lunes, 5 de junio de 2017

Hábitos deslucidos



      Las gotas de lluvia creaban una soporífera melodía al chocar contra los canalones de cinc.
             Aquellos pequeños, intentaban entrar en calor, bajo aquellas pesadas mantas marrones y engullidos en los colchones de borra de aquellos catres. --Cuatro maderos con somier de anea, acostumbrados al rechinar de los dientes-.
       Una leve brisa recorría la estancia. El chirriar de unas bisagras se apoderaba de los oídos y unos largos brazos se movían por las paredes y el techo, ante sus sobresaltados ojos.
      El gimoteo de los más pequeños, acrecentaba el nerviosismo del resto y todos ellos tapados hasta la frente, fueron perdiendo la consciencia intentando ver en sus sueños la luz y la ilusión que en sus vidas escaseaba.

               Antes de que los primeros rayos de sol entrasen por aquellos ventanales, en el comedor, un intenso murmullo de palabras indefinidas, se solapaban con el tintineo de las cucharillas de metal contra las tazas rellenas de leche sucia por el polvo de cacao.

.- ¿Tardaste mucho en dormirte anoche?
     .-  ¿y tú?
.- sí, mucho.  Pero por fin logré dejar los oídos sordos
   .- las sombras se metieron en mis sueños y me he estado despertando cada poco
.- ¿y qué serían esas sombras? Parecían brazos gigantescos
   .- yo creo que eran las ramas de los arboles movidas por el viento
.- puede ser, pero a mí, no me parecían ramas

    Cuando subieron a adecentar los catres, vieron como las ramas desnudas de un gran chopo se movían al son del viento casi llegando a golpear los cristales.
    Llevaban poco tiempo allí.  Una sensación de tranquilidad le recorrió el cuerpo y una risa fingida se cruzó entre ellos, queriendo demostrar que en realidad, tan solo el resto habían pasado miedo la noche anterior.
       Cuando llegase la hora se irían a dormir tranquilos, no harían caso al chirriar de las bisagras ni a las sombras.

    Unos niños en el patio, hablaban de lo sucedido. A su alrededor los más pequeños se mordían los labios con los ojos expectantes a lo que contaban.  A unos metros, los novatos, tomaban buena nota de lo que decían.

      .- hacía mucho que los franciscanos, no paseaban en procesión
.- ¿os acordáis de cómo arrastraba los pies al andar el hermano Luis?
     .- sí, fijo que uno de ellos era él, el mismo rozar de las albarcas sobre el terrazo
.- ¿Cuánto hace ya que enterraron al hermano Luis?
    .- pues debe de hacer casi dos años, fue al poco tiempo de entrar yo
.- no me extraña que su alma no pueda descansar tranquila, era malvado, siempre que nos agarraba del brazo, apretaba con rabia, con el único afán de hacernos daño.
   .- esta semana es el día de los difuntos y esa noche no hay quien duerma.

       Los nuevos sonrieron. Tan solo con las miradas se hicieron cómplices de una broma a los más pequeños en esa noche.         El miedo haría que ningún mayor se levantase y descubriese que eran ellos.

                Esa noche, los más pequeños esperaban a que los mayores se metieran en sus catres.        Junto a los ventanales, tiritaban de frío, viendo como los monjes, encendían antorchas que depositaban junto a las tumbas, envueltos por el humo de incienso y los cantos gregorianos que invadirían el monasterio hasta el amanecer.
    
                 Una vez todos acostados. Uno de ellos con las zapatillas atadas a sus rodillas, recorría los pasillos del dormitorio a gatas para no ser visto y el arrastrar por el suelo, provocaba un silencio estremecedor. El otro cubierto con una manta a modo de hábito se puso delante del ventanal.  El plenilunio, proyectaba su imagen sobre la pared.    Ni los más valientes, se atrevieron a mirar de donde provenía aquella sombra.
             Conteniendo el sonido su risa burlesca se acostaron, esperando oír a la mañana siguiente el relato de lo sucedido.

       Los dos… dormían catre con catre.
.- deja de apretarme el brazo, que ya me estás haciendo daño
    .- yo no estoy haciendo nada, pero tu deja de hacer ruidos de pasos arrastrados.
       Abrieron los ojos y en el pasillo, un monje sin rostro, un hábito que parecía levitar a un palmo del suelo, se dirigía hacia ellos.    Aunque pretendían taparse la cabeza con la manta, una fuerza superior se lo impedía.  De un seco tirón, quedaron sus cuerpos al descubierto.   Los colchones se voltearon, cayendo de bruces contra el suelo y el ánima se inclinó junto a ellos robándoles el frío de sus huesos.  Después desapareció.
   
     Se volvieron a acostar sin poder pronunciar palabra. Las mantas quedaros tirada en el suelo.  La fiebre invadió sus cuerpos y el sudor empapó sus aposentos.     Sus pupilas dilatadas dejaron de ver y su respiración se fue perdiendo en el infinito.

    A la mañana siguiente cuando todos despertaron, sus cuerpos yacían pálidos como cirios, enfundados en hábitos deslucidos, con capucha y cordones blancos a la cintura.
   



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