sábado, 13 de diciembre de 2014

08.-El diario nunca escrito



Engañabobos


    En la tele, ha salido un señor hablando de la curación por la energía emitida por sus manos.  Mi madre;  ilusa por obligación, ha copiado el número de teléfono.
           Están preparando todo para el viaje, nada tienen que perder,  la esperanza y el escepticismo se mezclan en sus mentes, pero un gasto de diez mil pesetas, no nos va a sacar de pobres y en estas situaciones donde solo la desolación depresiva cobra sentido, el maldito dinero pierde su valor.
     Llevan tiempo viviendo con intensidad cada segundo que están a mi lado.    Alguien les ha comentado, o han oído en algún sitio, que debido al deterioro progresivo de ciertos órganos, la esperanza de vida en las personas como yo, no debe de ser demasiado larga.
     Nos dirigimos hasta la gran ciudad, sin que casi nadie lo sepa.  No quieren que les digan lo que ellos ya saben, intentando convencerlos para que no realicen un gasto innecesario.    Solo una oportunidad de que una estrella brille en la noche, aunque nunca llegue a amanecer.
          Igual que en todos los sitios, la sala de espera está llena de caras desahuciadas por la medicina.   De gente que se aferra a cualquier cosa y entre ellos algunos que aunque sea por sugestión, creen apreciar una mejoría y siguen yendo como única salida a su cruel destino.
       Nos toca entrar a nosotros.   El señor me mira como intentando adivinar lo que está claramente a la vista.
    Se concentra y pone sus manos sobre mi cabeza.  Mis padres solo observan si en mi rostro,  se ocasiona algún gesto que les indique que estoy sintiendo algo.    Sí.  Es verdad, he notado como esas manos desprendían calor;    pero mucho menos que el que desprende el cuerpo de mi madre cuando me abraza.
     Mi padre ha salido de la habitación a por algo y he confirmado que este tipo es imbécil.
         Tal vez mi madre nunca desvele lo que allí en ese momento ha ocurrido:      solo se le ocurre decirle, que todo lo que me pasa es en parte culpa de mi padre, sin más explicaciones.  Mi madre ha torcido el gesto, lo ha mirado, me ha mirado a mí y solo se ha sonreído.
       En el viaje de vuelta se les veía satisfechos de lo que habían hecho.  No habían conseguido nada.     Bueno si,   engordar la cuenta de aquel farsante con unos billetes, (que no es que nos sobreasen).    Pero disfrutaban de la sensación de haberlo intentado.

Presbítero del engaño,

embaucar, tu profesión,

aprovechador de haciendas

y de desesperación.

Desvalijas a creyentes

que solo en ti ven la opción,

de que sus seres queridos

encuentren la curación.

Y te llenas los bolsillos

quitándoles el sustento,

haciéndoles comer pan

como único alimento.

Darían hasta su vida

porque esto fuese verdad.

no te servirán los bienes

cuando te hayan de llamar,

que en el más allá te pudras

por toda la eternidad.


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