viernes, 19 de febrero de 2016

Sembradores

  


Una casita pequeña.  Una puerta abierta.  Un seco chucho a la entrada.  Una ventana, da luz a la cocina.  Una lumbre baja.  Unas pocas ramas secas que arden. Una perola  de hierro,  colgada de una cadena.  Una mesa y varios cachos de tronco serrado cono asientos.
Una estrecha escalera. Un desván abuhardillado. Una cama de cuerpo y medio, y una estrecha litera de tres alturas junto al tiro de la chimenea.  Un montón de paja como colchón de las gallinas y un ventanuco tapado por un manojo de sacos.

Un matrimonio, dos niños, tres niñas, media docena de gallinas y un perro. La justa medida tal vez, para tan poco espacio habitable.
   Por las mañanas, el padre, la madre y el perro, van al también pequeño huerto,  donde con el sudor que destilan sus poros y el cariño que derrochan, riegan y abonan la tierra de la que conseguir su único sustento.
   Los niños y niñas de la mano, se dirigen a la escuela. Aunque el mayor, ya está hecho un mocetón, sus padres no permiten que pierda ni una hora de estudios, es la manera de que algún día, tengan eso que ellos nunca pudieron tener.
  La puerta queda entreabierta. Nada hay que robar.
     Las gallinas picotean esas migajas que despistadas cayeron al suelo, al partir la hogaza de pan.

     El resto de los habitantes del pueblo, les muestran una mirada de lastima amable, tras la cual se esconde la envidia que provoca su desbordante felicidad,  que suple esa ausencia de todo lo material.

     La cultura adquirida, les dará alas para soñar.
          El mayor, quiere ser abogado, pero defender a la gente de las injusticias.
  Dos de las hijas, sueñan con dedicarse a la enfermería y así cuidar a los desvalidos.
       La otra, desea ser peluquera y cada noche, peina el suave cabello de su madre antes de la puesta de sol.
  Y el más pequeño, no sabe, no contesta.

  Crecerán y cada uno, hará o no realidad sus sueños, pero hay una cosa segura, nunca, nunca olvidaran su niñez, sus carencias económicas, sus estrecheces,  sus apretadas noches, el olor a berza cociendo y los callos de las manos de sus padres.       Esa será su enseñanza más  grande.   Porque quien siembra amor…  Cosecha personas.
      

    


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