viernes, 12 de diciembre de 2014

06.-El diario nunca escrito



Incertidumbre
 
      Algo nuevo se aproxima. Puedo percibirlo. Está en el ambiente.  Los sudores fríos en las manos.   Las miradas forzadas con gesto sonriente. Los silencios prolongados.
     Una serie de cosas poco habituales que nadie intenta explicarme, pero puedo notar que soy yo la causante de esa incertidumbre.
    Esta mañana, se han levantado muy pronto, me han envuelto en una manta de colores y hemos hecho un viaje más largo de lo normal.
      Hemos parado frente a un edificio horrible, grande y cuadriculado. 
         Nada más entrar, allí estaban otra vez las personas de las batas blancas andando de un lado a otro.
     Las personas que no llevaban puesta esa vestimenta, estaban sentadas al lado de las paredes con desolación en sus caras, esperando resignados a oír su nombre e ir a la puerta correspondiente para entrar y volver a salir al rato con la misma cara.
     A mis padres no sé porqué, los veo ilusionados.   Yo, hace unos días, he empezado a poner la cabeza erguida  estando tumbada boca abajo, intentando levantarla.
     La larga espera hace que la gente se levante a estirar las piernas, dando unos pequeños paseos pasillo arriba y abajo.  Al fondo, detrás de aquella puerta se deja oír el llanto de un niño que acaba de entrar con sus padres.  No puedo escapar de allí, pero me gustaría. Mi nombre es pronunciado en voz alta por una enfermera.     Hasta llegar a la puerta siento terror.  Mi cara cambia cuando nos recibe un señor con gesto y voz agradable. No sé lo que dice, pero al ver como mis padres dirigen su mirada al suelo, siento que no puede ser bueno.
      De vuelta a casa, sus palabras son para darse ánimo uno al otro, pero ninguno cree en lo que está diciendo.
       Todo sigue igual, eso sí he podido darme cuenta de que ya no me dan esa pastillita todas las mañanas.
         Hoy estando tumbada boca arriba, he sentido una sensación de pánico, era como si me cállese al vacío;  lo que me ha hecho empezar a llorar y flexionar los brazos con tal fuerza que se me han quedado engarrotados.
      Mamá, se ha apresurado rápidamente a consolarme cogiéndome en sus brazos.  No sé quien tenía de las dos más cara de susto, si ella o yo.
       Esta situación se vuelve a repetir cada vez con más frecuencia, me han llevado a otro doctor para consultar este problema. Un señor normal, sin bata blanca, eso sí con cara de agrio.     Justo delante de él, me ha vuelto a pasar.  Eran cosas normales de mi enfermedad.  Hemos salido de allí, igual que hemos entrado.        Bueno, con cinco mil pesetas menos en el bolso de mi madre.
     Nada más montar en el coche con cara de desagrado mi padre ha murmurado: .-otro matasanos que no tiene ni puta idea.
      Intentan estar siempre a mi lado y hoy, como pronto tenemos que volver a ver al otro médico me han estado grabando en vídeo. Su cara era indescriptible, pero ellos tenían que aguantar sin cogerme, para que aquel señor viera lo que me pasaba.
         Cuando ha visto el vídeo, no ha hecho falta explicarle nada más. Ha dejado la cámara y ha dicho:  
  .- tiene el síndrome de West.       Mis padres pálidos, se han mirado sin entender nada, creo que en ese instante les ha faltado el aliento hasta para preguntar.
    Ahora me están dando unas pastillas diferentes. Noto que se sienten culpables por haber hecho caso.      Dejar de darme aquellas pastillas ha sido un error garrafal.
     ¿Pero como les digo que ellos no tienen la culpa?
         Ya no entro en la cuna, han dejado muy bonita una habitación, la más calentita y menos ruidosa, ya que da a la terraza y el patio trasero.        Me asusto a cualquier ruido y así podré descansar más tranquila.
        Han puesto un aparato con el que pueden oír hasta mi respiración y siempre están pendientes.
      Muchas noches que estoy intranquila, papá me coge en brazos, se sienta con migo en un sillón y allí se queda dormitando, apretándome contra su pecho sin dejar de balanceándose instintivamente.   Otras, mamá se pone a mi lado y me coge la mano, igual que papá, se queda dormida hasta que el dolor de espalda la despierta por su mala postura. Y se vuelve a su habitación pensando lo mismo que mi padre, pensaba la noche anterior:
     
     

Sobre los hombros de cera
caen las culpas encendidas
derritiendo hasta sus almas
siempre llorando a escondidas.
Es tanta su rebeldía
que hasta reniegan de dios,
¿Por qué no a mí?
¿Por qué a ella?
¿Por qué si te he hecho algún mal
no has tenido la osadía
de decírmelo a la cara
y cobrarte con mi vida?.
No te pediré perdón
por las palabras que digo,
tan solo quiero justicia,
y por eso, te maldigo.




    

No hay comentarios:

Publicar un comentario