sábado, 6 de octubre de 2018

Piedad






Las primeras hoja teñidas de ocre, se arremolinan entre sí, para terminar agazapadas en un rincón, protegidas de los primeros vientos de otoño.
   El perro y su dueño, aprovechan el mullido para poner su cartón. La áspera manta de cuadros se disimula en la oscuridad  junto a cuatro ojos vigilantes,  que a ratos se cierran en escasos intervalos.  Ausencia de pasos sobre la acera y el ruido de los motores que regresan a su descanso.
    Aún, en la inmensidad de la noche cerrada, un carrito se acerca, una pala acecha, la escoba parece recriminarles. 
      El barrendero se despereza, despierta un segundo de su monotonía, siente incluso envidia antes de darse la vuelta ante la cara de felicidad de aquel perro dormido y su fiel dueño que le ruega un ratito más con la mirada.






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