Rubén
bajó las escaleras a toda prisa, no fuera que esperando el ascensor llegase el
celador y lo pillase en la planta. Al
salir a la calle miraba a los lados, derecha o izquierda, hacía donde ir que le
pillase de camino.
De repente se estuvo un rato parado.
Rubén.- si es que pareces
bobo --Se dijo a sí mismo—
Llamó por teléfono. No es
que tardase mucho en cogerlo, pero se le hizo eterno.
Rubén.- ¿Milagros?
Milagros.- sí, ¿dónde le parece que
quedemos?
Rubén.- donde te quede cerca
Milagros.- conoce el parque de la
alameda
Rubén.- sí claro
Milagros.- pues en un ratito estoy
en los bancos de la puerta que da a la avenida de Cardenal Cisneros
Rubén.- muy bien, allí estaré
Por fin. Podría mirar esos
ojos con detenimiento y llenarse de su luz. Tenía tantas cosas que preguntarle, ¿Cómo
contarle el emocionante momento en que su bisabuelo cruzo aquella puerta? Y la duda de que si después de tanto tiempo
le interesaría lo que le tenía que contar.
Andaba deprisa, no
quería hacerla esperar.
Sintió una sensación extraña, por
primera vez las palmas de las manos le sudaban, casi estuvo a punto de soltar
una lágrima de de la emoción. Qué
raro él pensaba que se lloraba de tristeza y él estaba exultante de alegría.
Llegó y se sentó en uno
de los bancos. No habían pasado ni dos
minutos; acera adelante se aproximaba andando con
garbo, en el silencio se dejaban oír sus pasos firmes. De a lo lejos, ya se podía distinguir el color
y brillo de sus ojos.
Rubén se puso de pie para
recibirla como se merecía, las piernas le empezaron a temblar, aquella muchacha
se había convertido en una gran señora.
Por un momento pensó: .- por ella, solo por ella, sería capaz de perder
mis alas.
Milagros.- perdón ¿lleva mucho esperando?
Rubén.- buenas noches, no, acabo de llegar
Milagros.- pues no sé qué decir
Rubén.- no sé si lo consideraras
un atrevimiento, pero podrías sentarte y dejar que admirase tus verdes ojos un
momento
Milagros.- no sé, no veo porqué no
--Se sentaron y Rubén disfrutó unos minutos de aquella luz—
Milagros, sería, mostraba en
su rostro la decepción;
Aunque él. estuviese tan ensimismado que ni se
diera cuenta
Milagros.- perdone si no me ve
contenta, pero…
Rubén.- te contaré cosas que te
alegrarán
Milagros.- pero… yo esperaba que
aquí estuviese Juan de nuevo
Rubén.- claro, pero Juan ya no
existe, aunque fui a buscar aquel cuerpo y los ojos de Casilda, ni lo logré, ya
ni el cementerio ya existía
Milagros.- no se preocupe
Rubén.- partiremos de cero, a mí también me gustaría encontrarme de nuevo
con esa estudiante inocente y dicharachera
Milagros.- conozco un café-bar que es tranquilo y
está muy bien
Rubén.- iremos dando un paseo y
así poco a poco nos vamos haciendo a la idea
Milagros.- oiga, perdone,
Rubén.- mejor tutéame, que me siento incomodo
Milagros.- bueno es ya la costumbre,
pero te digo, ¿me estás llamado vieja?
Rubén.- no, no, solo que ya no
eres una niña
Milagros.- ¡ah bueno!
--eso rompió un poco el
hielo y callados siguieron andando hasta llegar al café-bar--
Milagros.- mira, este es; ponen un café buenísimo y la gente habla
bajito para dejar oír la música del pianista que siempre interpreta canciones
de siempre, incluso hay una pequeña pista a su lado donde a veces alguna pareja
se anima a bailar.
Cerca de la pared, había una
mesa libre. Casi todo eran parejas de
mediana edad, así como ellos (bueno ellos no eran pareja) se sentaron y pidieron dos cafés.
-- Al momento ella volvió a
llamar al camarero—
Milagros.- perdone me pone un
chorrito de coñac. ¿Tú quieres?
Rubén.- no, no, no creo que sea
necesario
Milagros.- ¿cómo?
Rubén.- que me atrevo a hablar
contigo sin beber
Milagros.- ahora si estoy hablando
con mi Juan
Rubén.- y cuéntame ¿te casaste?
Milagros.- no, lo mío fue otra de
sus tonterías, pero mira mejor, gracias a aquello supe apreciar mucho más las
cosas pequeñas. ¿Te acuerdas de
aquellos paseos con los abuelos? Eso es algo que no habría vivido si no llega a
ser porque fui allí a estudiar, mientras él andaba aquí de fiesta. Mira te voy a contar, te perdiste lo
mejor.
Al día siguiente de que
marchaste, Jesús reunió a todos los hombres en el bar y les dio tu encargo,
nadie se lo esperaba. A la mañana
siguiente todos los que abrieron la cueva volvieron allí y limpiaron toda
aquella zona de hierbas. Con las mismas
piedras levantaron la entrada y unos pocos días, fuimos hasta allí los cuatro:
Cosme, Vicenta, Paco y yo.
Los hombres junto a sus
mujeres y sus hijos se sentían orgullosos.
Carmen y Luisito esperaban en la
esquina para mostrarnos la entrada terminada, incluso mira, le pusieron una puerta
que pago Paco; luego allí mismo se sirvió un refresco por
cuenta de Jesús. Fue una tarde preciosa.
Un gran día de fiesta y hermandad.
Por supuesto faltaba la
representación municipal que se quedó en casa. Una pena
que te lo perdieras.
Rubén.- me gustaría haber estado,
pero lo importante es que estabais vosotros
Milagros.- a los pocos días, ya me
vine a los exámenes y nunca volví. Muchas veces pienso que tenía que haber
vuelto, pero eran otros tiempos.
Rubén.- ¿y a tus padres?
¿Volviste a verlos?
Milagros.- sí, voy cada dos años y
paso allí una semana, tiempo suficiente para abrazarlos y traerme suficiente
calor que me dure otros dos años
Rubén.- que hermoso eso que haces
¿y cómo te dio por la psiquiatría?
Milagros.- pues ya ves, cuando
terminé tuve suerte y entré enseguida a trabajar, pero quería estudiar más.
Pensé en estudiar cirugía, pero en el primer
año que estuve aquí me tocó recorrer todas las plantas y cuando estuve en la
quinta planta decidí que aquello era lo que quería, así que me doctoré en esa
especialidad y mira, por suerte me pude quedar en este hospital, ahí, en mi
planta preferida, con mis jóvenes y mayores llenos de problemas que no saben
cómo solucionar. Por cierto no te he dado las gracias
Rubén.- gracias por qué
Milagros.- por ayudar a María, mira,
en tres días ya ha engordado cuatrocientos gramos. A parte de eso, daré ordenes de que te dejen
visitarla (pero solo a la hora de visitas) que no se te vuelva a ocurrir colarte
en la planta a escondidas
Rubén.- no tenía otro remedio,
pero bueno la que has estudiado eres tú; te dije un día que serías una buena doctora
Milagros.- y tú qué haces por aquí
en este cuerpo
Rubén.- en el que me tocó, tengo
que reconducir a un descarriado pero lo tengo difícil y bueno ya te contaré,
estoy viviendo en una situación muy desagradable con negocios sucios que no me
gustan y que me sobrepasan
Milagros.- tendrás que adaptarte a
este mundo de locos, sé que suena mal esa palabra dicha por una psiquiatra,
pero es la verdad
Rubén.- ya, ya, este cuerpo,
Rubén, también se suicidó y allí estaba yo esperando para ocupar su lugar.
Milagros.- uff, eso es cargar con
mucho peso sobre tus espaldas
Rubén.- bueno, eso es lo que
menos pesa
Milagros.- se nos ha pasado el
tiempo volando y mañana hay que trabajar, si te parece nos vamos ya
Rubén.- sí, ahora ya podremos
quedar otro día y charlar con más tranquilidad
Salieron del bar y
caminado fueron andando hasta la casa de Milagros (él como buen caballero no quería
dejarla ir sola a esas horas) llegaron a la puerta y allí se pararon. Entonces Alhaba le cogió las manos y juntos
pasaron al portal.
La puerta se cerró tras ellos quedando
sumidos en la oscuridad.
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