía a que los vecinos lo vean así vestido en mi puerta.

 

        Se sentaron junto a la mesa camilla bien vestida por manteos y con un brasero dentro que enseguida hizo le entrasen los pies en calor.       Anselmo saco del mueble una botella de coñac y dos pequeñas copas.

        .- bueno, digo yo que el hábito no será impedimento para un reconstituyente de este calibre.

.-No soy  de mucho beber,    pero con este frio sí que se agradece.

             -Anselmo se puso a servirlas-

.- vale, vale, con media copita voy servido

           .- ya no hay ni monjes como los de antes

.- y qué, ¿vive usted solo?

         .- no, vive conmigo mi hija, pero está trabajando

.-pero el otro día fue solo al hospital

        .- bastante guerra le doy como para molestarla más, ella tiene que cumplir con su horario y yo tampoco estoy tan mal, ya voy recuperando.

.- y usted ¿de qué ha trabajado?

          .-estuve en una fábrica de muebles, pero bueno es pasado, pasado está.

.- pues sí, ahora a vivir lo que quede lo mejor posible

           .- y tú ¿cómo es que te metiste a monje?

.- pues…. Las cosas que se cruzan en el camino.      Por cierto, me tengo que ir, lo siento pero se me ha pasado el tiempo volando; aquí le dejo esta estampa para que le lleve cerca del corazón y si algún día se ve con ganas  se acuerde de rezar un poquito,   que eso no puede venir mal.

        .- bueno amigo, porque ¿le puedo llamar amigo?

.-Si claro

        .- pues cuando tenga un rato, no me importa que se pase por aquí para echar una conversación y una copita, aunque venga vestido de esa manera  –con un gesto de agradable sonrisa-

     Tras aquel encuentro, el hermano pasa una vez a la semana para vigilar su evolución e interesarse por las anécdotas que a veces le comenta de su pasado.

.-Buenas tardes don Anselmo, no lo veo hoy muy animado

        .-más o menos, llevo unos días que parece que me falta el aire

.-las neumonías son muy malas si no se cuidan bien

         .-seguro que un rato de conversación y una copita no pueden venir mal

.- ¿ha rezado usted esta semana?

         .- que preguntas, bien sabes que no

.- pues eso tampoco tiene por qué venir mal

               -como siempre se sientan a la mesa camilla y comienzan a hablar-

.- me dijo usted que había sido carpintero

        .- sí, yo tenía estudios, pero por circunstancias acabé cortando tablones, ya ve.

.-pues yo siempre he pensado que tenía cara de militar

        .- ¡no!, yo no

.- ¿y en la guerra?

    .- la guerra es mejor olvidarla, ella destrozó mi futuro y tras pasar unos años… bueno son cosas de las que mejor no hablar.

   -A  don Anselmo le brotó de los pulmones una tos bronca y se levantó al servicio para escupir a la taza del váter la mucosidad-

   En ese intervalo de tiempo, francisco abrió un cajón al azar;  levantó unas carpetas y allí en el fondo, pudo ver una fotografía antigua de unos oficiales en el frente.

   Cuando regresó, francisco no podía dejar de mirarlo.
 Lo pasado es pasado, para que preguntar.

.- le he traído unas pastillas que seguro que le irán bien

         .- pero esas no son las que me recetaron

.- desde luego que no, qué se piensa, están solo son para gente pudiente y aunque se las recetasen no creo estén al alcance de cualquier bolsillo.

         .- la vida no cambia en este país, poderoso es don dinero.

.- solo he podido traer estas cuatro, tómese dos por la mañana y dos a media tarde y ya le iré yo trayendo más

        .- ¿y las otras?

.- las otras no le hacen nada de todas formas, bueno algo hacen, pero vamos.

      .- tú ante todo no te metas en ningún jaleo, a ver si te van a pillar

.- bueno don Anselmo, que hoy tengo prisa;     si puedo mañana nos vemos, pero que no se le olvide tomarse las pastillas y de esto ni una palabra a nadie.

        .-tranquilo que no se va a enterar ni mi hija

.- mejor.  Bueno, me voy que llego tarde.

         Al día siguiente don Anselmo siguió a pie de la letra las recomendaciones de Francisco, así que tomó aquellas dos pastillas por la mañana y a media tarde lo mismo con las otras dos.

                 En casa se presentaban a las diez de la noche los servicios de emergencia; en su pecho, los pulmones encharcados.     Era trasladado al hospital y tras varias horas de agonía se firmaba su defunción.

 


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