lunes, 13 de febrero de 2023

Gorras en el armario 011

 


 

        Llega la confirmación de la cita privada, en unos días cogerán el tren tempano para estar allí con tiempo.

    A Jaime no le hace mucha gracia lo de la consulta, pero está ilusionado por ver la gran ciudad llena de coches y edificios altos.

           Su padre le ha prometido que van a montar en el metro, un tren que va bajo tierra por túneles y que van a ir a un parque muy grande donde hay muchos patos y ocas y pavos reales.

       La madre quiere pasar por una de esas grandes y lujosas tiendas del centro, solo para mirar y ver esas cosas tan caras que nunca podrá tener.

 

                  A la llegada a la estación, lo primero preguntar dónde está la boca de metro más cercana;  hasta la tarde no es la cita.

    La estación llena de gente igual que las calles; los tres siempre de la mano sin soltarse, aquello es un caos.

  Todas las aceras llenas, escaparates donde mirar cosas, la calzada llena de coches y autobuses casi rozándose entre sí y al fondo un cartel sobre unas escaleras que bajan al subsuelo de la ciudad.

    Prisas, empujones, peldaños y peldaños hacia abajo con largos pasillos que parecen no tener fin.

    Siguiendo los carteles llegan por fin a la línea uno, que los llevará al centro para ver lo más visto por todos.

        Los vagones parecen latas de sardinas y huele fatal; gente que baja y sube en cada parada.

      Por fin llegan a su destino, están deseando salir de aquel sitio.    Cuando por fin logran ver de nuevo la luz del sol, aquello es un hervidero de personas, más aún que antes.   Allí en la esquina hay un bar, esperaran a que el semáforo se ponga en verde para cruzar rápido, a ver si puede ser que haya una mesa donde sentarse y tomar algo.

  

Ernesto.- esto está lleno

Laura.- vamos a otro a ver

Jaime.- allí hay otro más grande

Ernesto.- pues vamos a ver si hay más suerte

 

            Una mesa libre, por fin descansar un poco los pies.

-         Los camareros hablan a voces como si estuviesen en un mercado:

.-dos con leche y dos de churros

.- marchando mesa tres

.- ¿Qué pasa con esos chocolates?

.- ya van, puestos al fondo

Ernesto.-vaya escándalo

Laura.- yo aquí no aguanto, a ver si nos atienden rápido

Camarero.- Buenos días, ¿que desean?

Ernesto.- tres con leche y unos churros

Camarero.- ¡tres con leche y tres de churros ya!

Laura.- vamos, como para pedir algo sin que se entere nadie

Jaime.- a mí esto ya no me gusta, si es que huele mal en todos los sitios

Ernesto.- luego en el parque ya verás que bien se está

Laura.- si mejor después de desayunar nos vamos al parque

Ernesto.- pero no querías ir a ver tiendas

Laura.- yo creo que mejor me las imagino

Jaime.- sí, mejor mamá

Ernesto.- pero mira que sois aburridos, yo de joven viví aquí unos meses y tampoco es para tanto

Laura.- pues esto para ti.  Que era muy bonito, no sé donde verás tú lo bonito

   -Nada más llegar el camarero con los desayunos, Laura coge el monedero y los paga para no tener que esperar luego-

Ernesto.- ha cambiado mucho, el parque queda lejos, pero eso seguro que sigue igual.

Laura.- cogemos un taxi, ya de perdidos al río, yo no aguanto más los pies por estas calles que no puedes ir tranquila ni un minuto, que agobio de gente

Ernesto.- aquí todo el mundo tiene prisa para ir de un sitio a otro

Jaime.- ¿en esos edificios tan altos que se ven allí vive gente?

Ernesto.- pues claro     

Jaime.- jolín, pues el que viva en el último se va a cansar de subir escaleras

Ernesto.- no porque hay ascensores, te metes como en una caja, se cierran las puertas y te lleva al piso que quieras

Jaime.- ¿encerrados en una caja?

Laura.- en los pisos que han hecho nuevos por detrás del colegio, también han puesto ascensores, un día vamos y montamos en uno para que veas que no pasa nada

Jaime.- sí, son también altos, tienen nueve balcones

Ernesto.- pues ese tiene veinticinco pisos de alto

 

        Cogieron un taxi para ir hasta el parque, los coches parecía que se iban a rozar entre sí, la calle era tan larga que no se veía el final, cada poco un semáforo donde parar y volver a arrancar a toda prisa.

     Por fin,  llegaron al parque, era inmenso, a un lado de la calle edificios y al otro, una reja de hierro que no terminaba nunca.    El taxista paró frente a una puerta y allí se bajaron.

      Era un sito enorme, preguntarían para ver por dónde podían ir a ver los animales  y volverían a preguntar para salir de allí.

       Lo primero a comer al primer sitio que pillasen, luego otro taxi hasta la dirección indicada y allí en la puerta, pues a esperar a que fuera la hora de ver al doctor.

 

   Dos horas dando vueltas por la calle si alejarse mucho hasta que el reloj marcaba las cinco menos cuarto.

Ernesto.- yo creo que ya podríamos subir

Laura.- sí, vamos ya

Ernesto.- mira Jaime, tienen ascensor, vamos a subir en él, veras que bien se va

Jaime.- pero si es en el primero

Laura.- no tendrás miedo

Jaime.- no, pero para un piso me parece una tontería

Ernesto.- venga, que subimos hasta el último y volvemos a bajar

Jaime.- mejor solo hasta el primero

Laura.- cagón.

 

-Bueno no fue mal la experiencia-

Ernesto.- ves ya estamos

Jaime.- ¿podíamos subir al último y bajar?

Laura.- mira aquí también llega hasta el nueve, dale tú al botón

    -Ya tenía algo emocionante que contar a sus amigas-

  Llamaron al timbre y salió a abrir una señora muy seria.

Ernesto.- buenas tardes, teníamos cita con el doctor Batista a las cinco

Señora.- siéntense aquí que ahora les recibe

      -a esperar, por lo menos estaban sentados-

Laura.- que tía más seca

Ernesto.- calla, que te va a oír

Jaime.- luego cuando salgamos, ¿montamos otra vez?

Laura.- claro y volvemos a subir al último y bajamos

 

 

 


 

 

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