jueves, 27 de mayo de 2010

Aniversario 2/2- ELLA

La otra cara


           El y yo, éramos dos seres distintos y opuestos, tan solo nos unía que siempre estábamos solos y la barra de un bar, incluso en esa circunstancia, nos situábamos habitualmente uno en cada extremo.
   Diariamente me observaba, refugiándose tras las páginas de un periódico, el que solo ojeaba, e inclinaba de vez en cuando su tronco, para esquivar la columna de escayola, que servía como adorno del local, y se interponía entra yo y su mirada.
   Yo siempre llegaba unos minutos antes que él, pero ese día cuando llegué, ya estaba sentado, pero no en su sitio, si no justo al lado del que yo ocupaba. Así paso un tiempo, el con su periódico. Alguna vez me dirigía una frase, a lo que yo solo contestaba: si, bueno, sin darle mucha importancia.
   Poco a poco sus frases y mis respuestas fueros haciéndose menos breves, hasta conseguir con fluidez hablar de diversos temas en nuestras conversaciones.
   Sin saber por qué, una tarde me invitó a ir a ver una iglesia, que tenía una leyenda extraña, no sé, accedí, no sin pensar: bueno otro que me quiere llevar a la cama.
   Mientras mirábamos las imágenes que se encontraban en el interior, note como me cogía la mano y junto a la suya la metía en el bolsillo de su abrigo, sentí su fuerza y dulzura al mismo tiempo, algo diferente a cualquier sensación anterior de mi vida.
   A partir de ahí, las tardes que teníamos tiempo, salíamos a dar paseos, a conocer esa ciudad que era extraña para los dos, y mi mano se hizo inquilina de su bolsillo.
   Me encontraba muy a gusto y tranquila a su lado, llegando a estar de mal genio, cuando el paseo no podía realizarse, debido a nuestras ocupaciones; Hablamos de trabajo, familia, inquietudes, proyectos, y sobre todo de lo maravillosos que eran esos momentos que compartíamos.
   Sentados en un banco del parque, me propuso irnos a vivir juntos, con el pretexto de ahorrarnos el alquiler de un piso y todos los gastos que ello conlleva, a mi me dio una gran alegría, pero antes de decir que sí, le volví a repetir que mi amor no tenía nada que ver con la cama, pues en su piso tan solo había una habitación.
   Estuvimos un año compartiendo todo, él, de vez en cuando dejaba caer alguna frase como: podías dejar tu trabajo, yo gano bastante para los dos, me fastidia que vuelvas tan tarde. Pero yo hacía como que no las oía, él sabía que no lo pensaba hacer.
   La tarde de nuestro aniversario, me dijo que tenía que hacer algo en la oficina, yo llamé al club y les dije que no podía ir, y me quedé en casa preparando una cena, algo diferente, y adornando la mesa para cuando el llegase darle una sorpresa.
    Entró en casa y sonrió al verme allí, se acercó, y me mostró una botella de champan que había ido a comprar a una tienda especializada al otro extremo de la ciudad, me agrado muchísimo que se hubiese acordado de esa fecha.
   Durante la cena el me pidió que esa noche lo hiciéramos, y después de una leve discusión por mi negativa, decidimos seguir con la velada en armonía, pero yo no podía dejar de darle vueltas, me sentía culpable, de que esa historia pudiese fracasar por una cabezonería mía, y buscando una razón para no intentarlo.
   Nos fuimos al dormitorio, nos acostamos y abrazamos como cada noche, en ese momento le pedí que lo hiciéramos, esperando sentir con él, algo distinto a lo habitual, (es decir nada) sentir algo parecido a la sensación que recorría mi cuerpo cada vez que cogía mi mano para meterla en su bolsillo; pero no fue así, me tuve que limitar a fingir, como con cualquier cliente cada vez en mi trabajo.
   Luego se quedó dormido, desnudo entre mis brazos;  No me podía dormir, así que me levanté para darme una ducha.
   Mientras esperaba a que el agua saliese caliente, fui recogiendo la cocina, entré en la habitación, lo miré y pensé que solo tenía dos caminos para aquella situación, o contarle la verdad, o seguir fingiendo siempre. Lo volví a mirar, cogí la maleta que estaba bajo la cama, metí mi ropa y sin darle tan siquiera un beso de despedida, me marché.
   Cuando volví a recobrar la noción del tiempo, estaba amaneciendo, sentada en un autobús que se dirigía a otra ciudad, pensé que me había apresurado a la hora de coger el camino del medio, pero ya no iba a dar marcha atrás.

    Qué pena, el me regaló el amor más grande y precioso que nadie puede desear, y yo no fui capaz de darle ni un instante de sinceridad, en la que debía de haber sido nuestra primera y eterna gran noche.

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