sábado, 16 de noviembre de 2019

Minutos de Vida (18)




Había amanecido nublado. De nuevo se debía echar mano de la camiseta de interior, no le gustaba ponerse jersey, le tapaba el bolsillo de la camisa donde habitualmente guardaba un pañuelo de papel.
          El patio estaba triste. El brillo amarillo de las flores de diente de león, esperaban a que la nube se hiciese a un lado y que el sol les diese un arreón.
   Tampoco le vendría mal a Rafael un poco de calorcito en su cabeza, en la que hoy sus neuronas, parecían estar de capa caída.
El revoloteo de los pájaros estaba dormido.   La ausencia de brisa enmudecía las hojas de los árboles  y hasta las moscas parecían estar menos pesadas que de costumbre.
Unos golpes en el cristal desde el interior de la ventana del gimnasio le hacían volver en sí. Era Arturo, que lo esperaba para hacer ejercicio y contarle alguna que otra cosa que recordar al día siguiente.  Trabajar cuerpo y mente al mismo tiempo para que las “azulitas” fueran comiendo terreno al olvido.
   No le apetecía nada, pero bueno, al menos se le desperezaría el aburrimiento que lo tenía anquilosado.  Pasillo adelante, que silencio. Ese cambio de tiempo parecía tener a todos aletargados.       Echó un vistazo al comedor y todo eran codos apoyados en la mesa y manos en la frente.   Mentes apáticas y aburridas, miradas en el vacío y gestos indolentes.
      Respiró hondo antes de abrir la puerta del gimnasio.    Arturo permanecía tumbado en la colchoneta.   Andrea, sentada en un banco, con la espalda recostada en la fría pared y Laura frente a él.   De pie.   Quieta.
        .- hola Rafael
Él allí quieto, frente a ella. Mudo y sin pestañear
        Ella, inmóvil esperando respuesta a su saludo
      Ni una respiración, ni un pestañear ante la resolución del duelo esperando una palabra.
      Rafael miró a Bella, preguntando con su mirada, pero Bella, tampoco abría la boca.    El perro se limito a bajar la cabeza y grifo dejó sus alas caer sobre el suelo.     No podía recordar su nombre, pero no lloraría.     De acuerdo, nadie quería ayudarlo, pero eso no le haría rendirse.
  Las pupilas de Andrea estaban clavadas en sus pupilas.   Una combinación de ánimo tú puedes y por favor no me decepciones.  Pero no te preocupes no me enfadaré.
     Sus puños se cerraban con fuerza.      Podía sentir las uñas clavándose en la piel de las palmas de sus manos.   Ni un parpadeo.    La mandíbula temblorosa aceleraba su respiración.       Su mente repetía una y otra vez:
 . – fea no, fea no.
               El sudor comenzaba a brotar por los poros de su frente empapando sus cejas en una sensación de impotente rabia.   Durante un segundo cerró sus parpados con fuerza para no soltar una lágrima.       Al abrirlos, un minúsculo  rayo de sol penetraba por los cristales iluminando el dorso de sus manos con el vello erizado por la tensión.
    Su gesto se relajó esbozando una sonrisa.  Los codos levitaron para mostrar las palmas de sus manos abiertas y gritar:   .- Hola Laura
        Lleno de satisfacción, dio unos pasos hacia delante y dejó caer su cuerpo exhausto sobre la colchoneta.   La espalda de su camisa estaba empapada y sus axilas rezumaban un asqueroso olor a euforia.
       A su lado izquierdo, de rodillas, los tres adoraban la proeza realizada.
 Al lado derecho, los otros tres, orgullosos, lo colmaban de alabanzas gestuales y las nubes se abrían en el cielo, dejando entrar el sol en pleno por el ventanal.
       Los pájaros comenzaban a bailar entre las ramas y el griterío del comedor, retumbaba en el pasillo.      Campanas de gloria efímeras.    Un primer paso en el largo camino, no exento de paradas y obstáculos.
  La puerta continuaba abierta.  La voz de Mercedes irrumpía para interrumpir ese momento tan íntimo.
    .- Vamos Andrea, que te duermes y aún quedan habitaciones por hacer
             La puerta se cerró de golpe en sus narices, como si un fuerte viento la hubiera empujado.  Rafael tomo aire y dijo: .- gracias Perro
      Miraron al lado de la puerta (claro, buscándolo) nada había allí.
                           Rafael cogió la mano de Arturo y la apretó con fuerza.
.- ay pequeño. Tú no puedes verlo
         .- ni ellas tampoco
.- ya, ya. Qué pena que no podáis verlo con lo bonito que es
                         .- yo me voy, que me no quiero llevarme la bronca
                   .- ¡una cosa! – Dijo Laura con gesto pensativo—  Un momento, ahora vuelvo, que voy a por el ordenador
      En el portátil mirarían imágenes, hasta encontrar a un perro parecido al de Rafael.    Así al menos podrían verlo en fotografía.
        Buscaron entre un montón de perros,  pero Rafael solo negaba con la cabeza, hasta que Arturo recordó esos apuntes que había tomado aquel primer día para hacer un dibujo que nunca realizó.
           .- vamos por partes: marrón
.- sí
         .- pelo largo y suave, con largas orejas
.-si
         .- tamaño mediano tirando a grande
.- eso
                 .- ¡anda!  Eso es un setter.   Ya verás
  ---Rafael esperaba expectante a verlo en la pantalla---
               .- a que es como este
.- sí, sí. Mira Perro, estás aquí
---  Daba gusto ver la alegría que reflejaban sus ojos ---
.- ahora búscame a grifo
        .- venga maja, eso te pasa por dar ideas, -- riéndose maliciosamente—
             .- bueno. Eso ya lo haremos mañana, que como baje el ogro nos va a pillar y está a punto de salir a tomar el café.







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