La renuncia
era inmaterial y la basura, se acumulaba en su mente. Un reto, un proyecto inaccesible.
Elevarse
hasta los cielos sin creer en los dioses.
Salir
de ese infierno, encadenándose al caldero.
Cerrar
los ojos, para ver la luz verde reflejada en el espejo.
Escuchar
los sonidos sordos de las piedras, para enmudecer el murmullo del viento.
Las flores
en blanco y negro, se disfrazan de mariposas sin alas, entrando bajo la tierra
del jardín, en busca de estiércol. El hedor
saturó la pituitaria y el resto de olores se desvanecieron.
Cuando
salgan de nuevo y la verde luz esté dispuesta para atravesar sus parpados, las
pestañas estarán cerradas y el cristal espejo, tal vez roído y cuarteado.
Las estrellas
y la luna se habrán difuminado en sombrías y oscuras marañas; pero aún así, siempre… siempre
seguirán existiendo lucecitas en el bosque.
Será
suficiente una luciérnaga para dar voz a las palabras creando un poema.
Maravilloso, C.A.R.L
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