jueves, 9 de agosto de 2018

Angora





  Como cada noche, una vuelta al parque aprovechando la fresca, antes de ir a dormir.
      Algo, como de un salto, en forma de escalofrío se le quedó  incrustado en la espalda.    Un mareo inusual le hizo palidecer.  Avanzó sujetándose a los barrotes de la verja que rodeaba la zona ajardinada, hasta llegar a un banco que estaba instalado en la acera, donde por fin pudo dejar caer su cuerpo desmayado.
            Sus pupilas empezaron a dilatar en la oscuridad.
 Los dedos de las manos, parecían querer contracturarse hasta la punta de las uñas y después una leve caricia en la nuca la sumía en los limbos del placer.
                  Las sensaciones extrañas se fueron disipando y tras unos minutos pudo incorporarse y aún con el cuerpo destemplado volver a casa. 
      Al abrir la puerta, una nueva percepción del entorno, parecía bombardear su cerebro.      La concepción de las cosas, tomaba un nuevo matiz con respecto a su  tipo de brillo o textura.
    Elvira;     persona muy seria y de pocas palabras, tal vez demasiado exigente tanto en el trabajo como en su día a día, con la frase “lo bien hecho, bien parece” permanecía confusa.    Hacía calor, pero ella necesitaba meterse en la cama bajo un par de mantas para intentar recuperar su temperatura corporal.
   Entre tiritones, mareos y sudores fríos, fue restaurando su consciencia luego ya relajada quedó adormilada hasta la mañana siguiente.
       Algo había cambiado, ya no era la misma, todos sus sentidos se habían agudizado y su vieja realidad, se veía distorsionada por una nueva forma de percibir las cosas.
  Como siempre se levantó la primera.   Le gustaba una ducha caliente con tranquilidad y maquillarse antes de desayunar.

Su hermana Lourdes (dos años mayor que ella) era más remolona a la hora de dejar la cama.   Todos decían que era imposible que llevasen la misma sangre.     Esta era totalmente distinta, siempre sonriente, amable, alocada y bromista. Hacer lo justito se consideraba suficiente y lo que no se hubiese hecho hoy ya se haría mañana.
 Siempre con el tiempo pegado para desayunar, pintarse un poco y salir arreando.

Ángeles, su madre (viuda ya desde hace años) como cada mañana preparaba unos churros.     El día era largo y sus “niñas” no podían irse con el estómago vacío.   Al trabajo debían llegar bien alimentadas, para evitar que comiesen chupitaínas de la máquina  a media mañana.     No hacen nada más que quitar las ganas de comer.

               La cuarta integrante de la familia es la Tita Flora.  Hermana mayor de Ángeles.      Siempre fue la chacha de todos sus hermanos hasta que  fueron independizándose y cuidadora de sus padres hasta que fallecieron.     Nunca tuvo ni siquiera novio y eso que era muy guapa.       Entre todos decidieron vender la casa y las tierras para repartir el dinero de la herencia. Pues desde entonces vive con su hermana y sus sobrinas.
              Ya casi sin vista, le gusta sentarse a la mesa y ver con cara de felicidad como mojan los churros en el café con leche, mientras acaricia un pequeño cojín que ahora puesto sobre sus piernas, sustituye a la vieja amiga que hace unas semanas, desapareció sin dejar rastro.

                   -pero volvamos a Elvira-

                 Desde que se levantó, un sexto sentido parecía acompañarla a todas partes.         Nada más entrar en la oficina, hizo un repaso visual de todas las personas. De todas solo dos le inspiraban tranquilidad, el resto eran solo fachada.
      Ya de vuelta a casa para comer, era capaz de adivinar los próximos movimientos de cada transeúnte, --siendo estos totalmente desconocidos para ella-- Una sensación premonitoria del camino que cada uno iba a tomar y en que forma con bastante antelación.
   -se sentó en una parada de autobús para jugar un rato con ella misma-

.-aquel va a cruzar por fuera del paso de cebra
.-esa.  Cuidado que vas a tropezar.  Ja, ja, ja,  casi se esmorria
.- ese cuando llegue al escaparate se para a mirar
.- frena, frena, que le das
                -ZAS-
.-ya le hiciste un bollo en la aleta, vamos a sacar los papeles del seguro.

             -De pronto sintió pánico-

         Y si veía que alguien iba a morir   ¿Cómo evitarlo? ¿Se podrá hacer eso?     ¿Y si no llego a tiempo?
         Se fue para casa intentando olvidar lo ocurrido, solo eran casualidades agolpadas en un brevísimo espacio de tiempo.

           Abrió la puerta y su hermana la recibió con un hola agradable.  Su mirada se nubló, las uñas parecían querer escaparse de los dedos en dirección al rostro de Lourdes y sus dientes dieron la sensación de afilarse en el interior de su boca, mientras el bello inexistente de su espalda se erizaba.    Unos segundos de una sensación incontrolable hasta que la tita dijo: Sssss, quieta. Pasando su mano por encima del cojín a modo de caricia.

        Las cuatro se pusieron a comer, como siempre en la mesa de la cocina.
             La Tita (tal vez por costumbre) antes de sentarse, puso un platito con agua bajo su silla.  En ese momento a Elvira le entró una sed insaciable.    Mientras, Lourdes con disimulo, daba un puntapié al plato.
  -Sus miradas se cruzaron como nunca lo habías hecho-
.- ¿Qué te pasa? Preguntó la madre.
.-nada -contestó Elvira-  que hoy no tengo hambre
      .- pues hay que comer –empujando hacia ella el plato de macarrones con la punta de los dedos.

              En la sobremesa, se quedaban las tres hablando, mientras que la Tita se iba al salón a ver la novela.
    Ese día Elvira se levantó y se fue a sentar al sofá.
      Por aburrimiento se quedó dormida.     Su cuerpo fue cayendo hacia un lado, hasta quedar apoyada su cabeza sobre las piernas de su Tita, encima del cojín.
         Los dedos de la envejecida mano, penetró entre sus cabellos con una suavidad indescriptible y el movimiento de sus yemas, transportó su mente al cielo de los gatos.
          Una vez allí pensó:    ya que estoy aquí, ¿por qué no buscar a Angora?
  Angora, como su propio nombre dice era la gata blanca de pelo largo que siempre estaba sobre las piernas de Tita Flora, hasta que desapareció una noche que quedó la ventana de la cocina abierta.
      Buscó y buscó, pero Angora no estaba allí.  
De su decepción por no encontrarla, pasó a la esperanza de que si no estaba allí, es porque aún seguía viva.
  -Ojala que pronto vuelva y a poder ser poco magullada-.
Cuando despertó, la Tita estaba dormida.     Se retiró con cuidado y sonrió al ver que ella, seguía con el run, run de sus dedos sobre el cojín.

    En el pasillo, bajo el perchero, aún seguían los cuencos, que estaban vacíos.
      .- claro, como va a volver, si no tiene comida
Llenó los dos de pienso y agua respectivamente antes de mirar su reloj.
    .- uf, vaya horas.      .- Mamá, me voy que se me hace tarde.

      Por la calle volvió a percibir cosas extrañas.   Debía de hacer varias cosas en el centro pero algo le empujaba en otra dirección. Sus pasos incontrolados, la dirigieron a un solar abandonado lleno de maleza.    Su deseo era entrar, pero la puerta estaba cerrada con un candado y claro, no era cuestión de saltar la pequeña tapia.
        Confusa volvió a casa, sin hacer nada de lo que tenía previsto.  Entró y su mirada se clavó debajo del perchero. Los dos cuencos estaban de nuevo vacíos.
   .- ¿quién ha vaciado los cuencos?
       -La madre se asomó a la puerta de la cocina-
      .- hoy, te digo yo que estás muy rara
              -desde la habitación se oyó la voz de Lourdes con aire guasón-
             .- se lo habrá comido la gata
       Elvira poseída por la rabia, entró en el dormitorio y le propinó una soberana bofetada.
    – en su rostro, quedaron marcadas cuatro líneas finas y profundas, como hechas por las uñas de un pequeño felino-
              .- estás loca – gritó Lourdes-
  .- no te da vergüenza, era la compañía de Tita Flora
       -Lourdes, por un momento, dejó a un lado su gesto afable, perpetuamente fingido-
          .- ya estaba harta, siempre todo lleno de pelos de ese bicho mal oliente.

      Entonces Elvira entendió todo lo sucedido.
Fue de nuevo hasta el abandonado solar y saltó la tapia. Allí tirado estaba el cuerpo rígido de Angora cubierto de moscas y repleto de gusanos.
      Con la sola ayuda de sus manos, escavó un hoyo en la tierra para darle sepultura, la que después cubrió con un puñado de florecillas.

   Al volver a casa, se sentó en el sofá apoyando de nuevo su cabeza sobre las piernas de su Tita y se dejó acariciar hasta llegar de nuevo al cielo de los gatos.
       Ahora sí.   Angora ya se encontraba allí feliz, rodeada de otros mininos.

    Ya había atardecido. Como de costumbre salió a dar el paseo alrededor del parque, mientras su Tita Flora, sigue acariciando su cojín de pelo blanco, con la mirada perdida en la pantalla del televisor.









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