martes, 11 de agosto de 2015

Valdeluna, pre .- 1





       Nos vamos acercando a Valdeluna (valle de la luna).
     Un pueblecito de apenas  cien vecinos, que debe su nombre a que en las noches de luna llena, esta, recorre todo el cauce del arroyo de principio a fin,  iluminando con su reflejo sobre el agua, los juncos y carrizos de sus márgenes, creando un doble contraluz especial y único, digno de observar pacientemente desde la barandilla del  pequeño puente que une sus dos orillas.

      A vista de pájaro, dejando volar nuestro intelecto, empujado por esa suave brisa de la fantasía, que llega desde los montes cercanos, reconocemos a esas gentes que allí habitan olvidaos por el mundo, y dejados de la mano de dios a su libre albedrío.

   La  carretera (por llamarla de alguna manera) que los unía con la civilización,  desaparece de nuestra vista al llegar a las montañas, haciendo una curva que la dirige a otros pueblos. Solo una pequeña calzada zigzaguea la ladera cubierta de hierbajos y musgo seco, en busca de la cumbre, para después, convertido en un camino de escasa anchura, descender serpenteando con suavidad hasta  las casas.
         Casas de muros de piedra apilada, ventanucos  de madera y tejados azulados por los rayos del sol.
   Calles de guijarros y arena, emulsionados por el andar de sus gentes y el paso del tiempo.
    Campos regados con sudor.    Tubérculos, hortalizas y legumbres alineadas con precisión.     Árboles frutales y viñas, cuidados con mimo.
    Animales robustos educados en el trabajo y ganado dócil, libre por los pastos.
     Al  fondo del valle, el pequeño arroyo que brota en la montaña, se pierde entre rocas desprendidas, apiladas en la entrada de una cueva, que según dicen los viejos,  es cruel prisión de un ser gigantesco y sus movimientos bruscos, por intentar escapar de ella, hacen que el agua brote a la superficie por las fuentes que conforman  el nacimiento de otro riachuelo, que cuentan, algún día del pretérito lejano un antepasado vio,  entre riscas escondido de las fauces del gran pez, para descansar, antes de tomar el camino de regreso, siguiendo las luminiscentes marcas que había depositado a lo largo del escarpado torrente, hasta llegar a esa fascinante, transparente y profunda poza, donde de nuevo la claridad daba señales de vida.

    En Valdeluna, empieza a clarear el día.        Antes de cantar el gallo, todos están ya  dispuestos a pie de tajo.        Hay que aprovechar la fresca.  
       Allá, cerca de la media mañana. Los niños pequeños corretean por esa plazoleta, donde una vez existió una iglesia, de la cual solo quedan unos sótanos, los que sirven para albergar los calderos donde el vino  y el orujo se conservan frescos y los quesos se curan entre hojas de nogal.
          Vigilante en la puerta, Gorgonio, (al que pusieron ese nombre por nacer, como cosa extraordinaria con el pelo largo y rizado, por lo que parecía tener culebrillas en la cabeza) un desgarbado con una mimbre gruesa en la mano,  con ella levantada a media altura, amenaza a los chiquillos al tiempo que ellos juegan, Chillan y provocan el enfado aparente de este.    Él solo pretende jugar con ellos, para hacer más ameno el tiempo.

        Guijarros abajo, entre una dorada mies, toda alma en disposición de trabajar, tenga más de ciento ochenta lunas o pese más cuatro arrobas.          Están manos a la obra para recoger la estupenda cosecha que este año le proporcionan las yugadas cultivadas para el cereal. 
        Los hombres con las hoces afiladas, cortando casi a ras de tierra.     Las mujeres agavillando con destreza y la gente menuda, recogiéndolas y llevándolas hasta la era cercana, donde prepararan la parva, para trillarla y aventarla con esmero, antes de ensacar el grano limpio y llevarlo a los graneros.
        Son gente sencilla, que viven de la recompensa que por su trabajo que le da la tierra.  La carne, leche y lana  del ganado. Gallinas, patos, conejos criados entre sus corralones.    Pescado, ranas, que el agua les brinda y animales asilvestrados que por el valle campan a sus anchas.
 
       El sol se empieza a ocultar por el horizonte. Junto a un fuego de leña seca encina la que apenas hace humo, una mujer alza su voz envuelta en tejidos oscuros y un pañuelo cubriéndole la cabeza que solo deja ver parte de su rostro.   .- ya tá la cena
   Al toque de fajina, todos se apresuran hacia ese lugar donde les espera un valioso manjar, con que reponer fuerzas antes de que llegue el ocaso y se acuesten, sin más pretensiones, que volver a sus quehaceres diarios al despuntar el alba.
   Ha sido un día duro y caluroso. Hoy, ninguna pareja perderá un minuto de sueño, por engendrar un retoño que les proporcione sustento en el futuro.

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