jueves, 11 de diciembre de 2014

03.- El diario nunca escrito



Cambio de domicilio

              Aunque el verano esté próximo, mi padre ha ido a encender la calefacción, para librar de frio y humedad la casa recién terminada, donde iremos a vivir después  de que pasen unos días y esté acondicionada.

      En su habitación, junto al radiador, han puesto para mí, una cuna, que mamá ha pintado de blanco.      Cada noche se levanta y me da el pecho recostada sobre una almohada;    una posición cómoda, en la que a menudo, nos quedamos de nuevo las dos dormidas, hasta que se da cuenta y me devuelve a mi sitio.

        Me han puesto un juguete colgado, que da vueltas cuando suena una dulce musiquita.   Tiene colgados con hilos varios animalitos muy simpáticos, de vivos colores, aunque no puedo llegar a ellos, deben ser al tacto muy blanditos y suaves, como si fuesen de algodón.

        La bañera en grandísima, mamá se mete con migo y me pone sobre su tripa, dejando que apoye la cabeza en su pecho, me encanta estar en el agua, con ella, con sus manos suaves acariciando todo mi cuerpo, siempre untadas en un aceitoso gel que deja en mí, un perfume fresco e inconfundible.

          A papá, le gusta ponerme tumbada en sus piernas cuando está sentado para hacerme fechorías, contarme historias y cantarme canciones.     No es que cante muy bien, pero lo intenta y cada día son diferentes;   nunca repite lo mismo, (será que las sabe se las inventa).

         A mí me da igual, sus  gestos representando a esos animales de los que habla, me hacen gracia.

     Hay muchas veces que los veo preocupados, pero no sé porqué.   De repente cuando no están juntos, a solas empiezan a llorar sin motivo aparente, me abraza quien está con migo en ese momento, solo me dice: pequeña te quiero, te quiero mucho. Se seca sus lágrimas y sigue bromeando con mi cuerpo, como tal cosa, como si nada hubiese pasado.

      Mi abuela viene a verme todos los días, no entiendo por qué ella también llora al mirarme;   luego me sonríe y vuelve a llorar.  Cuando pasa un rato allí se va siempre despotricando, enfadada con el mundo,  maldiciendo a alguien que creo saber quién es.



Un entorno rodeado


de sonrisas y de llanos


de alegrías y tristezas


de encantos y desencantos.


Miradas que nunca entiendo


y que nadie me ha explicado


tantas lagrimas vertidas


que colmarían un lago.


Yo soy su felicidad


y también su desconsuelo


yo soy quien llena sus vidas


y la que les quita el sueño.


Que alguien me explique porqué


hay tanta contradicción


entre lo que ellos demuestran


y lo que percibo yo.



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