El clima mejoraba día a día,
en vez de pasar por la solana donde nadie le prestaba ninguna atención, Juan
pasaba por la trasera de Nazario.
Normalmente allí estaba sentada Vicenta que le gustaba contar cosas de
aquellos años pasados.
Se
emocionaba al contarle cómo muchos niños morían por cualquier enfermedad (tres
hermanos perdió de niña). De cuando se casaron y se fueron a vivir a una
casucha con una mano delante y la otra detrás, los estragos que hizo la guerra
llevándose la juventud al frente del que muchos no volvieron, de las jornadas
de sol a sol doblando los riñones para conseguir unos ahorrillos y comprar las
tierras, esas, las que ahora su yerno labra para mantener a la familia y tantas
y tantas penurias que les toco pasar. Pero también le contaba cosas alegres, juegos
que recuerda de su infancia, una imagen que no se le borra: La cara de su padre
besándola en la oscuridad; ella ya estaba acostada cuando él volvía a casa tras
un duro día de trabajo. Las manos de
su madre, blancas como las de la virgen y suaves por dura que fuese la faena
que realizaban.
Aquellos momentos junto a aquella pared recogida del viento, esos momentos de compartir felicidad a
espaldas del mundo así como la ternura
en la mirada del señor Cosme, eran lo más valioso que podía poseer Juan,
aquellas pequeñas cosas tenían que ser premiadas de alguna manera.
El
domingo por la tarde recordó que la señora de la tienda, le dijo que todos los
lunes iba a la capital a comprar género.
Empujó la puerta, como siempre estaba
abierta.
Forastero.-
señora Andrea
Andrea.-
¡ya voy! Quien será un domingo a estas horas
Forastero.-perdone
soy yo
Andrea.-
ya se te ha olvidado algo –afirmó-
Forastero.-
no, venía a pedirle un favor, pero de esto, ni una palabra
Andrea.-
yo, vamos, parece mentira
Forastero.-
bueno usted me entiende, su silencio vale unos cuantos duros de propina
Andrea.-
cuente, cuente, de esta baca no sale nada
Forastero.-
me dijo que los lunes iba a la capital
Andrea.-
sí todos los lunes me monto en la furgoneta con mi marido y vamos a comprar
para tener mercancía toda la semana
Forastero.-
su marido tampoco puede decir nada
Andrea.-
yo, lo que haga mi Ramón…
Forastero.-
están los duros en juego – advirtió-
Andrea.-
no se preocupe, somos dos tumbas
Forastero.-
quiero que vayan a una tienda donde vendan sillas de ruedas y que me traigan
dos, que no las vea nadie y a la hora de comer que no anda un alma por la
calle, que me las lleven al bar
Andrea.-
¿pero dos? Le advierto que esas cosas son muy caras
Forastero.-
sí, me trae dos. Y si alguien se entera se queda usted con las
sillas en su tienda y sin los duros de propina
Andrea.-
no, no se preocupe, pero me las paga mañana, que no disponemos para andar
adelantando esas cantidades
Forastero.-
sin problemas, cuando lleguen al bar yo se las pago y asunto acabado; pero ya
le advierto, que no se entere nadie
Andrea.-
que pesado, que le he dicho que no vamos a decir nada
Como habían quedado a la hora de comer estaba la furgoneta en la puerta
del bar con las dos sillas dentro. Al oír el ruido del motor salió Juan, las
descargaron y las pagó como habían quedado, agregando al precio diez duros de propina.
--Juan entro con las dos sillas plegadas empujando una con cada mano—
Forastero.-
Paco levanta a tu padre de esa silla que ha llegado un regalo
Paco.-
¿pero eso qué es?
Forastero.-
una silla de ruedas para que se pueda mover por el bar tranquilamente
Paco.-
¿cómo haces este gasto?
Forastero.-
porque quiero
Paco.-
¿y la otra?
Forastero.-
La otra ahora en cuanto acabemos de comer nos cogemos a tu padre y nos vamos
con él dando un paseo hasta casa de Nazario, esta otra silla es para la señora
Vicenta
---Así lo hicieron---
Paco
empujaba por las calles la silla nueva, las piedras y baches entorpecían
constantemente su avance, pero él no detenía su marcha pausada pero constante.
-- Al llegar a casa de Nazario
llamaron a la puerta—
Paco.-
doña Sagrario que ha llegado un regalo para su madre
Sagrario.-
¡voy! Gritó desde la cocina
Nazario.-
¿que esa algarabía? Protestó, porque se estaba echando la siesta
--La estudiante salió enseguida--
Milagros.-
¿pero qué es esto? El señor del bar en una silla nueva
Forastero.-
y esta que traigo aquí es para la señora Vicenta, así que vete a por ella que
nos vamos a dar un paseo
Doña
Sagrario se quedó sin palabras al ver aquello; Nazario se levanto a ver qué pasaba, mientras
Milagros iba a buscar a la abuela a su habitación.
Milagros.-
abuela vamos, que tiene usted una sorpresa.
--Nazario apartó un momento a su mujer
de la puerta--
Nazario.-
no me fío nada de este forastero, ha oído que somos los ricos del pueblo y no
sé yo
Sagrario.-
bueno mira, a caballo regalado
Nazario.-
te digo que nadie regala nada
Sagrario.-
bueno, bueno, déjalo estar de momento
-- La abuela se sentó en la silla a
ver qué pasaba después—
Forastero.-
bueno pues ahora con su permiso nos vamos a dar un paseo a estos jovenzuelos
Milagros.-
¿Puedo ir con ellos?
Forastero.-
pues claro, pero te va a tocar empujar
Milagros.-
con mucho gusto
Los cinco siguieron con el paseo ante la
mirada emocionada de Doña Sagrario y los pensamientos sospechosos de Nazario.
Cada tarde después de comer, daban el
mismo paseo; aquellos cuerpos ya mustios por el tiempo agradecían el sol y el
aire. Los dos con las piernas tapadas
con unas mantas finas y coloridas que les compró en la plaza Milagros eran la
envidia de todos; los más mayores del lugar eran los que más
vida y alegría daban a sus calles.
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