jueves, 13 de septiembre de 2018

Chao.








                   Y se hartó de llorar flores negras enga-lanadas por hojas plateadas que parecían salir de tallos dorados junto a zarcillos brillantes.

         ¡Mentira!   Promesas baldías exhaladas entre el tintinear de quejumbrosas caries, tras el bigote impregnado en nicotina y cubría el labio superior.
  Alcoba dictatorial, donde la sumisión del colchón era perpetrada ante la atónita mirada del los dos espejos del armario donde el blanco vestido yacía envuelto en funda de plástico como único testigo de las palabras y los tiempos inexistentes, del creí algún día, del donde quedó.

         Y cada mañana de vuelta a lo mismo.    
  Pequeños mocosos. Copia exacta de la aberra_ ción, aprendices de la exaltación tirana.   Supre_ macía de poder sobre todo eso, lo considerado inferior.

      Calle abajo, sus pies descalzos avanzan sobre guijarros.     Entre sus manos, tinta china derra_ mada como brea sobre el tortuoso camino y al cruzar el puente, sus pupilas secas observando el reflejo en el agua del tiempo perdido en el lugar de los sueños.
   Infierno creado con la excusa de la eternidad.   
           Flagelación lastimera de silencio perpetuo que hoy quiere aprender a hablar para así gritar aquello que solo su pluma se atrevió a contar.


Maltrato, vejación, sumisión…  NO.








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