jueves, 16 de junio de 2022

El Forastero Cap. 04

 


 

      El lunes por la mañana Adolfo volvía a la ciudad para seguir con sus estudios.

           Ante la sorpresa de todas montaba en el coche de línea él solo.     La novia se quedaba en casa de los padres.      En la tienda intentarían enterarse  del porqué de esa decisión.

          Allí estaba el forastero, ojeando unas zapatillas de abrigo para estar en casa.

                    Junto a la chimenea se había montado una mesa en la que trabajar cómodamente en sus apuntes y dibujos al calor de la lumbre.    Nunca faltaba leña en el fuego, el gran montón que había en la cuadra cortada, no se acabaría por mucho que durase el invierno.

-- Todas fueron entrando a tropel--

Artemisa.- Andrea, Andrea, que se ha ido el solo ¿tú sabes algo?

Andrea.- yo que voy a saber

Carmen.- pues cuando venga doña Sagrario le tienes que preguntar

Andrea.- pues está la cosa como para andar preguntando

Artemisa.- a ti, sí te lo cuenta, sois amigas íntimas de siempre,    nosotras siempre fuimos las pobres.

Andrea.- pues vaya rica soy yo, mira, toda la vida aquí metida

Francisca.- tú pregúntale.    Oiga, usted, forastero

Carmen.- no se llama forastero, se llama Juan – replicó afligida--

Francisca.- ¿y tú como la sabes?

Carmen.- porque  lo sé.   Buenos días señor Juan, perdone no le había visto

Forastero.- buenos días doña Carmen

Carmen.- sin doña por favor

Forastero.- entonces, sin el señor a ser posible

---Todas comenzaron a sonreírse---

Carmen.- pues perdone Juan     ¿se ha dado cuenta que la nueva tiene los ojos iguales a los suyos?

Forastero.- mejor debería decir usted igual a los de la señora Casilda

---Todas se miraron extrañadas por aquella contestación---

----Entonces fue Carmen la que sonreía----

        Cogió las zapatillas una buena bata de felpa y se acerco a pagar al mostrador, mientras ellas, una a una iban desapareciendo de su vista.

 

Andrea.- ay señor Juan, esta bata es de mujer

Forastero.- pero parece que es de buen abrigo

Andrea.- pero con lo largo que es usted, le van a quedar las mangas por los codos

Forastero.- ¿entonces?

Andrea.- venga que le escojo yo una y se la dejo barata, aquí las cosas de hombre se pueden tirar años y más las batas y las zapatillas.

Forastero.- lo que usted diga señora

Andrea.- esta,  pruébesela

Forastero.- me está bien, que le debo de las dos cosas

Andrea.- deme cincuenta pesetas, porque ya  pensaba que no las vendería nunca

Forastero.- muchas gracias, me voy para casa que por la calle hoy hace frío

Andrea.- hasta mañana

Forastero.- hasta mañana

---Pero antes de llegar a salir por la puerta---

Andrea.- señor Juan, que no se le olvide ir a por el pan

Forastero.- muchas gracias, pues ya se me había olvidado

Andrea.- ainssss esa cabeza.

 

    El forastero subía la calle pensando en la casualidad de aquellos ojos  verdes.

        Ya ves que bobada, pues anda que no había gente con los ojos verdes;    las mujeres le habían suscitado la duda de porqué  se había quedado allí esa chiquilla.

          En casa miraba por la ventana esperando a que el sol apretase un poco más, para con la disculpa de ir a por el pan, pasar por la trasera del señor Nazario a ver si se encontraba con su amiga Vicenta, tal vez ella había oído algo.

      Ese día el sol salió sin fuerza, las nubes cubrían gran parte del cielo y aunque esperó hasta la una de al medio día para bajar a por el pan, Vicenta no estaba a la puerta.   Giró la esquina y pudo verla tras los cristales de la ventana haciendo un discreto saludo con su mano.  Nadie lo veía, así que él se tomó la libertad de soplar la palma de su mano extendida enviándole un beso.

        Ya en casa, miraba como las hojas de que había en una rama de encina crepitaban en la lumbre.  No sabía qué hacer hoy de comida. Por un momento se le pasó por la cabeza el bajar y comer en el bar, pero le parecía un atrevimiento, lo mismo se pensaban que quería lo invitasen de nuevo.  La verdad es que la comida del día anterior era comida de verdad, no los comistrajos que el cocinaba. En fin, pondría unos huevos y unas paratas a cocer y con un poco de aceite, pimentón y sal comida hecha.   Una receta sencilla que le había sugerido un día la señora de la tienda.

 

          A la tarde, tardaban en llegar los viejos a la solana.

    Las campanas sonaban lento y grave.

           Alguien aporreaba su puerta al tiempo que gritaba con voz de niño:

                             .- señor Juan, señor Juan.

-- Era Luisito quien llamaba sin aliento en su boca--

Forastero.- tranquilo respira, ¿qué pasa?

Luisito.- que dice Paco, el del bar, que si puede usted bajar

         Sin quitarse las zapatillas ni la bata recién estrenada, salía a paso rápido.

Bajaba la calle pensando en lo peor.      Los ancianos que debían de estar solana esperaban en la puerta cerrada  del ayuntamiento.     Entró al bar y  su corazón acelerado por las prisas pareció pararse de golpe.    El abuelo no estaba sentado en su silla.

Forastero.- ¡Paco! ¡Qué pasa!

          Al oír las voces, Paco salió por la puerta de al lado de la barra, que daba a la vivienda.

 --Salía con el rostro desencajado--

Forastero.- ¿qué le ha pasado a tu padre?

Paco.- nada, nada, tranquilo, pero le quería pedir un favor

Forastero.- ¿y dónde está tu padre?

Paco.- ahí sentado en la cocina, está bien, pero el doblar de campanas lo pone triste, sabe que pronto serán para él.  

         Juan, entro hasta la cocina sin pedir permiso;   quería cerciorarse de que su amigo Cosme, estaba bien.

 Paco.-venga un momento.   El que se ha muerto es un hermano mío que estaba en la capital, no le he dicho nada para no preocuparlo más.  Estaba soltero como yo y a nadie tiene excepto a mí.    Me tengo que ir arreglar las cosas para traerlo a enterrar al pueblo y aunque haya muchos que podrían quedarse con mi padre, preferiría que fuese usted el que estuviese con él estas horas que voy a faltar.

Forastero.- por supuesto que sí, no se preocupe que lo voy a cuidar como si fuera mi padre

Paco.- quédense ahí en la cocina que se está mejor, hoy el bar no se abre.

Forastero.- pues venga, marche y que se le arregle bien la cosa.

Paco.- coja lo que quiera si le apetece tomar algo, considérese en su casa.

   En ese tiempo el alcalde ha llegado y los mayores se han acomodado en las sillas que flanquean las paredes de la sala de juntas, mientras el alguacil monta unas borriquetas en el centro a la espera de que llegue el féretro. Podrían velarlo en el bar, pero se da la circunstancia que fue alcalde unos años antes de ir a vivir a la ciudad y como reconocimiento a sus servicios prestado, su cadáver se acogerá en la casa consistorial y las banderas lucirán a media asta.

       En la cocina del bar, la redonda estufa de hierro muestra su tripa al rojo, tras los cristales empieza el aire a soplar con fuerza  y de vez en cuando rachas de agua golpean las tejas de la vieja casa.

       Celso y Juan, sentados frente a frente, con sus manos unidas conversan con la mirada y se cuentan historias de su pasado.  Cosas que a Juan le interesan y que Cosme pudo escuchar.  Él era muy pequeño, de los nacidos en aquellas últimas décadas del siglo pasado, solo quedan él y Vicenta, el resto ya marcharon.

      El tiempo se les ha pasado muy rápido, las campanas vuelven a sonar, Cosme baja la cabeza con el gesto entristecido.

Forastero.- tranquilo amigo, esas no son por ti.

    Las lágrimas brotan de sus ojos, bien sabe él por quien son, mucho tiempo que su hijo mayor no viene a verlo sin que haya razón aparente y la última vez ya comentó a su hermano a escondidas que no andaba bien de salud.

Forastero.- amigo, ahora no puedes tener prisa, de Vicenta y  de ti, depende mi futuro y a cambio yo ayudaré en el vuestro.

               Cosme le aprieta las manos resignado, está harto de vivir mes tras mes, días iguales, la misma silla, en el mismo sitio, como un mueble que ya nadie ni se molesta en mirar.

Forastero.- pero ahora es distinto, estoy yo, yo si te hago caso, a mi me interesa lo que me cuentas y tu hijo pequeño vuelve a sonreír al mirarte.   Mira el día que haga bueno nos vamos a dar un paseo y vamos a ir a ver a Vicenta.

---A Cosme se le iluminaba la cara---

Forastero.- y al sol, os voy a leer un libro de cuentos y un domingo nos vamos a coger los tres, despacito y vamos a bajar a misa;  tú, con tu traje más elegante y Vicenta con su vestido mas colorido;  Yo en medio cogido del brazo de los dos.

---Movía la cabeza riéndose de aquellas ilusas proposiciones---




2 comentarios:

  1. Llegó el forastero y dio vida al pueblo ❤me encanta me tienes enganchada quiero el libro cuando lo termines pon un precio y una dirección y te lo mandó isofacto 🥰

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