sábado, 2 de septiembre de 2023

Esperando una señal

 

     

 

Esperando una señal

 

     El día para el resto de la humanidad puede ser que amaneciera como todos, con la normalidad de la rutina que hace olvidarse del ayer y andar por el presente sin ver más allá de las tareas que realizar hasta el medio día.

     Para ella sin embargo, sería el primero de muchos en que el afrontar la vida se le iría haciendo cada vez más cuesta arriba.    Los sueños la atrapaban, no le importaba vivir en una realidad paralela porque por insultantes que fueran sus pesadillas bastaba con abrir los ojos para que desaparecieran por un instante, aunque al volverlos a cerrar se reincorporasen a su mente temerosa intentando atormentarla por tiempo indefinido.

       No se atrevía a hablar con nadie de aquello que le pasaba, pensarían que estaba loca, que todo era producto de su imaginación.           Su reputación como soñadora y persona a la que le encantaba crear historias ficticias hacían que su propia familia creyese que veía tormenta en un día soleado, expresiones de odio en abrazos calurosos y insinuaciones lujuriosas en miradas de ternura.

      Su habitación se había convertido en un refugio, su cama en una celda de la que solo salir cuando estaba sola en casa;  unos cuantos pasos pasillo adelante hasta llegar a la cocina donde aprovisionarse de comida y agua para el resto del día y la noche.     Sus sábanas eran la mejor compañía ya que por mucho que la abrazasen nunca le harían daño o algo que ella no desease.

   Como confiar sus pensamientos a su entorno más cercano;  con su madre se sentía una incomprendida a la que nadie quería entender, hace ya tiempo le había insinuado sus preocupaciones, cosas y gestos que veía, acciones que no eran propias ni dignas de cierta persona, pero todo eran excusas y mirar para otro lado siguiendo con sus tareas cotidianas, parecía importar más la cagada de la mosca en el cristal de la ventana del comedor, que pararse un segundo a escuchar y pensar en la gravedad de lo que se le estaba contando.

                 Su padre, como hablar con su padre, nunca tenía tiempo, llegaba tarde a casa e iba directo al ordenador a apuntar todas las facturas y cuentas del día.         Tras una cena rápida se iba a la cama, al día siguiente había que madrugar para seguir manteniendo a esa familia que más bien parecía un saco roto, donde nunca llegaba el dinero a fin de mes con los armarios llenos de ropa y zapatos que no se utilizaban y el trastero a rebosas de artilugios amontonados, aparatos carísimos de hacer todo tipo de gimnasia que nunca se llegaron a estrenar.

           Dos años mayor que ella, su hermano seguro que podría prestarle algún tipo de apoyo, si no fuera porque era el mayor cómplice de la adversidad de todas las penurias que se reflejaban en sus sueños.     La acumulación de frustraciones e impotencias se habían instalado en ella hasta las entrañas y cada día que pasaba se acrecentaban sus ansias de volar en libertad cogiendo impulso desde la ventana de su habitación, como liberación de sueños y realidades que se aproximaban a pasos agigantados.

      Ya solo faltaba una semana para que se acabasen las vacaciones de verano, “que excusa buscar para no asistir a clase” pensó en romperse cualquier parte de su cuerpo, pero el dolor la atormentaba aún más, sin embargo el suicidio era algo idóneo; se levantaría a media noche cuando la calle está desierta, no tenía ni que vestirse, tan solo abrir la ventana y lanzarse al vacío.           Unos segundos “seguro no serían más de diez los que tardase en descender los siete pisos que la separaban de la acera o tal vez menos”  con los ojos cerrados no vería como se  aproximaba a las baldosas de cuadros donde yacería su cuerpo hasta que algún transeúnte pasase camino al trabajo. No gritaría y si por casualidad lo hacía, nadie le daría importancia a un sonido agudo en la noche, seguido de un golpe sordo y amortiguado.

         No volvería a sufrir las vejaciones de sus compañeras de clase por utilizar esas gafas tan horrendas de culo de vaso, ni tendría que soportar las miradas de ese profesor que siempre la sentaba en primera fila para clavar sus pupilas en sus formas de muslos y pechos con un codo apoyado en la mesa y la otra mano manoseándose disimuladamente la bragueta, una violación que sufría a diario y de la que nadie parecía querer reconocer.

               Cuchicheos entre todos los compañeros en los pasillos, gestos imitando la grosería por parte tanto de chicas como de chicos cuando pasaban a su lado en el pasillo,  conversaciones en el servicio,  diciendo todo sin decir nada,  con el único fin de regodearse en su malestar, recreos sentada en la taza del servicio para que nadie le viera llorar mi impotencia.

 

          Ese día decidió darle otra oportunidad a la vida, esperó a que llegase su hermano y lo llamó a su habitación.  Tardó en ir, pero al final se decidió a entrar para ver que quería.

            Cuando entró, ella estaba en pijama, lo primero que hizo fue clavar su mirada  en su pecho, la incomodidad no le permitía decir ni palabra, no merecía la pena, era igual que el profesor del que pretendía escapar.       Le pareció ver la luz, cuando él me pregunto    -¿Qué querías?  Levantando su mirada y mirándole a la cara con gesto agradable.            Se armó de valor para preguntarle que si no le importaba que al empezar de nuevo el curso se repitiesen las burlas y el acoso hacia su persona; parecía no saber nada, lo que allí ocurría le era indiferente, él y su círculo de amigos no se inmiscuían en cuestiones ajenas a sus actividades deportivas.       Entonces como tabla de salvación le propuso que la apuntase a los cursos de natación para estar dentro de su círculo cercano.  Su contestación le hizo volver la cabeza mirando la ventana y no pasar más tiempo en aquella irremediable tortura.

-          ¿Tú conmigo a natación? Ja, ja, ja, seguro que con esos flotadores no te hundes

      Que desesperación, tener en casa al peor enemigo, el machito de cursos superiores que debería preocuparse de que nadie se metiera con su hermana en vez de reírse de las “gracias” que los demás hacían de ella, pero que podía esperar de esa panda de borregos.

       Por la noche se asomó a la ventana, el fresco de mediados de septiembre la invitaba a iniciar su ansiado viaje, tras cerrar los ojos y empezar a inclinar el cuerpo hacia el vacio, un ruido la sobresaltó;  un par de gatos reñían en el tejado de enfrente entre carreras y maullidos.      –Putos gatos, el susto que me han pegado.  Un instante en el momento justo, para volver a pensar que tal vez, aún había remedio.

              Al día siguiente se puso al lado de su madre, para intentar contarle aquello que le pasaba, por lo que no sabía cómo afrontar el volver a clase, pero sin mencionarle nada de sus intenciones.

         Por sorpresa la madre accedió a que le ayudase a hacer las faenas cotidianas de cada mañana habitación por habitación.    Mientras cada una cogía una esquina de la colcha para estirarla, ella empezó a contarle todo lo que le había pasado con las compañeras el curso anterior.

   La madre parecía incluso justificar eso que para ella eran tonterías, cosas normales que habían ocurrido siempre y que nadie se había muerto por ello.     –cuando yo era pequeña, también nos burlábamos de otras chicas, pero ya de mayores todo se olvida.

     Intentó contarle lo del profesor, pero le daba tanta vergüenza.

    Fueron a hacer la cama de otra habitación, soltó la sábana y miró fijamente a su madre.  –Además el profesor de ciencias, muchos días parece que se masturba mirando mi cuerpo y todos lo ven, pero ninguno dice nada.

  La madre comenzó a reír.   – pero como va a hacer eso el profesor, eso son imaginaciones tuyas anda que el instituto no habrá chicas más guapas y más provocativas que tú.

      Estaba visto que la cosa no tenía solución, solo necesitaba un punto de apoyo, alguien que le aconsejase como poner fin a aquella locura, simplemente saber cómo encarar el camino a seguir para sacar fuerzas de flaqueza en aquella situación.

         Dos días más de sí pero no, decidiendo como hacer aquello que su mente le ordenaba, pero su juventud le decía que no era el momento, que le quedaban muchas cosas buenas por vivir,   aunque le restasen otras cuantas que soportar.           Cada día sus pesadillas eran más contradictorias y a la vez más crueles, le costaba mucho más trabajo despertar y librarse de ellas,  cuando lo conseguía estaba empapada en sudor y los nervios le hacían sentarse en la cama y romper a llorar por miedo a volverse a dormir y repetir la misma historia.

              En la oscuridad el pánico la apresaba y la única forma de liberarse estaba en aquella ventana.

          Encendió la luz como única forma de evitar la irrefrenable tentación de abrirla de par en par y terminar con todo de una vez.

         Se sentó junto a la puerta, para estar alejada de la voz que le llamaba insistentemente:  

       –“no tengas miedo, solo unos segundos y todas tus preocupaciones se perderán en el universo”.

          Como no iba a tener miedo, si no lo hubiera pensado esa noche, si no hubiese sido por esos putos gatos ya no tendría que estar pasando por este calvario de indecisión.

  Varias horas sin cerrar los ojos, varias horas revelándose ante la posibilidad de dormirse y volver a soñar.            La noche si iba acabando, empezaban a despuntar las primeras luces en el horizonte y en la calle comenzaba a transitar gente, por fin podía abrir la ventana para que entrase el fresco y despojarse del calor que invadía su cuerpo.

      Con la ventana ya abierta, puso una almohada en la puerta para que hubiese corriente, se tumbó en la cama totalmente desnuda e intentó dormir un poco, a ver si con la luz del día las pesadillas no eran tan insistentes.        Poco tardo en volver a despertar sobresaltada rezumando terror por cada poro de su piel.          Era imposible, mejor levantarse e irse a pasear por ningún sitio en concreto, se distraería dando vueltas por las calles, sí, aunque no estuviese en la cocina a la hora de desayunar, nadie la iba a echar de menos.

 

         Viernes noche, quedaban dos días para decidir su destino, dos días más de tormento para bien o para mal;   tenía claro que la noche del domingo daría un paso sin marcha atrás, un paso que solo podía evitar el que algo le hiciera ver la luz que se le negaba, algo que le hiciese quererse y sentirse querida, algo que justificase esa mierda de vida.

      Miró al firmamento rogando al cielo que le enviase esa solución que en la tierra no encontraba, una señal, un rayo, un trueno, una estrella fugaz a la que pedir un deseo.   Un viento fuerte que la rodease con sus brazos y la impulsase al vacío sin vuelta atrás.  Le daba igual cual fuera en desenlace, solo quería terminar con la incertidumbre y que el amanecer siguiente, fuera distinto a esos últimos amaneceres de apatía y soledad.

               Dos noches más de sentarse junto a la puerta con la luz encendida mirándose los dedos de las manos y de los pies como única distracción para no cerrar los ojos.  Dos noches más de sudores empapando su cuerpo y alma cada vez que daba una cabezada provocada por el aburrimiento y el cansancio acumulado.

   Por fin llego la noche del domingo, como si nada ocurriera preparó la mochila con los libros y puso sobre la silla el uniforme bien planchado, se acostó y apagó la luz.  Esperó a que todos durmiesen para encenderla de nuevo y sentarse en el escritorio frente a un folio en blanco, con el bolígrafo en la mano.        Ni merecía la pena al dejar una carta de despedida, pero era la única manera de dejar constancia de su realidad, por si otras personas podían tomar nota de lo ingrata que es la indiferencia.

    A cada frase que escribía volteaba la cara hacía la ventana esperando ver en el cielo esa señal que le hiciera cambiar de opinión.  Noche de cielo raso lleno de estrellas en quietud pareciendo guardar luto a la luna nueva, ni el aire hacía ademan de moverse para no provocar el menor silbido entre los edificios, en el tejado de enfrente ninguno de los gatos marcaba su territorio y por la calle ni un alma paseaba arrastrando los pies por las duras baldosas.

    Se quitó el pijama, totalmente desnuda se miró en el espejo odiando aquellas insinuantes curvas tan deseadas por otro y tan odiadas por ella.

   Sacó del armario su mejor vestido, se pinto los ojos y maquilló sus mejillas, roturó con carmín sus labios y se dispuso a pintarse las uñas.   “Quería estar guapa en ese último viaje”.

      El reloj marcaba las seis, buena hora para sacar un billete solo de ida a ninguna parte. 

                               (De repente alguien abrió la puerta)

.- ¿Pero qué haces despierta? ¿Cómo estás tan arreglada?

    .- Nada papá, me voy de viaje

.- ¿De viaje? ¿Dónde?

          La cogió de las manos y la sentó junto a él en la cama.  Ella no quería hablar, intentaba mostrar que todo era una broma o su padre frustraría todas sus intenciones. Dibujaría la situación como una de tantas locuras de las que se le pasaban por la imaginación y ella teatralizaba.

.- No me mientas, cuéntame todo que yo estoy dispuesto a escuchar pacientemente.

       Era la señal que esperaba, por fin se veía llena de fuerza para soportar cualquier cosa y plantarle cara a la vida y a la muerte.       Comenzó a relatarle todas sus vicisitudes con pelos y señales, lo que había pensado hacer y cómo noche a noche había ido planeando su último viaje.

     El padre seguía allí a su lado, callado, escuchando cada palabra, cada suspiro, observando cada gesto que hacía con sus manos sin perder detalle.

    Ella se levantó y se fue hacía la ventana, en ese momento el padre la retuvo cogiendo su brazo con fuerza.

     .-No, no te preocupes, solo voy a romper ese papel que he escrito hace un rato, no merece la pena que nadie lo lea

.- ¿Y yo? ¿Lo puedo leer yo?

      .- No, tú menos que nadie, te haría mucho daño y no lo mereces.

 

        Cuando las primeras luces del alba entraron por la ventana, los encontró a los dos abrazados dormidos sobre la cama; ella con su vestido de gala, a él con la ropa del trabajo al que después de tantos años hoy llegaría tarde.

   Cuando entró su madre a despertarla allí se los encontró a los dos.

           El padre solo levanto la cabeza y con gesto desagradable le mando marchar de allí y cerrar la puerta, esas horas, eran solo para ellos y sus dulces sueños.

          Las pesadillas se desvanecieron como humo llevado por el viento. 

               No tenía importancia el que su padre fuera a ir con ella para hablar con el director y que si era necesario la cambiaría de colegio, no sin antes dejarle varias cosas claras a cierto energúmeno.

    Para ella lo realmente importante era haber sido escuchada, saber que había una mano a la que confiar la suya y una persona que intentaba comprenderla.

 

 

Carlos Torrijos
C.a.r.l. (España)

01/09/2023

   

 

 

 

 

 




 

2 comentarios:

  1. Yo diría que cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia .. de hecho es un relato de muchas situaciones que se viven en la realidad ...lamentablemente. . Abrazo caro amigo.

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  2. Cuán difícil es escuchar…Maravilloso

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