Me encerré
en la soledad,
me refugie tras la pluma
rodeado de papeles,
garabatos, tachaduras.
Debía
encontrar la forma
de escuchar sus alas blancas
debía llegar al cielo
para poder abrazarlas.
Siempre
pretendiendo abrir
las puertas del cementerio,
el cerrojo estaba echado
no había llegado mi tiempo.
Mi mente estaba cansada,
mi pluma desfallecida
de tanto escribirte versos,
y la mirada nublada
por lágrimas de lamento,
el cerrojo se fue abriendo
por la falta de alimento.
Crucé
por fin ese umbral
metido en caja de pino,
y busque entre los rincones
a los que creí divinos,
solo hallé la soledad
sin papel en que escribir,
sin una pluma en mi mano
y sin nada que decir.
Nadie
vino a recogerme
para llevarme con ellos,
dónde estás que no los veo.
Dónde están…
Los muertos, que ayer fueron.
Hay umbrales que al traspasarlos, no encontramos, no necesitamos más. Muy bueno, Carlos.
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