Cambio de pareja
Al pueblo más grande de la zona, a unos
kilómetros de allí, de cuando en cuando se acercaban los hombres a realizar
distintas compras.
En aquel lugar había un solo comercio
multiusos, el dueño hacía de casi todo: herrero, ferretero, barbero,
esquilador e incluso hacia algún trabajo de carpintería cuando surgía hacer una caja modesta para
enterrar a alguien y su esposa era la
farmacéutica. (todo quedaba en casa)
Se aproximaba el día de San Isidro,
fiesta grande del pequeño municipio. Como
costumbre, año tras año la semana anterior, el señor se desplazaba hasta allí
para esquilar los animales, y que así
estuviesen frescos todo el verano y ya de paso metía la maquinilla a las
cabezas de los niños.
Cogían
su turno en la puerta del ayuntamiento, allí, esperaban a que acabase de realizar
los encargos de los que le habían avisado para adecentar sus burros.
El corte era igual para todos: con el
peine del dos, les hacia los laterales y la parte de la nuca hasta el cogote;
toda la zona superior con el peine del número cuatro o cinco, dependiendo de la
edad, excepto el flequillo, ahí utilizaba la tijera haciendo un desnivel
angulado desde la parte superior de la ceja derecha a la altura de media frente,
hasta la inferior de la ceja izquierda, a la altura del parpado; consiguiendo un tupé
pobre y raquítico de estilo propio.
Felipe, que andaba sobre la mitad de la
cola, cada vez que llamaba al siguiente se hacia el sordo, esperando a quedarse
el ultimo haber si se hacia la hora de marchar y se libraba. No tuvo suerte.
.-vamos, que pase el siguiente
.-si tiene
mucha prisa, lo dejamos para otro día
.-déjate de cháchara y siéntate
.- ¿porqué
no me hace un corte de esos a tijera como a los mayores?
.-ahora vamos a andar con pijadas
.-por favor,
míreme, estoy cojo, soy delgaducho, ¿qué le cuesta hacerme un corte decente?
.-y yo llevo todo el día fuera de casa,
arto de esquilar burros y cortarle las greñas grasientas a mocosos, ¿no te doy
pena?
.-pues sí,
la verdad es que tiene razón, como usted quiera
.-de perdidos al rio, van a ser cinco
minutos más
.-gracias,
esta fiesta me sale novia a cuenta suya
.-entonces te tendré que cobrar el doble
.-bueno si
me la hecho, ya hablamos y echamos cuentas
.-no cambias, sigues igual que siempre,
no aguantas callado ni aunque te muerdas la lengua.
Volvió a casa súper orgulloso, en los días
de la fiesta sería la envidia de todos.
Al
día siguiente, en la escuela, según entraban, se podía reconocer a las víctimas
que la tarde anterior habían pasado por la casa consistorial.
Bueno al fin y al cavo: el burro esquilado
a los quince días igualado
Don
Federico (el maestro) un hombre alto y serio de cabello pelirrojo, se pasaba la
mayoría del tiempo de clase, paseando
por el pasillo que dejaban los pupitres, dando golpecitos con la regla en su
rodilla, preparado siempre para usarla
en cualquier eventualidad dejando caer la misma sobre la espalda de alguno. Ese día no le quitaba la vista de encima al
bien peinado.
.-Felipe
.- ¿que se le ofrece Don
Federico?
.- ¿quién te ha cortado a ti el pelo?
.-el esquilador, pero hice un
trato con él para que me lo cortase distinto a los demás
.-tratar con tigo siempre es salir
perdiendo
.-ojalá en esta apuesta me tocase pagar
.-y por curiosidad ¿qué te has apostado
ahora para querer perder?
.-una bobada, pero tiene que ser
un secreto solo entre él y yo, si no, alguien me podría hacer perder gastando
una broma y luego llevarme un chasco.
.-si utilizases esa inteligencia para
estudiar, que no digo que lo hagas mal, podrías
hacer la carrera que se te viniese en
gana
.-pero los pobres, como no
hagamos la carrera del galgo
.-tú estudia y ya hablaremos más
adelante
Esas palabras las recordaría
siempre, para poder reclamarle ese compromiso algún día.
.-madre, ya estoy en casa
.- ¿qué tal la mañana?
.-bien, como siempre
.- ¿qué te han dicho del corte de pelo?
.-se han quedado pasmados, hasta
Don Federico me ha preguntado y me ha dicho que si estudio mucho, él me echará
una mano para que pueda hacer una carrera
.-hijo mío, ojala pudiésemos darte
estudios y hacerte una persona culta y no un analfabeto más como todos, entre
los que por desgracia estamos como no podía ser de otra manera, tu padre, tu
hermano y yo. Dos burros de carga sin
otra aspiración que romperse el lomo y una mujer a la que le toca poner las
manos hacia atrás en la tienda para contar con los dedos hasta donde le llega
el dinero para comprar.
.-pues yo voy a ser secretario o
maestro
.- ¿y por qué no medico?
.-no, pensándolo mejor estudiaré
para cura, que es el que mejor vive
.-ay madre mía, despiértate y pon la mesa,
que deben estar a punto de llegar a comer estos dos
.-pues este verano, te voy a
enseñar yo a sumar bien
.-que despiertes, este verano tendrás que
ir con tu padre a destajo, como lo hace tu hermano
Según ponía la mesa, le daba vueltas a la
idea de cómo sacar tiempo para enseñar a su madre, seguro que se le ocurriría
algo.
Aquella tarde las campanas repicaban a
vísperas.
Días antes, a los badajos le
habían soldado unas argollas para atar en ellas unas cuerdas. El artilugio que les hacia rotar se
encontraba en mal estado, a punto de ceder, por lo que decidieron sellarlo con
cemento y ya se arreglaría cuando saliese un alma benefactora que sufragase la
reparación.
Por las estrechas escaleras de piedra
por las que se acedia al campanario, habían subido los dos mozos con más destreza con el fin de turnarse. Las campanas no debían dejar de sonar
mientras las andas de San Isidro, daban la vuelta al pueblo acompañadas por el
cura de sotana sin estola y los habitantes del lugar, sin galas, ni
cruces, ni santo. Solo era una manera de
anunciarle a los campos, que el día siguiente serían bendecidos.
Terminada la “procesión” en una esquina de
la plaza, terminaban de clavar unos maderos, que servirían de templete para la
música. Llegaba
y paraba junto al tablao, un Citroën 2CV furgoneta, se bajaban sus tres
ocupantes y el alcalde se aproximaba para darles la bienvenida. Como todos los años, se oía el vozarrón del
gracioso de turno: Encerrar las gallinas y soltar los perros, que han llegao
los músicos.
.- ¿qué tal el viaje? mira que es pesado,
siempre el mismo recibimiento
.-da igual, el día que no lo diga, va a
parecer que nos hemos equivocado de pueblo
.-pues como siempre, un poquito antes de
cenar y luego la verbena
El electricista, había puesto una línea de
cable atada con un alambre desde el balcón del ayuntamiento hasta la esquina
opuesta, del que colgaban cuatro bombillas, tres para iluminar la pista y una
sobre los músicos para ver las partituras.
Ante la mirada expectante de los
presentes, uno de ellos quitó la bombilla. Entre esta y el portalámparas intercaló un casquillo ladrón, con un enchufe a cada
lado. Una vez colocado el tambor (la caja) del jazz, en una especie de trípode
y el bombo, donde se alojaban un pequeño timbal y un plato, pusieron dos
pequeñas cajas cuadradas de madera, cubiertas con una tela gris por su parte
delantera: a ellas le enchufaron un
cable y de allí a una caja metálica negra a la que enchufaron otro cable que en
la punta tenía una especie de bola, la que pusieron enroscada a una especie de
vara metálica con una base redonda y pesada.
Conectaron el cable de corriente y en el centro de aquella urna metálica
se encendió una luz verde que se fue apagando poco a poco.
¿Qué invento nuevo traía aquella gente?, de
pronto un pitido ensordeció al personal;
todos se echaron las manos a los oídos con caras de dolor.
.-apaga eso bestia
.-si, va, si uno dos, probando
Por las cajas salían las palabras que pronunciaba el músico, con
una voz como acartonada, como si tuviese
catarro, pero se entendía alto y claro. De repente todos rompieron a aplaudir.
Comenzó la sesión de tarde con un
pasodoble para que las parejas comenzasen a bailar, se movían dando vueltas
alrededor de aquella fuente que se encontraba
en el centro de la plaza. La
batería, acordeón y saxo, se oían perfectamente, más fuerte que
nunca y entre canción y canción uno de ellos se aproximaba al micro para
anunciar la siguiente pieza que iban a interpretar y animar a todos a
bailarla. Bah, cuando viniesen por la
noche los mozos de los pueblos de los
alrededores iban a quedarse boquiabiertos con el sonido. Efectivamente todos
volvieron a casa encantados.
Debido a aquel sorprendente
acontecimiento, Don Claudio (se acuerdan el cura) se preocupó de poner un cable, para hubiese una conexión de corriente
junto al altar y pidió por favor que montasen aquel invento en la iglesia para
dar la misa del patrón, con la excusa de una ficticia afonía.
En la iglesia solo mayores y niños,
vestidos con sus mejores ropas, la juventud estaba durmiendo la mona de la
noche anterior, que había resultado movida.
El sermón se alargó un poco, el párroco se sentía a gusto hablando sin
alzar la voz con la certeza de que todos los feligreses lo escuchaban. La bóveda de aquel recinto, provocaba una
reverberación que le daba un aspecto angelical a la lectura del evangelio.
Felipe, miraba continuamente a una niña
de su edad que se encontraba sentada en el mismo banco, pero en el otro
extremo. Esta también lo miraba a él,
cada vez que sus miradas se cruzaban, volvían el rostro hacia el frente con
rapidez y se sonrojaban.
Luego la procesión hasta las afueras del
pueblo para bendecir los campos. Las
miradas de reojo no cesaban, ni los sudores, cada vez que se encontraban sus
ojos.
En la sesión vermut, los matrimonios se
mantenían a la sombra del cobertizo de ramas que había montado el dueño de la
tasca, para poner una especie de barra
con unos bidones y tablones encima para la fiesta. Salían a bailar alguna que otra pieza,
mientras los niños jugaban en un lado de la plaza, al otro las niñas,
cuchicheaban y se reían de las bobadas que los niños hacían. Las mozas formaban una fila junto a la
fachada del ayuntamiento. Entre ellas bailaban, esperando que alguno de los
que se había levantado para bajar al baile con cara de sueño y el cuerpo
resacoso, se designase a invitar a alguna de ellas a echar un baile.
Un vals empezó a sonar, todas bailaban menos una hermosa mozuela
quinceañera. Felipe, ancló los pasadores que sus
hierros llevaban a la altura de la rodilla para mantenerlos rectos sin
esfuerzo, la miró con descaro y se fue
hacia ella.
.-señorita, ¿me concede usted este baile?
Ella, sonrió mirándolo y cuando él, daba
ya aquel intento por fallido, lo cogió por el hombro:
.-encantada caballero
Cuando se pusieron a bailar,
eran la envidia de ambos lados de la plaza, tanto de los niños como de las
niñas.
Al cruzarse de nuevo su mirada con la de Julita,
esta frunció el entrecejo. Él la sonrió,
provocando una cruel mirada asesina de rabia y celos.
Acabado el vals, se despidió con elegancia
de aquella grata compañera y se fue a
seguir jugando.
A los pocos minutos, volvió a anclar los
hierros por la articulación de la
rodilla, a pesar del gran esfuerzo que aquello le suponía, decidió dar una vuelta
corriendo a la plaza. Al pasar por el
lado de Julita, le hizo un gesto con los labios similar a un beso. Ella lo miró
con desprecio y en sus labios se pudo leer: .- vete a la mierda imbécil.
Al llegar donde estaban los niños, levantó
su mirada exhausto por el cansancio y la volvió a mirar, entonces los labios de
la niña, volvieron a esbozar una sonrisa y su cara parecía haberle perdonado
aquella infidelidad insignificante.
Menos mal, que alivio. A la hora de comer y toda la tarde, estaría
esperando impaciente a que llegase la hora del baile de la tarde, para volver a
verla.
La madre, lo notaba extraño, sentado a la
sombra en el corral parecía un reloj parado, al que su dueño se le había
olvidarlo darle cuerda, con su mirada perdida en la abstracción infinita del
cielo azul. Aquello no tenía nada de
normal.
.- ¿qué estás haciendo?
.-nada
.- ¿te encuentras bien?
.-sí, estoy pensando
.- ¿me lo puedes contar?
.-no sé, son bobadas
.-que soy tu madre, siempre compartimos
todo
.-es que me da vergüenza
.-ay señor, mal de amores, ¿y si
pensamos en voz alta los dos juntos?
.-me gusta una chica, ¿pero?, ¿y
si yo no le gusto?
.-pues tendrás que averiguarlo
.- ya, pero como, ¿yo no se lo
pienso decir?
.-a ver, ¿quién es?
.-madre, es que, jolín
.-a ver, a ver, ¿a que es Julita la de la
familia de los corzos?
.- ¿y cómo lo sabes?
.-es guapa; ay mi niño, pero no te pongas colorado, si yo
ya me había dado cuenta, ¿o crees que tu madre es boba?
.- ¿y cómo?
.-en la iglesia, en la procesión, en el
vermut, sí, no sé, me parece que tu a ella también le agradas un poquito
.- ¿estás segura?
.-claro, cuando te has puesto a bailar, con
esa moza, si te agarra por los pelos, no
te deja ni uno
.-ja, ja, tienes razón
.-tú, déjame a mí, veras como esta tarde
bailas con ella
.-que no madre, vaya vergüenza
.-yo sabes que confió en ti, pues tú, haz
lo mismo conmigo
.-alá, vaya barullo que se va a
preparar
.-tú tranquilo ven, ahora siéntate un
ratito sobre mis rodillas, apoya tu cabeza en mi hombro, cierra los ojos y
sueña mi amor
.-dame un beso madre
.- ¿uno? , te como los carrillos
.-pero no chupes marrana, alá que
lametón
.-Ssssss, cierra los ojos un ratito
En aquel lugar, siempre el día de la
fiesta en baile de tarde, era típica una melodía con la que se jugaba al cambio
de pareja, bailaban todos niños, niñas, mozos, mozas, padres, madres, abuelos,
abuelas, forasteros y hasta el cura. Era
una canción que muchos, casi todos, habían aprovechado para bailar por primera
vez con la que ahora era su actual pareja.
La madre, se mantenía expectante siempre cerca de Felipe, cuando vio que
la niña, se encontraba a su lado, empezó a bailar con su hijo y en el próximo
cambio, sin que él se diese apenas cuenta, lo dejó en brazos de su amada. Fueron treinta simples segundos en los
que se produjo una dulce chispa que mantendría alterados sus corazones cada vez
que se miraban en el patio del colegio y cada noche que se juntaban para bailar
en sus sueños.
Ohh, este es precioso!!
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