lunes, 21 de octubre de 2013

La ultima estacón


    Como creer en el destino. No puedo. Me niego a pensar que todo está escrito.
     Cambiaría mi vida por completo. Pasaría de creer en un ser bondadoso, impotente ante nuestros actos, lleno de amor, el que tal vez yo me he fabricado con respecto a mis  miedos, necesidades y expectativas.  
      Se convertiría en un “dios” abominable, déspota y prepotente que me haría renegar de todo, incluso de mis experiencias y por su puesto de mi conciencia.
      No tendría razón de existir la fe, la caridad ni la esperanza de luchar por algo más justo para todos nosotros y nuestra descendencia.  
     Me convertiría en asesino, empresario sin escrúpulos, traficante de seres humanos, incluso en político, cualquier actividad que me reportase unos ingresos altos y una calidad de vida a los míos, sin que nada más importase, ni tan siquiera yo.
     Tendría al culpable perfecto frente a frente en mi reválida. El escriba que todo lo puede y que plasmó esos actos en el pergamino sagrado de todos los tiempos.
     Quizás esto provocaría que en mi próxima vida (si es que la hay) como morada, como cuerpo, me tocase ser una hermanita de la caridad “de las buenas”.  Pero me revelaría igualmente.  Vez tras vez, hasta que al supremo no le quedase más opción que mandar mi alma al confinamiento perpetuo en el reino de Satanás.
   Allí, tan solo allí, en mi última estación, descansaría en paz, sabiendo que mis actos eran solo míos.
    Tal vez el destino exista y yo esté predestinado para coger con pulso firme la pluma y redactar otras vidas.
    Solo así, tendría la oportunidad de volcar el tintero sobre los pergaminos, para que las almas al fin fueran libres de escoger su camino.

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