jueves, 4 de agosto de 2016

Paulina y Fidel .- 7




          Esa madrugada, don Fernando había aparecido muerto en la calle, le habían robado todo el dinero, cerca de él tan solo un objeto caído en el suelo. Un reloj, que todos identificaron como de Fidel.
           Aquel reloj lo había perdido en la carrera hasta su casa la noche de aquella partida, pero nadie lo creyó.   Si era así ¿cómo había aparecido cerca del cadáver?
         En la cárcel, las torturas y vejaciones no cesarían hasta que confesase la culpa, pero él siempre mantuvo su inocencia.
     Gracias a la gente del mercado, que lo conocían bien, en aquel tiempo que pasó encarcelado, no le faltaba alimento a su mujer y su hijo.    Ella, “más limpia que los chorros del oro”, todos los días recogía uno por uno todos los puestos  al terminar la jornada y el crio, ayudaba a lo que podía, dando ánimos a su madre, la única alegría que le quedaba.
   Los vecinos, la ayudaban dándole ánimos y paliando con visitas sus horas de soledad.   Para poco más se podía.

                Pasado un año de penurias, calamidades, aderezado con miradas excluyentes,  el destino quiso, que aquel extraño del que ni siquiera nadie se acordaba, fuera apresado cerca de allí, en un pueblecito donde las cosas no le salieron como él pretendía.   Un delito menor, pero suficiente para ingresar en prisión.
      Como forma de rechifla, hasta nueva orden lo acomodaron en la misma celda en que estaba Fidel.
Guardia civil.- ya estáis los dos hermanos juntos
Fidel.- ¿cómo hermanos?
Señor.- sí Fidel, soy tu hermano mayor, soy Juan
Fidel.- ¿tú eres Juan?
Señor.- sí, te reconocí el primer día, por tu forma de jugar
Fidel.- no, tú no mereces ser mi hermano
Juan.- te dije que nos volveríamos a ver, ya nacimos siendo carne de presidio
         Esa tarde, en un rincón del patio Fidel, recordó paso a paso aquella última noche.    Estaba todo claro, al estrecharle la mano, pronunciando aquella frase, (cuenta saldada para despedirse), su propio hermano le había robado el reloj y después lo dejó en el lugar del crimen para involucrarlo a modo de venganza.
     Habló con un preso que era zapatero y arreglaba en su celda el calzado de todos los guardias, le cambiaría una cuchilla por todo lo que quisiese, el tabaco de tres meses.  Con un gesto accedió, se la daría a la hora de la cena.
    Sonó la sirena, volvieron a la celda.    Fidel estaba demasiado flojo, para enfrentarse a su hermano cara a cara.
        Pasaron varios días.  Fidel cada noche, debía de aguantar las palabras burlescas de aquel miserable.     La rabia contenida, tan solo alimentaba aún más la triste impotencia de aquella mente y un cuerpo tan maltratado. Bastante esfuerzo era poder despertar cada mañana y ponerse en pie.
    La noche cayó. La luna llena dejaba una estela de luz a través de aquel ventanuco.
Juan.- parece que te han zurrado bien
Fidel.- cállate
Juan.- recupérate pronto, que tenemos una cuenta pendiente
Fidel.- déjame en paz
Juan.- te voy a bajar yo esos humos, mocoso. ¿Te pensabas que te ibas a reír de tu hermano mayor?

          Esperó a que estuviese dormido, se acercó a su catre, de un tirón, lo tiró al suelo, quedando Juan boca abajo y con su cuerpo enrollado en la manta.   Fidel se sentó sobre él inmovilizándolo y cogiéndolo por el flequillo tirando con fuerza y puso la  hoja de la cuchilla en su garganta.    Al oír la algarabía, un guardia se acercó, pensó: que se maten.  Tan solo disputa entre hermanos y además delincuentes.    Daría la voz de alarma.    Pero sin prisas.
Fidel.- ahora vas a confesar todo o te rebano el pescuezo
Juan.- sí, yo maté a aquel hombre ¿y qué?
Fidel.- más alto que no se oye
Juan.- sí, yo lo mate y es el mismo camino que va a seguir aquel que se enfrente a mí ¿Os habéis enterado? y luego, puse el reloj a su lado para así matar dos pájaros de un tiro, ¿te pensabas que tú te ibas a ir de rositas?
Fidel.- eres un mal nacido
      Juan, sin intentar moverse, empezó a reír a carcajadas, como si confesar esa vileza engrandeciera su prestigio en aquel lugar.
Fidel.- estás loco
Juan.- siempre fuiste un niño cobarde, esto que estás haciendo lo pagará tu familia
   En ese momento los guardias se disponían a abrir la celda para reducirlo.      Fidel, sudoroso, en la oscuridad vio la imagen de su mujer y su hijo esculpida en la pared por la luz de la luna.   Cerró los ojos, tiró con fuerza de su mano derecha y el suelo se cubrió de sangre.      Ahora sí…  ahora, estaría preso por algo que había hecho.
          Por fin se sabía toda la verdad y el responsable de la muerte de don Fernando ya había recibido justicia.

    La viuda, doña Carmen, mandó llamar a Paulina, por medio de Fermín.   Esta, accedió a la entrevista, aunque no con demasiadas ganas.
Paulina.- buenas tardes, ya estoy aquí, me dijo Fermín, su perrito faldero que quería verme
Carmen.- sí, quería pedirte perdón, pero…
Paulina.- pues perdone usted, pero que sepa hay el mismo camino de mi casa a la suya, que de la suya a la mía.  A claro, las calles del barrio de San Antón, le pueden ensuciar sus lindos zapatos
Carmen.- no seas así con migo, entiende que yo…
Paulina.- yo ya entendí todo hace tiempo
Carmen.- para compensarte, te propongo que trabajes en mi casa, tendrás un buen sueldo con que mantener a tu hijo
Paulina.- lo siento, hoy por hoy comemos, mis callos, tienen más dignidad que todas sus alhajas
Carmen.- te entiendo, yo haría lo mismo, pero quiero ayudarte y de alguna manera compensarte el error cometido
Paulina.- con reconocer la inocencia de mi marido ya me doy por recompensada
Carmen.- poco a poco, dejemos correr el tiempo
Paulina.- sí, mejor, demos tiempo al tiempo y ahora si no desea más la señora (con tono de guasa) me retiro a mis quehaceres.
             En los meses siguientes, ante la negativa de paulina, una vez cada quince días, Carmen daba un dinero a Fermín y este lo llevaba al mercado para que Narciso lo fuera guardando.   
 Así, cuando el niño tuviera alguna necesidad o Fidel saliese de la cárcel, tendrían un dinerillo del que disponer.

    La visita de un ministro a la ciudad, proporcionaría un indulto a un preso.  La familia del difunto don Fernando y los trabajadores de la fábrica, (ahora arrepentidos de su cruel ceguera) junto con los dueños de los puestos del mercado fueron al gobierno civil, para exponer se considerase que Fidel, fuera el indultado.
      El gobernador estaba de acuerdo, pero el comisario, quería hacer fuerza por el hijo de un amigo y el obispo, apostaba por otro preso más afín al régimen.
                 Al final, el gobernador, que era un hombre al que no le gustaba discutir, decidió poner los tres indultos sobre la mesa, el ministro, sin conocer a ninguno firmaría el que creyese oportuno.
    Llegó el día, el  señor ministro acompañado por las autoridades locales, salió al balcón para dirigirse a la multitud.    Las banderas ondeaban en la plaza, los aplausos, vítores resurgían en cada una de sus pausas.  Cuando volvieron a entrar, se dirigió a la mesa del despacho para firmar el indulto. 
               Al ver las tres solicitudes se quedo extrañado y pidió una explicación.
                En el rellano de la escalera esperaban para ofrecerle sus virtudes un coro de niñas.     Salió, escogió a una de ellas,  le puso el mata-sellos de madera en la mano e indicó que pusiera el sello en uno de los tres.   La niña nerviosa, no sabía qué hacer.
    Muy amable el comisario se acerco a ella.
Comisario.- mira pequeña solo elije un papel y pon el sello encima
       Ella se acercó con la mano temblorosa, cuando se disponía a dejar caer la mano, el comisario se la sujetó.
Comisario.- si estás temblando yo te ayudo
      Entonces desplazo levemente aquella pequeña mano hacia la derecha y ella puso el sello.
  La cara de asombro, tanto del obispo, como del gobernador, fue de espanto.
Comisario.- ya está, te puedes marchar, lo has hecho muy bien.
  El ministro, se acercó, saco su pluma del bolsillo y sin decir nada, firmó la otras dos.
Ministro.-  ahora que entre otra niña y ponga el sello en una de las dos firmadas.
                  Otra niña entró. Miró las dos hojas y preguntó
Niña.- esto, ¿para qué es?
Ministro.- el sello servirá, para que un preso salga de la cárcel
             La niña, sonrió y dijo con voz inocente.- vale
      Luego miró los dos papeles y sin que nadie se lo esperase selló los dos.
Niña.- ¿así está bien?
Ministro.- sí; por esta vez, está bien.



Cuenca (España)




2 comentarios:

  1. Hola Carlos... preciosa historia... Cuánto tiempo mas tenemos que esperar para conocer su desenlace... ? Seguramente debe ser una mas de esas misteriosa "ironias de la vida"

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