Introducción. (A)
Aquella mañana de invierno, amanecía nublado; el cantar de los pájaros no quería despertar.
Las mantas se pegan a un cuerpo dormido
que tras los cristales ve el roció brillar.
En el cielo algo distinto que nadie puede explicar,
nadie ha visto aquello que resbalando desciende por ese rayo de luz que luego
desaparece a las afueras del pueblo muy cerca del cementerio.
La
luz se replegó de nuevo entre las nubes, entonces por fin, los tibios cantos
comenzaron a sonar alegrando las calles desiertas de aquel lugar.
Poco
a poco los ventanucos cuadrados se fueron abriendo; la señora Francisca abría
la puerta del gallinero para recoger algún huevo con que preparar la comida que
su marido llevaría al tajo.
Anselmo
volvía con su perro calle adelante, como
siempre con su cántaro de leche recién ordeñada. Las vecinas le compraban al pasar, no les
hacía falta reloj de agujas para saber que era el momento de que los chiquillos
se empezasen a aviar y tras lavarse y desayunar, salir en algarabía bulliciosa
camino de la escuela.
La
mayoría de hombres ya están en el campo.
Todas las ventanas lucen abiertas, colgando de
ellas las colchas que se airean mientras manos fuertes, curtidas por el tiempo
ahuecan la lana de los colchones fondeados por las horas de la noche.
A media mañana un extraño personaje traspasó
la puerta de la tienda; la única del pueblo, donde los productos de limpieza,
se juntaban con las zapatillas y batas de andar por casa. Sobre el pequeño mostrador, el barrilete de
sardinas saladas y las latas abiertas de chicharro en escabeche.
Caballero
de pocas palabras y mirada penetrante, apuesto físicamente, bien vestido y
barba poblada de canas que dejaban entrever sus años cumplidos.
Dio una vuelta observando todo lo que allí había y tras mucho pensar se
acercó al mostrador, depositó sobre él una moneda de cinco pesetas por la
molestia y salió de nuevo por la puerta tal y como había entrado.
La
noticia corrió como la pólvora, todas querían saber quién sería, porqué estaba
en el pueblo. --- ¿Para qué habría
venido?--- Todo eran especulaciones. Las que tenían hijos en edad de trabajar,
soñaban con que fuera un empresario y que hubiese llegado pensando en montar
allí alguna nueva fábrica de algo.
Las más agoreras, temían fuese algún esbirro del gobierno, de esos que
van a inspeccionar, a sacar los trapos sucios de cada casa. Había que localizar al alcalde y que diese
una solución.
---Florentina entró apresurada---
.- está en el ayuntamiento, lo acabo de ver entrar
Francisca.-
pues a mí no me importaría venderle a buen precio el terrenito de la carretera.
Ángela.- ni a mi
alquilarle la casa de mis difuntos suegros.
Rufina.-
si va directo al ayuntamiento, malo, verás como al final nos toca pagar.
Andrea.-
solo es un forastero y mañana se habrá ido.
Rufina.-
Claro, tú lo defiendes porque te dio un
duro de propina.
El comedor de la señora Ángela estaba a rebosar; su ventana estaba
situada justo frente a la puerta del consistorio, no tenía más remedio que
salir por allí.
¿De
qué estarían hablando? Claro si hubiese coincidido en verano estarían
los balcones abiertos y algo se podría oír,
pero esta es mala época para
ventilar el despacho del secretario.
Florencia.-
María, tú en cuanto que salga entras y preguntas a tu marido
María.-
uy maja, mi marido de cosas oficiales no suelta prenda
Ángela.-
tú que no te impones, conmigo tenía que dar. No se puede permitir que nos
tengan así sin saber nada
Carmen.-
ya sale, ya sale
Rufina.-
oye pues no está mal
Carmen.-
¿Y dónde irá ahora con el alcalde?
Ángela.-
vamos María entra, a ver si le sacas algo
Mientras
el alcalde junto al forastero se encaminan calle arriba en dirección a vaya
usted a saber, la espera expectante se hace eterna en aquel comedor frente a la
puerta del ayuntamiento.
Carmen.-
ya sale, ya sale
Artemisa.-
¿Qué ha dicho?
Carmen.-
¿quién es?
Francisca.-
¿a qué viene?
María.-
dice que viene a algo de un antepasado suyo y han ido a ver la casa de
Faustino, creo que la quiere alquilar por un tiempo
Sagrario.-
Gracias a Dios que no es nadie de la inspección (Santiguándose varias veces)
Rufina.-
como se nota las que tienen dinerillo
Hasta la salida de los niños del colegio el resto de calles del pueblo
se han quedado desiertas, las colchas en las ventanas, las camas sin hacer, los
pucheros olvidados y la incertidumbre con pan, la comida de ese día.
Excelente Carlos.
ResponderEliminarGraciñas
EliminarBuen empiece
ResponderEliminarBueno, impaciente por continuar
ResponderEliminarInteresante, hubiera sucedido en cualquier pueblo castellano de los 50. Me gustó
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