Introducción
Sin traje ni cuerpo, sin
rostro ni ojos, tan solo la brisa
llegaba portando las alas entre sus dedos, justo cuando la puerta comenzaba a
abrirse.
Los maestros esperaban junto a
Kawamo para verlo entrar en su eternidad.
Alhaba se aproximó a ellos,
estaba ansioso por saber si era merecedor de portar en su espalda aquel regalo.
Demasiado pronto para saber el
veredicto.
Aún sabiendo que
no era lo correcto tenía un deseo que solicitar a sus maestros antes de acompañar
a Kawamo hasta la puerta. Quería que se volviese a poner aquellas alas,
para ver aquella luz de la que tanto había oído hablar durante años, esa luz que
era especial, incluso más bella que la que tras la puerta esperaba.
Los maestros le advirtieron que si eso
ocurría, solo Kawamo, tendría la potestad sobre ellas y sería suya la decisión de
quedárselas e irse con ellas. Las
alas son limitadas y el cortejo celestial quedaría definitivamente con un ángel
menos, igual que habían permanecido todo este tiempo y muchas misiones quedarían
sin cumplir.
Kawamo se puso de rodillas;
Alhaba alzó las alas y dijo:
.- en nombre de tu bisnieta,
destinada a portarlas un día, dejo en ti la decisión que creas más oportuna.
Al acercarlas a su espalda
estas fueron atraídas como el imán atrae al hierro.
De repente todo su alrededor se iluminó de
color verde; la fila que se encaminaba a la puerta paró
ante tal belleza.
Los maestros bajaron la cabeza reverenciando
al ser cuyo destino era el ser maestro de maestros y que un día abandonó su
camino para convertirse en mortal.
Las
puertas estaban a punto de cerrarse.
Los maestros rogaban no se
quitase de encima su gran tesoro, que renunciase a la luz y que su brillo
volviese a iluminar de nuevo el claustro celestial.
Kawamo cruzó sus brazos por
encima de los hombros y se las arrancó de cuajo, devolviéndoselas a
Alhaba.
Todo quedó de nuevo en
tinieblas y en el último instante cruzó la puerta hacia el reino de la luz.
Los maestros tras deliberar
decidieron que su puesto lo ocupase Alhaba, con la ingenua esperanza de que el
brillo verdoso renaciera al colocarlas en su espalda.
La luminosidad no volvió, pero por fin el
cortejo estaba de nuevo al completo.
Una nueva misión, la primera ya con sus
alas, lo conduciría a la gran ciudad; descendió de las alturas, pero antes
pisar de nuevo el suelo se desplazó hasta aquel pueblecito. Las
lápidas habían desaparecido, ni resto del cuerpo que poseía aquellos lindos ojos.
En su lugar, unas nuevas edificaciones altas y
de color pardo. Su antiguo hogar que
quedó tan limpio, un solar despojado de paredes. La Casa de Nazario estaba vacía.
En la puerta y trasera, se acumulaban
hojas, hierbajos secos de tanto hacía que permanecían cerradas.
El bar sin cartel, un anciano sentado a la puerta con la mirada
triste y las manos temblorosas bajó la cabeza,
tal vez notó su presencia, los años le habían quitado ya hasta las ganas
de saludar.
Miró hacia arriba, a ese
firmamento azul, buscando a Cosme y Vicenta, pero no los encontró.
--Antes de partir hacia la capital murmuró--
.- adiós mis amigos; gracias por todo lo que
me enseñasteis.
Todo le era demasiado extraño, las personas
vestían de diferente manera, en su andar parecían tener prisa, vehículos
llenaban las calles negruzcas recorriéndolas a toda velocidad y el ruido era
ensordecedor.
Nadie podía verlo. De todas
formas nadie se fijaría en él, entre tanta multitud. Esperaría un nuevo cuerpo que necesitase
un inquilino donde habitar y entre tanto buscaría a la persona a la que le habían
encomendado para rectificar su proceder.
Muy interesante este inicio.. Bienvenido
ResponderEliminariremos poco a poco avanzando con la luna
ResponderEliminarGraciñas