martes, 28 de junio de 2022

El Forastero Cap. 09

 

 

                  El clima mejoraba día a día, en vez de pasar por la solana donde nadie le prestaba ninguna atención, Juan pasaba por la trasera de Nazario.  Normalmente allí estaba sentada Vicenta que le gustaba contar cosas de aquellos años pasados.

    Se emocionaba al contarle cómo muchos niños morían por cualquier enfermedad (tres hermanos perdió de niña). De cuando se casaron y se fueron a vivir a una casucha con una mano delante y la otra detrás, los estragos que hizo la guerra llevándose la juventud al frente del que muchos no volvieron, de las jornadas de sol a sol doblando los riñones para conseguir unos ahorrillos y comprar las tierras, esas, las que ahora su yerno labra para mantener a la familia y tantas y tantas penurias que les toco pasar.   Pero también le contaba cosas alegres, juegos que recuerda de su infancia, una imagen que no se le borra: La cara de su padre besándola en la oscuridad; ella ya estaba acostada cuando él volvía a casa tras un duro día de trabajo.    Las manos de su madre, blancas como las de la virgen y suaves por dura que fuese la faena que realizaban.

     Aquellos momentos junto a aquella pared recogida del viento,   esos momentos de compartir felicidad a espaldas del mundo así como  la ternura en la mirada del señor Cosme, eran lo más valioso que podía poseer Juan, aquellas pequeñas cosas tenían que ser premiadas de alguna manera.

    El domingo por la tarde recordó que la señora de la tienda, le dijo que todos los lunes iba a la capital a comprar género.

               Empujó la puerta, como siempre estaba abierta.

Forastero.- señora Andrea

Andrea.- ¡ya voy! Quien será un domingo a estas horas

Forastero.-perdone soy yo

Andrea.- ya se te ha olvidado algo –afirmó-

Forastero.- no, venía a pedirle un favor, pero de esto, ni una palabra

Andrea.- yo, vamos, parece mentira

Forastero.- bueno usted me entiende, su silencio vale unos cuantos duros de propina

Andrea.- cuente, cuente, de esta baca no sale nada

Forastero.- me dijo que los lunes iba a la capital

Andrea.- sí todos los lunes me monto en la furgoneta con mi marido y vamos a comprar para tener mercancía toda la semana

Forastero.- su marido tampoco puede decir nada

Andrea.- yo, lo que haga mi Ramón…

Forastero.- están los duros en juego – advirtió-

Andrea.- no se preocupe, somos dos tumbas

Forastero.- quiero que vayan a una tienda donde vendan sillas de ruedas y que me traigan dos, que no las vea nadie y a la hora de comer que no anda un alma por la calle, que me las lleven al bar

Andrea.- ¿pero dos? Le advierto que esas cosas son muy caras

Forastero.- sí, me trae dos.   Y si alguien se entera se queda usted con las sillas en su tienda y sin los duros de propina

Andrea.- no, no se preocupe, pero me las paga mañana, que no disponemos para andar adelantando esas cantidades

Forastero.- sin problemas, cuando lleguen al bar yo se las pago y asunto acabado; pero ya le advierto, que no se entere nadie

Andrea.- que pesado, que le he dicho que no vamos a decir nada

 

            Como habían quedado a la hora de comer estaba la furgoneta en la puerta del bar con las dos sillas dentro.      Al oír el ruido del motor salió Juan, las descargaron y las pagó como habían quedado, agregando al precio diez duros de propina.

 

            --Juan entro con las dos sillas plegadas empujando una con cada mano—

Forastero.- Paco levanta a tu padre de esa silla que ha llegado un regalo

Paco.- ¿pero eso qué es?

Forastero.- una silla de ruedas para que se pueda mover por el bar tranquilamente

Paco.- ¿cómo haces este gasto?

Forastero.- porque quiero

Paco.- ¿y la otra?

Forastero.- La otra ahora en cuanto acabemos de comer nos cogemos a tu padre y nos vamos con él dando un paseo hasta casa de Nazario, esta otra silla es para la señora Vicenta

---Así lo hicieron---

         Paco empujaba por las calles la silla nueva, las piedras y baches entorpecían constantemente su avance, pero él no detenía su marcha pausada pero constante.

-- Al llegar a casa de Nazario llamaron a la puerta—

Paco.- doña Sagrario que ha llegado un regalo para su madre

Sagrario.- ¡voy! Gritó desde la cocina

Nazario.- ¿que esa algarabía? Protestó, porque se estaba echando la siesta

--La estudiante  salió enseguida--

Milagros.- ¿pero qué es esto? El señor del bar en una silla nueva

Forastero.- y esta que traigo aquí es para la señora Vicenta, así que vete a por ella que nos vamos a dar un paseo

    Doña Sagrario se quedó sin palabras al ver aquello;   Nazario se levanto a ver qué pasaba, mientras Milagros iba a buscar a la abuela a su habitación.

Milagros.- abuela vamos, que tiene usted una sorpresa.

--Nazario apartó un momento a su mujer de la puerta--

Nazario.- no me fío nada de este forastero, ha oído que somos los ricos del pueblo y no sé yo

Sagrario.- bueno mira, a caballo regalado

Nazario.- te digo que nadie regala nada

Sagrario.- bueno, bueno, déjalo estar de momento

-- La abuela se sentó en la silla a ver qué pasaba después—

Forastero.- bueno pues ahora con su permiso nos vamos a dar un paseo a estos jovenzuelos

Milagros.- ¿Puedo ir con ellos?    

Forastero.- pues claro, pero te va a tocar empujar

Milagros.- con mucho gusto

        Los cinco siguieron con el paseo ante la mirada emocionada de Doña Sagrario y los pensamientos sospechosos de Nazario.

              Cada tarde después de comer, daban el mismo paseo; aquellos cuerpos ya mustios por el tiempo agradecían el sol y el aire.  Los dos con las piernas tapadas con unas mantas finas y coloridas que les compró en la plaza Milagros eran la envidia de todos;   los más mayores del lugar eran los que más vida y alegría daban a sus calles.

 

 


 

 

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