.- ya estoy aquí -entró diciendo Paco-
Forastero.-
¿Cómo ha ido la cosa?
Paco.-
ya está acomodado, allí está todo el pueblo, voy hacer unas jarras de café que
la noche va a ser larga.
Forastero.-
¿quieres que bajemos un rato entre los dos a tu padre?
Paco.-
no, mejor que se quede aquí ahora le hago la cena y lo acuesto
Forastero.-
si quieres me quedo yo con él
Paco.-
no hace falta, pero si te comprometes a ir haciendo los cafés yo hago la cena y
cenamos los tres
Forastero.-
bueno si te fías de mi a cargo de la cafetera
Paco.-
bueno, que tan difícil no es; llena por
lo menos tres jarras
Forastero.-
pero tanto se va a quedar helado en un rato
Paco.-
tienes razón, cuando cenemos hago una y luego cada par de horas me acerco y
bajo otra caliente
--Se hizo la cena, cenaron y mientras Paco acostaba a su padre Juan
hacía la jarra de café—
Forastero.-
bueno pues a pasar buena noche
Paco.-
¿no bajas?
Forastero.-
a mí estas cosas… Bueno voy un rato porque es tu hermano, pero que pinto yo
allí en un rincón, sin saber de qué hablar con nadie
Paco.-
vamos hombre, que es pronto para irse para casa
Forastero.-
está bien, subo a casa me visto decentemente y allí nos vemos.
Juan observaba aquel rito que no entendía; el
ataúd en el medio, junto a él cuatro velas gordas una a cada esquina, una cruz
puesta junto a la cabecera y la multitud hablando de cosas que nada tenían que
ver con el difunto. Paco estaba sentado
en una silla junto al ataúd y de vez en cuando alguna mujer se acercaba a él,
lo abrazaba y se ponían a llorar.
--Entró por
la puerta Nazario y se acercó a dar el pésame--.
Nazario.-
ya hemos acostado a la abuela, por eso no hemos bajado antes
Paco.-
es normal ¿y Sagrario?
Nazario.-
ahí viene con Milagros
Paco.-
se la ve buena muchacha
Nazario.-
sí, se quedará aquí un mes y pico, tiene que hacer un trabajo de fin de carrera
y aquí está más tranquila y se centra en lo que tiene que estudiar.
Todas las mujeres se miraron
entre ellas; aún estado cada una a una
conversación y que Nazario hablaba en voz baja, todas se habían enterado.
Al momento doña Sagrario y la
estudiante, se acercaban a él para darle el pésame. Luego se sentaban con los
demás. Milagros estaba allí como un
florero (más o menos como él)
Sin intentar cruzar demasiado sus miradas, no podían el evitar mirarse; Eran dos extraños en aquel lugar.
Juan se acercó a Paco para despedirse de él, se iría a dar una vuelta al
pueblo en soledad como cada noche antes de irse a dormir.
Paco.-
espera que salgo contigo y de paso voy a por otra jarra de café
Forastero.-
te acompaño y echamos un vistazo a ver si tu padre duerme.
Paco.-
no creo que esta noche duerma, pero está mejor allí que a aquí
Andaban despacio dirección al bar conversando sobre esa costumbre de
pasar toda la noche junto al cuerpo del difunto, tradiciones de siempre como
tantas otras.
Paco.-
pasa y mientras se hacen los cafés, nos tomamos uno nosotros recién hecho y
calentito
Forastero.-
si que se agradece, esta la noche fría. No hagamos ruido por si está dormido
Paco.-
oye Juan ¿te has dado cuenta?
Forastero.-
de qué
Paco.-
pues de que llevamos todo el día tuteándonos sin pedir permiso para ello
Forastero.-
perdone no ha sido mi intención
Paco.-
no, todo lo contrario, es una demostración de amistad, lo de usted lo veo bien
cuando es un trato de respeto de los
jóvenes a los mayores o cuando se habla con alguien desconocido o de mayor
clase social
Forastero.-
que clase social Paco, todos sois
iguales, el dinero no hace a la persona
Paco iba hacia el ayuntamiento con la jarra de
la mano y Juan se encaminó hacia la casa de Nazario a oír tras el cristal a ver
si Vicenta dormía tranquila. Luego daría el paseo de rigor no sin antes pasar
de nuevo por casa a coger el gabán de paño que tanto frío le quitaba cada
noche.
Oyó pasos, ¿Quién sería? A unos metros se veía la punta de un
pitillo encendido, siguió andando tranquilo hasta que se cruzaron.
Milagros.-
Buenas noches
Forastero.-
buenas noches
Era Milagros que se iba a dormir. Los dos quedaron parados, en la oscuridad
sus ojos resplandecían al enfrentarse entre sí. ¿Qué habría de casualidad en aquel color? Lo
más seguro nada
Forastero.-
¿eres de muy lejos? -Preguntó agradablemente-
Milagros.-
si señor, del otro lado del mar ¿y usted?
Forastero.-
si señorita, del otro lado del cielo
-Milagros
comenzó a reír comenzando a dar pasos
para seguir su camino-
Forastero.-
perdón, una pregunta. ¿Podría saber qué carrera está terminando? Si no le molesta
Milagros.-
medicina, ya me queda poco
Forastero.-
a descansar, que mañana hay que estudiar
Milagros.-
hasta mañana señor
Forastero.-
hasta mañana y si necesitas algo, me llamo Juan
Milagros.-
vale, yo Milagros
La estudiante abría la puerta y entraba sin hacer ruido, mientras el
forastero parado en mitad de la calle observaba hasta ver que la puerta estaba
cerrada y la casa segura.
Que ojos más bellos, así de cerca y en la oscuridad impresionaban ¿Qué
habría pensado ella de los suyos? Se
paró frente a una ventana y miró su rostro en el reflejo del cristal; sí,
sus ojos eran idénticos, parecían dos gotas de agua y se sintió agradecido de
su elección. Alzó la mirada hacía las estrellas, extendió
la palma de sus manos y pensó: Gracias
Casilda, te los devolveré cuando me vaya.
De nuevo empezaba a llover con ganas. Tendría que entrar bajo ese pequeño cobertizo
a refugiarse, ya que hasta casa llegaría con la ropa empapada.
Apoyó su espalda contra la pared, cuando escampase un poco se iría calle arriba,
no estaba la noche para muchos paseos.
El señor Anselmo con su señora, ya se iban a
dormir un rato; el ganado no entiende de
velorios y como cada día temprano tenían que ordeñar para abastecer de leche a
la clientela. Todos fueron saliendo
poco a poco, Juan se encontraba cómodo allí refugiado y se le habían pasado las
prisas por marchar.
Dentro ya, solo quedaban cuatro contados, los dos hermanos y una tía de
ellos (hermana de su madre) junto a su marido y su hijo. Entonces volvió a entrar Juan.
Forastero.-
váyanse ustedes a dormir tranquilos, que ya me quedo yo acompañando a estos dos
Artemisa.-
¿no te molesta si nos vamos a dormir?
Paco.-
no, no, podéis iros, aquí ya nada hacemos
Andrés.-
bueno pues a primera hora estamos aquí.
Quedaron solos, cada uno cogió un
sillón, los que parecían un poco más cómodos y se sentaron flanqueando el
ataúd. Sin hablar, con los antebrazos cruzados sobre
las piernas, a Paco se le empezaron a cerrar los ojos y su cabeza fue bajando
hasta que su barbilla quedó casi tentando su pecho. Juan se levantó con cuidado
le puso la chaqueta que había colgada en el respaldo de la silla por encima,
para que no se quedase helado.
Puso sus dedos en la frente del difunto y un escalofrió recorrió toda su
espalda. Cuanto sufrimiento para alargar una agonía sin solución, ahora ya
descansaba sin dolor pero tenía una cosa pendiente que ese forastero podía
ayudarle a cumplir.
Juan fue almacenando toda aquella energía en sus manos. Notaba
como sus muñecas cada vez eran más pesadas y el frio le engarrotaba hasta los
codos.
-Miró a
Paco, seguía dormido profundamente-.
Forastero.-
Amigo, no permitas que tu hermano despierte de su sueño hasta que yo vuelva
(pidió Juan al difunto)
Aún llovía, pero daba igual. A la
carrera se dirigió al bar, la puerta no estaba cerrada con llave. Entró a la cocina y tras un pequeño pasillo
accedió a la habitación donde estaba acostado el señor Cosme. En la
penumbra, con la poca claridad que entraba de la luz de la cocina, pudo darse
cuenta que tenía los ojos abiertos, como si esperase ansioso su llegada.
Se sentó en la cama y puso sus
dedos en la frente del anciano; sus ojos se cerraron y su cuerpo pareció
levitar en una calma jamás vivida en tantos años de existencia. Los
codos de Juan volvían a coger temperatura y sus muñecas y manos dejaban de pesar. Retiró sus manos; Cosme se había quedado
dormido con una respiración suave y acompasada.
Se levantó despacito, dio varios pasos hasta la puerta y antes de salir
se volvió para retener en su mirada aquella imagen tan placentera.
Cosme.-
Forastero (una voz con apenas fuerzas para salir de la garganta) Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario