Aquella tarde pasó por la tienda a comprar
galletas para el desayuno;
Había unas redondas y gordas que la señora
Andrea se las vendía al peso, porque la caja era muy grande.
Forastero.-
señora, señora, --allí no aparecía nadie— que raro
---Al momento llegó el marido---
Ramón.-
¿le puedo atender en algo?
Forastero.-
sí, venía a por galletas. ¿Le pasa algo
a su señora?
Ramón.-
nada, que hoy tenían no se qué reunión para vestir a la virgen
Forastero.-
¿a la virgen?
Ramón.-
es que usted parece no enterarse de nada.
Va a ser la fiesta y las mujeres
le ponen el vestido de gala a la virgen y adornan las andas con flores para la
procesión.
-- Juan ponía cara de no entender
nada—
Ramón.-
así, ¿cuarto kilo le parece bien?
Forastero.-
sí, sí, ¿cuánto es?
Ramón.-
deje, mañana le paga a mi mujer que sabe los precios, lo mío es el arado y las
mulas
Forastero.-
pues hasta mañana
--Se iba hacía la puerta cuando el
señor reclamo su atención---
Ramón.-
¡forastero!
Forastero.-
diga
Ramón.-
que va usted muy guapo con esa ropa nueva
Forastero.-
gracias
Ramón.-
pero no me joda, quítele la etiqueta al jersey que la lleva colgando.
Forastero.-
ah, no sabía que había que quitársela
Ramón.-
te digo yo, que este hombre no es de esta tierra.
Hala, con dios.
Ya en casa, doblo el traje cuidadosamente. La tarde estaba soleada y hacía una
temperatura agradable. Se fue dando
una vuelta hasta llegar al cementerio para devolver lo prestado.
Sobre una tumba dejó el traje y este se
difuminó con el calor de sus manos.
Forastero.-
ya conocí a su hija. Muchas
gracias por dejarme este tiempo el traje y espero que la luz lo acompañe en su
camino.
Cuando levantó la mirada vio que allí a unos pasos de él estaba
Milagros, con aquellos resplandecientes ojos mirándolo atentamente.
Forastero.-
¿Qué haces ahí?
Milagros.-
nada
Forastero.-
¿qué has visto? ¿De qué zona vienes? ¿Quién te envía? –con voz cada vez más alta
Milagros.-
¡usted está loco!
Forastero.-
perdona, perdona, de verdad; no cuentes nada de esto por favor
Milagros.-
¡váyase a la mierda!
Forastero.-
tú eres como yo, no digas nada –andando tras ella-
Milagros.-
dejé de seguirme de una vez, que está tarado
El
forastero se paró en seco, como explicar aquello, si a milagros le daba por
contárselo a alguien. Tenía pensado el pasar por la solana a
preguntar a los viejos por esa familia a la que llamaban Marrajos, pero primero
debía de tranquilizarse, así que se fue camino adelante hasta una chopera donde
pasar la tarde sin ver a nadie. Sentado junto al arroyo de aguas claras,
observaba la vida que había a su alrededor.
¿A quién se le ocurriría dar vida
a estos seres tan extraños que andan a dos patas? De rodillas cogió agua entre sus manos y
de repente se vio y abrió las manos sobresaltado. En su
reflejo pudo observar con detalle una ligera rayita bajo sus pupilas; eran
iguales a las de los ojos de la estudiante.
Ahora ya no tenía dudas, demasiada
casualidad, pero… ¿qué
nexo de unión podría haber en común entre Milagros y La señora Casilda? O sería
otra aprendiz, como él. Mejor no pensar
demasiado en lo inexplicable.
Camino de regreso ya oscurecido miraba el cielo, el tiempo no se detenía
y cada vez quedaba menos para la primera luna de primavera. Cuando llegó al bar ya lo estaban esperando con la mesa puesta.
Paco.-
vaya horas, ya me pensaba que no venías
Forastero.-
sí, perdona es que he estado paseando por la chopera
Paco.-
hoy te han echado de menos los compañeros de partida; por cierto ¿Cuándo vas a
dejar de perder con esos dos?
Forastero.-
un día de estos, no hay prisa
Paco.-
vamos a cenar
Forastero.-
y qué, ¿Cómo va mi amigo? –Cogiendo las manos de abuelo—
Paco.-
esta tarde ha estado animado, lo he sentado junto a una mesa y ha estado viendo
jugar al tute
Forastero.-
¿y hacían muchas trampas?
-Cosme movió su mano queriendo decir: Alguna que otra.
Paco.-
bueno venga que se enfría
Se
pusieron a cenar; como cada noche Juan bromeaba con el abuelo dándole en la
mano cuando este llevaba la cuchara a la boca.
Paco.-
¡coño! déjalo cenar, tanto tiempo que no
comía el solo, que ahora me luce cada cucharada que come.
Forastero.-
por cierto Paco, una pregunta. ¿Cuál era la casa de los Marrajos?
Paco.-
¿Marrajos? Pues no sé, sí que me suena haber oído ese apodo, pero de cuando era
pequeño
Forastero.-
abuelo ¿usted sabe de quién le hablo?
El
abuelo dejó de comer y respiró profundamente varias veces; luego dio un par de
golpes en la mesa con sus dedos al tiempo que
tensaba la garganta.
Cosme.-
tías, tías.
Paco.-
que dice padre
--- volvió respirar enfadado---
Cosme.-
Ma-ti-as
Paco.-
ah claro, tranquilo que ya lo he entendido.
Se refiere a Matías el secretario
Forastero.-
¿qué casa es esa?
Paco.-
una nueva que está por encima de la panadería, ese solar llevaba muchos años
con una casa en ruinas y no sé como la haría, pero lo puso a su nombre y se
hizo una casa allí.
Vaya desilusión, una casa nueva. Seguro
que no quedaba ya ni una piedra de lo anterior.
Forastero.-
muchas gracias, pero no es bueno que se esfuerce tanto, cuando nos quiera decir
algo, usted nos lo explica con señas, que tardaremos, pero lo entenderemos.
--Cosme movió su cabeza; que suplicio
no poder hablar--.
Esa noche se dio varias vueltas
cerca de aquella casa; nada, no
quedaba nada donde quedar algo escondido con el paso de los años. Como siempre, pasó por delante de la
ventana de Vicenta y oyó como respiraba tranquila. Al volver la esquina vio luz, se asomó con
sigilo para no ser visto, era Milagros que aún estaba estudiando. -Qué pena, que una chica tan estudiosa vaya
a caer con el niñato ese, que a saber que porvenir tenía- Bueno,
tenía tierras.
Se fue para casa y allí aburrido junto a la
lumbre, de pronto se le ocurrió el ir a hablar Matías;
tal vez, pudiera ser que esa
familia tuviese algo más que hubiese quedado desperdigado.
¿En una casa?... No, en una casa habitada no se puede esconder
nada que no se quiera sea encontrado. Tenía que ser un sitio algo más alejado,
solitario, sin mucho transito o de poca importancia.
Esa
noche durmió tranquilo, soñó con ese tiempo en que todo el pasado se borró para
renacer en un nuevo presente y despertó satisfecho de su sueño.
Tras levantarse aseó su cuerpo como mandan las costumbres de los
hombres, acarició su despejada espalda para no olvidar su condición, se vistió con las ropas nuevas para esperar
paciente la llegada de Anselmo y luego tras desayunar bajar tranquilamente hasta el
ayuntamiento.
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