El día ha terminado, la
oscuridad empieza a abrazar los juncos que reverdecen las orillas del rio.
El sonido del agua parece hacerse más intenso
con la falta de bullicio, la gente se ha ido, pero él, permanece allí sobre
aquella solitaria piedra sentado.
Es el
momento. Cogido del brazo de la brisa,
pasea ribera abajo por el estrecho sendero hasta llegar a ese puente que lo
espera. Bajo él dejará sus ropas bien dobladas. Sobre ellas el paquete de cigarrillos y
el encendedor.
Mete los pies en el
agua, se santigua y comienza a andar hacia lo más profundo. Sobre él, asomado a
la barandilla bajo la luz de la única farola que funciona, alguien - un
señor- mira hacia abajo sin ni siquiera
verle – demasiado ensimismado en sus
pensamientos, como para reparar en detalles-
Ya tan solo la cabeza emerge a la superficie. Un par de pasos más y todo su cuerpo quedará a
merced de las aguas. De pronto
se percata que el señor de arriba a desaparecido ¿habrá
seguido su paseo? O ¿lo
habrá pensado mejor y tal vez vuelva a intentarlo mañana? que importa.
Por debajo
de un tronco que hay ahí en el fondo, introduce los empeines de sus pies, para
así evitar el flotar o que lo desplace la corriente. No quiere que su mente se
despiste con cosas que no vienen a cuento.
El ritmo de su corazón la
marca la pauta de su cuenta.
Poco a poco nota como se va decelerando.
Con todo y con eso sigue su cuenta y cuando
llega a ciento cincuenta, suelta sus pies de debajo del tronco e impulsándose hacia
arriba saca la cabeza con fuerza e inspira, llenando sus pulmones de aire.
Media vuelta y de
nuevo a la orilla a secarse con la luz de las estrellas, agradeciendo la
frescura lejos del calor sofocante de la tarde.
Que extraño la cajetilla de tabaco y el
encendedor han desaparecido de donde él lo había dejado ¿Quién habrá sido el
hijo de mala madre? Mira a su alrededor.
Justo allí a unos
metros se ve lucir la punta de un pitillo encendido.
.-oye desgraciado, ese tabaco es mío
.- perdone usted, pero
me tomé la gratuita libertad de cogérselo por no molestarle, de hecho, pensé
que ya no saldría a buscarlo.
Se vistió (por no acercarse a él en paños
menores)
.- hombre es usted, ¿qué? ¿se
arrepintió en el último momento?
.-
arrepentirme de qué
.- me pareció
.- pues eso, a mí también
me pareció
.- me gusta venir cada anochecer cuando no hay nadie y aguantar la
respiración debajo del agua. El día
que no llegue a contar los ciento cincuenta será que tengo que dejar de
fumar. Mientras tanto no es cuestión si quiera de planteárselo.
.- pues tenga un
cigarro, al fin y al cabo es suyo.
Bien, Carlos. Un relato bien montado y con un final agradable y sorprendente. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn lujo el tenerte por estos barrios.
EliminarYa sabes de vez en cuando sigo pensando en voz alta, aunque solo sea por no perder la costumbre.