Las campanas de la iglesia,
llamaban a misa; toda la gente ataviada con sus mejores galas se dirigía a la
plaza. Allí. Sentada, sola, quedaba la
anciana al sol, junto a puerta de las traseras.
Forastero.-
buen día hace. ¿Usted no va a misa?
Vicenta.-
no majo, si casi que no puedo ya andar, soy como un trasto
Forastero.-
no diga eso, si está hecha una moza
Vicenta.-
gracias pero tú y yo sabemos que no es verdad
Forastero.-
y qué, que le pareció la novia del nieto
Vicenta.-
calla, calla, toda la tarde en el comedor hablando, cigarro va y cigarro
viene ¡marrana! Si le huele hasta la ropa a humo
Forastero.-
bueno son jóvenes
Vicenta.-
ni yo, ni mi hija, fumamos nunca y también fuimos jóvenes; ¡una marrana!
Forastero.-
¿usted cree que yo debería ir a misa?
Vicenta.-
pues claro, es domingo y solo pueden dejar de ir los impedidos
Forastero.-
tiene razón; por cierto ¿cómo se llama usted?
Vicenta.-
Vicenta ¿y tú majo?
Forastero.-
¿como le gustaría que me llamase?
Vicenta.-
Juan, como mi difunto marido
Forastero.-
pues mire, ha acertado, Juan me llamo
Vicenta.-
anda pues mira que bien, así no se me olvida tu nombre
Forastero.-
yo tampoco olvidaré el suyo
Vicenta.-
anda corre que llegas tarde a misa y te van a criticar todas estas petardas.
En la plaza comenzaban a entrar las mujeres a
la iglesia y a colocarse en los bancos de adelante, tras ellas los hombres que
ocupaban los del medio.
Un murmullo invadió el templo cuando la linda joven se quitó las gafas
de sol de su rostro; unos preciosos
ojos verdes parecían iluminar todo.
Solo un par de hombres quedaban a la puerta de la iglesia apurando las
últimas caladas de un cigarro.
Allí
se quedó esperando, para entrar tras ellos.
Se acercaron a un recipiente de piedra, mojaron sus dedos en agua e
hicieron un movimiento raro, tocándose la frente, el estomago y ambos hombros. --Él
hizo lo mismo--.
Luego se sentaron en el último banco, al no haber sitio, se quedó allí
al lado de pie, como algunos otros que estaban al otro lado pegados a la pared.
Enseguida entendió que era una especie de
ritual ancestral; todos hacían lo mismo,
de pie, luego otra vez sentados, otra vez de pie, después rodillas al suelo,
mientas un señor vestido diferente a todos los demás y acompañado por dos niños
ataviados con sayos rojos, tras un buen rato hablando, les mando ir en paz y todos cogieron de nuevo
camino a la puerta.
Fuera se formaron corrillos, estaba todo el
pueblo, menos la abuela, el abuelo y el dueño del bar. El
recién bautizado como Juan, solo en una esquina observaba sin entender mucho,
pero a la espera de nuevos movimientos.
--Una voz se oyó al fondo—
Jesús.-
forastero, ven
---Era uno
de los que jugaban con él la partida al dominó—
Jesús.-
mira, esta es mi mujer y este mi hijo
Forastero.-
encantado, yo me llamo Juan
Jesús.-
ya era hora de que dijese su nombre, aunque yo lo seguiré llamando forastero
Carmen.-
mira que eres. Yo soy Carmen, este Luisito y el guasón de mi
marido se llama Jesús, pero todos lo llaman Zocato
Forastero.-
bueno es saberlo
Jesús.-
vamos acompáñanos a tomar el vermut que hoy pago yo.
Ya en el bar, los hombres a la
barra, las mujeres juntas en corros sentadas en junto a las mesas, los niños
correteaban jugando calle arriba y calle abajo.
La forastera, sentada junto a la madre del novio, sin decir palabra; las
señoras no hacían nada más que preguntar y preguntar pero solamente doña
Sagrario era la encargada de responder a todo.
Matías.-
Adolfo, ¿Qué tal la vida por la ciudad? Que parece te ha comido la lengua un
gato
Adolfo.-
como siempre estudiando
Braulio.-
bueno estudiando…. Vaya moza te has echado
Nazario.- bueno
dejad en paz al muchacho
Pedro.-
ayer esperábamos que vinieses a echar unos tragos por la tarde
Adolfo.-
ya, pero estuvimos en casa
De pronto se hizo el silencio. Las
mujeres con cara de asombro, los hombres sin mirar a nadie y la señora Sagrario
colorada como un tomate.
---La forastera, había sacado una cajetilla de
tabaco y se había encendido un pitillo (tal vez por aburrimiento) ---
El novio se acercó
rápidamente: .- Milagros, vamos fuera
un momento a tomar el aire y nos fumamos el cigarro.
Ángela.-
¿pero fuma?
Carmen.-
¿y tu hijo la deja?
Francisca.-
qué juventud
Sagrario.-
¡bueno ya está bien! Pues si fuma, fuma. Son jóvenes, son otros tiempos y
además a mí no es que me guste, pero no
me parece ni bien, ni mal, prefiero que fume, quiera a mi hijo y sea decente,
que a las que no fuman y de decentes tienen poco.
---mirando
con soberbia a alguna de ellas---
Francisca.-
bueno pues como te pones, tampoco hemos dicho nada malo
Sagrario.-
pues eso, que fuma, porque le da la real gana
La señora Sagrario dio media vuelta y se fue hacia la puerta, pero antes
de salir se dio la vuelta de nuevo con genio.
Sagrario.-
y si queréis tener de que hablar asomaros, que ahora voy yo a fumar con ella,
que no se a que sabe eso y debe de estar rico
Nazario.-
¿Qué vas hacer loca? -Gritó su marido
desde la barra- Que te va a entrar una
tos que vas a echar hasta los hígados.
Sagrario.-
¿te digo yo a ti que no fumes? Pues a partir de ahora a lo mejor fumamos los
dos, que ya estoy harta de oler el pestazo de ese tabaco asqueroso, el de
Milagros por lo menos huele bien.
--Cada uno a lo suyo y buena gana de
meterse en asuntos de matrimonio--.
Ante aquella situación, el forastero prefirió irse al lado del abuelo y
sentarse con él.
Forastero.-
señor Cosme, está la cosa que echa chispas, usted y yo aquí calladitos estamos
mejor
El
abuelo deslizo la mano y la puso encima de la de él, para apretarla con fuerza.
Forastero.-
gracias abuelo, se me había olvidado.
Todos pagaron sus rondas y se fueron a comer
entre silencios y miradas que hablaban por si solas.
Forastero.-
bueno yo también me voy a comer
Paco.-
¿por qué no se queda a comer con nosotros? Estamos los dos solos y donde comen
dos comen tres, siempre nos sobra comida gracias a dios.
Forastero.-
bueno, ¿a que le tengo que ayudar?
Paco.-
a nada, primero comemos y luego ya, yo tengo tiempo de recoger esto hasta la
hora del café, que según está la cosa hoy seguro que llegan un poco más tarde.
Efectivamente, desde la ventana se
podía ver como se iban formando corrillos de tertulia según se iban doblando
las esquinas, fuera del alcance de la vista de los demás.
Desde el principio hasta el fin, que ameno entretenido, engancha eres todo un portento de las letras 🥰
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