miércoles, 27 de julio de 2022

El Regreso Cap. 07

 

 

 

      Rubén bajó las escaleras a toda prisa, no fuera que esperando el ascensor llegase el celador y lo pillase en la planta.     Al salir a la calle miraba a los lados, derecha o izquierda, hacía donde ir que le pillase de camino.  

       De repente se estuvo un rato parado.

   Rubén.- si es que pareces bobo  --Se dijo a sí mismo—

      Llamó por teléfono.   No es que tardase mucho en cogerlo, pero se le hizo eterno.

Rubén.- ¿Milagros?

Milagros.- sí, ¿dónde le parece que quedemos?

Rubén.- donde te quede cerca

Milagros.- conoce el parque de la alameda

Rubén.- sí claro

Milagros.- pues en un ratito estoy en los bancos de la puerta que da a la avenida de Cardenal Cisneros

Rubén.- muy bien, allí estaré

      Por fin. Podría mirar esos ojos con detenimiento y llenarse de su luz.   Tenía tantas cosas que preguntarle, ¿Cómo contarle el emocionante momento en que su bisabuelo cruzo aquella puerta?     Y la duda de que si después de tanto tiempo le interesaría lo que le tenía que contar.

         Andaba deprisa, no quería hacerla esperar.

           Sintió una sensación extraña, por primera vez las palmas de las manos le sudaban, casi estuvo a punto de soltar una lágrima de de la emoción.             Qué raro él pensaba que se lloraba de tristeza y él estaba exultante de alegría.

         Llegó y se sentó en uno de los bancos.    No habían pasado ni dos minutos;   acera adelante se aproximaba andando con garbo,   en el silencio se dejaban oír sus pasos firmes.     De a lo lejos, ya se podía distinguir el color y brillo de sus ojos. 

     Rubén se puso de pie para recibirla como se merecía, las piernas le empezaron a temblar, aquella muchacha se había convertido en una gran señora.

   Por un momento pensó:         .- por ella, solo por ella, sería capaz de perder mis alas.

 

 Milagros.- perdón ¿lleva mucho esperando?

Rubén.- buenas noches, no,  acabo de llegar

Milagros.- pues no sé qué decir

Rubén.- no sé si lo consideraras un atrevimiento, pero podrías sentarte y dejar que admirase tus verdes ojos un momento

Milagros.- no sé, no veo porqué no

 

--Se sentaron y Rubén disfrutó unos minutos de aquella luz—

    Milagros, sería, mostraba en su rostro la decepción;   

             Aunque él. estuviese tan ensimismado que ni se diera cuenta

Milagros.- perdone si no me ve contenta, pero…

Rubén.- te contaré cosas que te alegrarán

Milagros.- pero… yo esperaba que aquí estuviese Juan de nuevo  

Rubén.- claro, pero Juan ya no existe, aunque fui a buscar aquel cuerpo y los ojos de Casilda, ni lo logré, ya ni el cementerio ya existía

Milagros.- no se preocupe

Rubén.- partiremos de cero,  a mí también me gustaría encontrarme de nuevo con esa estudiante inocente y dicharachera

 Milagros.- conozco un café-bar que es tranquilo y está muy bien

Rubén.- iremos dando un paseo y así poco a poco nos vamos haciendo a la idea

Milagros.- oiga, perdone,

Rubén.- mejor  tutéame, que me siento incomodo

Milagros.- bueno es ya la costumbre, pero te digo,  ¿me estás llamado vieja?

Rubén.- no, no, solo que ya no eres una niña

Milagros.- ¡ah bueno!      

          --eso rompió un poco el hielo y callados siguieron andando hasta llegar al café-bar--

Milagros.- mira, este es;  ponen un café buenísimo y la gente habla bajito para dejar oír la música del pianista que siempre interpreta canciones de siempre, incluso hay una pequeña pista a su lado donde a veces alguna pareja se anima a bailar.

     Cerca de la pared, había una mesa libre.     Casi todo eran parejas de mediana edad, así como ellos (bueno ellos no eran pareja)   se sentaron y pidieron dos cafés.

     -- Al momento ella volvió a llamar al camarero—

Milagros.- perdone me pone un chorrito de coñac. ¿Tú quieres?

Rubén.- no, no, no creo que sea necesario

Milagros.- ¿cómo?

Rubén.- que me atrevo a hablar contigo sin beber

Milagros.- ahora si estoy hablando con mi Juan

Rubén.- y cuéntame ¿te casaste?

Milagros.- no, lo mío fue otra de sus tonterías, pero mira mejor, gracias a aquello supe apreciar mucho más las cosas pequeñas.   ¿Te acuerdas de aquellos paseos con los abuelos? Eso es algo que no habría vivido si no llega a ser porque fui allí a estudiar, mientras él andaba aquí de fiesta.     Mira te voy a contar, te perdiste lo mejor.

   Al día siguiente de que marchaste, Jesús reunió a todos los hombres en el bar y les dio tu encargo, nadie se lo esperaba.   A la mañana siguiente todos los que abrieron la cueva volvieron allí y limpiaron toda aquella zona de hierbas.  Con las mismas piedras levantaron la entrada y unos pocos días, fuimos hasta allí los cuatro: Cosme, Vicenta, Paco y yo.       

   Los hombres junto a sus mujeres y sus hijos se sentían orgullosos.    Carmen y Luisito esperaban en la esquina para mostrarnos la entrada terminada, incluso mira, le pusieron una puerta que pago Paco;   luego allí mismo se sirvió un refresco por cuenta de Jesús.  Fue una tarde preciosa.   Un gran día de fiesta y hermandad.

   Por supuesto faltaba la representación municipal que se quedó en casa.     Una pena que te lo perdieras.

Rubén.- me gustaría haber estado, pero lo importante es que estabais vosotros

Milagros.- a los pocos días, ya me vine a los exámenes y nunca volví.   Muchas veces pienso que tenía que haber vuelto, pero eran otros tiempos.

Rubén.- ¿y a tus padres? ¿Volviste a verlos?

Milagros.- sí, voy cada dos años y paso allí una semana, tiempo suficiente para abrazarlos y traerme suficiente calor que me dure otros dos años

Rubén.- que hermoso eso que haces ¿y cómo te dio por la psiquiatría?

Milagros.- pues ya ves, cuando terminé tuve suerte y entré enseguida a trabajar, pero  quería estudiar más.

      Pensé en estudiar cirugía, pero en el primer año que estuve aquí me tocó recorrer todas las plantas y cuando estuve en la quinta planta decidí que aquello era lo que quería, así que me doctoré en esa especialidad y mira, por suerte me pude quedar en este hospital, ahí, en mi planta preferida, con mis jóvenes y mayores llenos de problemas que no saben cómo solucionar.    Por cierto no te he dado las gracias

Rubén.- gracias por qué

Milagros.- por ayudar a María, mira, en tres días ya ha engordado cuatrocientos gramos.  A parte de eso, daré ordenes de que te dejen visitarla (pero solo a la hora de visitas) que no se te vuelva a ocurrir colarte en la planta a escondidas

Rubén.- no tenía otro remedio, pero bueno la que has estudiado eres tú;  te dije un día que serías una buena doctora

Milagros.- y tú qué haces por aquí en este cuerpo

Rubén.- en el que me tocó, tengo que reconducir a un descarriado pero lo tengo difícil y bueno ya te contaré, estoy viviendo en una situación muy desagradable con negocios sucios que no me gustan y que me sobrepasan

Milagros.- tendrás que adaptarte a este mundo de locos, sé que suena mal esa palabra dicha por una psiquiatra, pero es la verdad

Rubén.- ya, ya, este cuerpo, Rubén, también se suicidó y allí estaba yo esperando para ocupar su lugar.

Milagros.- uff, eso es cargar con mucho peso sobre tus espaldas

Rubén.- bueno, eso es lo que menos pesa

Milagros.- se nos ha pasado el tiempo volando y mañana hay que trabajar, si te parece nos vamos ya

Rubén.- sí, ahora ya podremos quedar otro día y charlar con más tranquilidad

         Salieron del bar y caminado fueron andando hasta la casa de Milagros (él como buen caballero no quería dejarla ir sola a esas horas) llegaron a la puerta y allí se pararon.     Entonces Alhaba le cogió las manos y juntos pasaron al portal.

      La puerta se cerró tras ellos quedando sumidos en la oscuridad.

 

 


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