Pupilas que se dilatan
mirando en la
oscuridad.
Los llantos enmudecidos
que ya no piden
piedad.
Manos frías que
no tiemblan
apoyadas en el suelo,
el miedo cortó sus alas
para impedirles el vuelo.
Lagrimas en la
mejilla,
reseca duerme su sal.
Los labios ya no
susurran
hablando
a la soledad.
El penar se ha terminado.
Ya no le duelen los golpes
en el cuerpo
lastimado.
Ni una más en la pared,
antes del último aliento,
sus dedos, han dibujado.
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