domingo, 26 de junio de 2022

El Forastero Cap. 08

 


 

     El ayuntamiento estaba cerrado, claro, era demasiado pronto.

           La señora Ángela se asomaba disimulada a su ventana.

    Él permanecía sentado en aquel escalón sin darle importancia.    La humedad calaba hasta los huesos.     Alguien se aproximaba a paso lento, su silueta contorneada se dejaba entrever al fondo de la calle entre la densa niebla que esa mañana lo envolvía todo.

Por suerte era Matías, puntual según su reloj al puesto de trabajo.

Forastero.- perdone señor Matías, venía a hablar con usted

---Sacó las llaves del bolsillo sin demasiada prisa---

Matías.- Pase dentro que fuera hace frío.       Ahora le atiendo que lo primero es encender la estufa para que se vaya templando el despacho

Forastero.- usted tranquilo, haga lo que tengo que hacer

      --allí en el portal esperó un largo rato;  al menos no estaba a la intemperie—

Matías.- pase usted

      Matías sentado tras una mesa llena de papales,  junto a una gran estufa y con su puro encendido en la mano miraba con recelo al forastero.

Forastero.- yo quería saber si la familia que era conocida como los Marrajos, tenía algunas propiedades inscritas en el ayuntamiento

Matías.- ¿los Marrajos? No me suena

Forastero.- sí, de ellos era el sitio donde usted se hizo la casa

--Matías lo miró indignado por aquel comentario—

Matías.- ese sitio era un peligro, yo me hice cargo de los gastos de derribarlo y nadie lo reclamó nunca, por lo que en pago por el desembolso que yo había hecho de mi bolsillo, el ayuntamiento decidió cedérmelo en propiedad, antes de sufragar el posterior desescombro.

Forastero.- perdone si lo he incomodado, solo quería saber si por casualidad, usted sabía de alguna propiedad distinta, no sé, un huerto, una tierra, un pozo, algo.

Matías.- de ellos aquí no hay nada, ni había oído nunca el nombre de esa familia y ahora si no le molesta, tengo muchos papeles importantes que clasificar como para perder el tiempo en esas tonterías.

         Parece que al secretario no le había parecido nada bien que se tocase el tema de su casa, al fin y al cabo, si era legal no tenía por qué sentirse aludido.

 

            Habría que buscar por otro sitio, estaba claro que del consistorio no iba a tener ninguna ayuda.   Pensó en hablar con el señor alcalde, pero para qué crearse más enemistades.   

          De vuelta a casa, la señora Vicenta estaba tras la ventana, la única que daba a esa calle.

Forastero.- buenos días mi reina

---Vicenta abrió un poquito una hoja---

Forastero.- cuanto tiempo sin verla

Vicenta.- con este tiempo, a ver si al medio día está despejado

Forastero.- no sé, hay una niebla

Vicenta.- por eso, mañanitas de niebla tardes de paseo

Forastero.- pero que lista que es usted

Vicenta.- anda zalamero

Forastero.- le tengo que contar muchas cosas, ahora como y ceno en el bar

Vicenta.- muy bien

Forastero.- y me llevo muy bien con un conocido suyo:   el señor Cosme

Vicenta.- Cosme, que buen chico. ¿Sabe una cosa? de joven me pretendió pero…

Forastero.- bueno, cierre la ventana que va a coger frío,   a ver si luego nos vemos

       --- ella cerró la ventana y espero paciente a que le soplase un beso, luego con su mano le dijo adiós como si de una jovencita se tratase ---

 Esperó a que se levantase un poco la niebla para ir a la tienda a pagar las galletas.

         Tenía razón la sabiduría popular, se quedaba un magnifico día soleado, con un cielo azul y despejado.    Los primeros rayos del sol se agradecían estando sentado en una silla a la puerta aunque aún no tenían demasiada fuerza.  Tan plácidamente estaba, que se escurrió un poco hacia abajo, apoyó su cabeza entre el respaldo y la pared y se volvió a quedar dormido.

      Cuando abrió los ojos, allí enfrente mirándolo con una mueca graciosa estaba Milagros.

Milagros.- buenos días, que ya amaneció  --Y siguió caminando---

Forastero.- Señorita Milagros, perdone, quería pedirle disculpas por lo que pasó, no era mi intención

Milagros.- perdone, pero es que no sé a qué vino aquello

Forastero.- no habrás contado nada

Milagros.- pero contar, qué

          --Juan se quedó callado; Milagros siguió andando y Juan andaba a su lado—

Forastero.- Tienes unos ojos preciosos

Milagros.- lo mismo digo (ya no le inspiraba temor aquel señor)

Forastero.- serán como los de tu madre

Milagros.- no, no señor, mis padres los tienen marrones

Forastero.- ¿y tus abuelos?

Milagros.- también marrones, yo soy la única de la familia que los tiene verdes

Forastero.- mira que es rara la naturaleza

Milagros.- bueno espere; recuerdo que cuando era niña mi abuela materna decía que tenía los ojos igual que su padre

Forastero.- que interesante

Milagros.- ¿Y a usted también le gusta pasear por los cementerios?      A mí me encanta la tranquilidad que hay entre las lápidas, por eso dicen que soy muy rara, pero me da igual.

--Pasado un rato—

Milagros.-  Bueno es hora de volver a casa, que no les gusta que salga mucho a la calle, dicen que la gente está deseando ver a cualquiera para criticar y chismorrear.

Forastero.- por favor;  dile a la abuela Vicenta que has estado conmigo

Milagros.- pobrecita, apenas oye y no habla casi.

Forastero.- tú díselo y que no te vea fumar, que no le gusta

Milagros.- vale lo haré

Forastero.- mañana nos vemos y seguimos charlando, si te apetece

Milagros.- vale, hasta mañana.

 

         En la comida ya tenía una sorpresa nueva para el abuelo.     Esperó a que terminasen la sopa y tras servir en cada plato un trozo de tortilla:

Forastero.- qué amigo ¿tuvo muchas novias de joven?

--Movió la cabeza diciendo que no—

Forastero.- pero bien que pretendió a Vicenta

Paco.- anda eso no lo sabía yo

Forastero.- pues sí, me han contado que anduvo tras de ella un tiempo

--El abuelo miró hacia un lado y se dejó oír un: .- ¡Bah!--

Paco.- o sea que madre no fue la primera novia

-cogió el tenedor y siguió comiendo -

Forastero.- qué pícaro, como se ve lo que no le interesa.




 

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