jueves, 18 de mayo de 2017

Érase....





     Como comienzan los cuentos;  Érase una vez.
   Pues sí, echando la vista atrás. Retrocediendo en el tiempo hasta un punto tan abstracto, que su existencia nadie recuerda.      En un lugar inexistente para todo aquel que solo supo ver con los ojos.
      El sitio perfecto para jugar con los sueños.     Donde a solo a los seres de luz tienen acceso.
                     Más allá de las estrellas, donde la mano no alcanza, se encuentra el edén del érase.

   Por un riachuelo de serpentinas, se deslizaba un cangrejo panza arriba sobre la concha de una tortuga, acariciado por las ramas cubiertas de hojas de un precioso sauce llorón.
     Las florecillas  lo saludaban a su paso.      Su vaivén daba como fruto una suave brisa que hacía sonreír a las briznas de hierba.
     Un cuervo guasón, vierte sobre su figura, gentilezas con tales desparpajos, que las manzanas coloreaban de rojo, mientras el sol, tapaba su boca con suave nube, para no mostrar sus carcajadas.
     Los pececillos agitaban sus aletas y saltaban por encima de él, provocando una llovizna transparente, acompañada por una dulce melodía con aros concéntricos que intentaba coger con sus pinzas.

    La puerta de aquel nirvana, es flanqueada a izquierda y derecha por dos tejos, -hembra y macho respectivamente- que entrelazan sus ramas junto con los tentáculos espinados de los rosales que junto a sus raíces crecen.        Alguien se acerca a interrumpir ese momento.  Es un niño temeroso de las uñas negras que la noche ha traído a reposar en su almohada.
  Las ramas se abren, dejándole paso. Hacia él, se dirige el cangrejo a darle la bienvenida y una fresa jugosa se pone en sus labios para aplacar su desasosiego.     Ya puede estar tranquilo, en ese mundo de sueños, al que poco a poco, paso a paso, irán llegando aquellos cuyos párpados se cerraron cargados de inocencia.       Unos, por tiempo definido, hasta oír la voz del despertar.        Otros…    ay…  para esos, se acabó todo lo banal y es tiempo de recolectar el grano de lo sembrado.

       Érase una vez un niño, que cada noche, volvía a sentarse en las frágiles  rodillas de su abuelo,   para oír asombrado como salen de sus labios aquellas bellas palabras con las que siempre comenzaba a contar sus dulces historias…
….Érase una vez.









   


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