Introducción
(B)
El
forastero queda solo tras aquella puerta. La casa
de Faustino no estaba mal, un poco
abandonada pero tampoco estaba en su mente el pasar allí mucho tiempo.
El alcalde le había hablado de otras dos, estas
más en el centro del pueblo, mejores, pero él escogió esta por estar a las
afueras, donde nadie le molestaría o eso pensaba él.
Esa tarde solo unos chiquillos merodearon
por los alrededores (seguro enviados por sus madres). En la
cuadra había bastante leña seca. Encendió
la chimenea y abrió de par en par todas las puertas de la casa para intentar
templar aquellas habitaciones gélidas, cuyas paredes parecían querer venírsele
encima.
Por suerte en el armario, encontró unos
juegos de sábanas y unas mantas de mucho peso y poco abrigo, junto a unas
camisetas de felpa que usaría esa noche para dormir.
Sin
ningún otro equipaje, dejó bien doblada su ropa sobre la silla para que al día
siguiente no estuviese muy arrugada.
--Rompiendo el alba, alguien golpeó la
puerta con insistencia--
Anselmo.-
forastero, ¿quieres leche? Está recién ordeñada
Forastero.-
voy, voy, -gritó desde la habitación-
Anselmo.-
vamos que no tengo todo el día.
Con
una manta envuelta de cintura hacia abajo abrió la puerta aún medio dormido.
Anselmo.-
estos de la capital ¿y dónde te pongo la leche? ¿En las manos? Ande usted, vaya a por una cazuela, pero rapidito.
Entró
a la cocina, cogió la primera cazuela que pilló y la limpió como pudo con una
punta de la manta. Bueno, al ponerla al fuego ya moriría todo lo
que pudiera ser poco higiénico.
-Anselmo le puso una medida de leche-
Forastero.-
¿qué le debo?
Anselmo.-
nada que tengo prisa, mañana ya le cobro, pero a ver si no me hace esperar
tanto que se me enfada la parroquia
Forastero.-
mejor déjeme a mí para el último
Anselmo.-
sí, eso haré, porque habiendo casas en el pueblo, solo se le ocurre a usted venir
a vivir en el quinto coño
Forastero.-
perdone no era mí intención
--Anselmo
se fue moviendo la cabeza y balbuceando palabras calle abajo--
Menos mal que la casa empezaba a coger temperatura; los
pinganillos colgaban de las tejas como si esa noche hubiera sido más larga de
la cuenta.
Puso
la cazuela sobre el rescoldo de la lumbre y se sentó al lado envuelto en la
manta, para controlar no se derramase toda la leche al hervir.
Por
un momento cerró los ojos y juntó sus manos para recopilar información de lo
vivido por su antepasado; aún no se había aco_ modado aquella envoltura
tan débil.
Pasado un rato, quitó una tela pastosa que
flotaba en la cazuela y la echó por la ventana al patio. Poco tardaron en aparecer unos gatos atrevidos
que dieron buena cuenta de ella.
Tras desayunar aquel líquido blanco se vistió
de nuevo, memorizo todo aquello que
necesitaría para su supervivencia y se encaminó a la tienda.
No
había andado más de quince metros cuando una señora se asomó a la puerta al oír
sus pasos.
Florentina.-
Buenos días ¿no irá otra vez al ayuntamiento?
Forastero.-
no señora, voy a la tienda
Florentina.-
su cara me resulta conocida
Forastero.-
no sé, hasta luego señora
Y siguió su camino sin dar más señales. No tardaría mucho en encontrar esperando a
otra señora en otra puerta, más adelante otra y así hasta que llegó a su
destino, preguntas distintas sin respuesta por su parte.
En el interior de la tienda, ya esperaba la
comitiva, se enfrentaba a las miradas, examen exhaustivo de un jurado, por lo que antes de entrar se
paró un poco para respirar hondo y pensar como llevar lo mejor posible la
situación.
Carmen.-
se ha parado
Andrea.-
lo mismo, si ve tanta gente no entra
Florentina.-
se parece a la tía Casilda, tiene sus mismos ojos
Francisca.-
el traje es igualito al de mi difunto padre, si no fuera por lo que es, diría
que es el mismo
Carmen.-
nunca olvidare aquella forma que tenía tu madre de recoser los botones en forma
de aspa.
Andrea.-
que viene, que viene.
Tras decir un escueto buenos días,
volvió a echar un vistazo.
Forastero.-
me pone usted, tres botes de esto, unos cuantos de esto, un saco de esto, siete
u ocho botellas de esto…
Andrea.-pare,
pare. Me parece que a usted, esto de comprar no se le da bien
---Él volvió la cabeza y vio a todas
con cara de asombro---
Andrea.-
mire, mejor llévese lo que vaya a consumir en el día, aquí siempre estamos
abiertos. Junto al ayuntamiento está la
pana_ dería. La señora Mercedes vende huevos y el bar está
aquí a la vuelta de la esquina. Luego
los jueves, vienen los ambulantes a la plaza, por si quiere algo de ropa; aunque
si me lo encarga a mí, voy todos los lunes a la capital y yo se la traigo
gustosa.
-Se le veía desorientado, era el
momento perfecto-
Rufina.-
caballero y ¿quién era su familiar que vivía aquí?
Forastero.-
no sé si lo conocerían, hace ya muchos años
Mercedes.-
aquí nos conocemos todos
Rufina.-
pero, ¿Dónde vivía?
Forastero.-
no estoy seguro, no lo recuerdo bien
Carmen.-
pues vaya, bueno usted siga haciendo memoria y nos va informando
Forastero.-
perdón señora que me he despistado, entonces un par de estas sardinas, unas
piezas de fruta y un bote de esto.
Andrea.-
¿trae donde llevarlo?
Forastero.-
no
Andrea.-
bueno le dejo esta bolsa de tela, pero es de vuelta
Forastero.-
¿qué le debo?
Andrea.-
veintitrés pesetas
Forastero.-
aquí tiene y muchas gracias
Andrea.-
y que no se le olvide ir a por el pan.
Forastero.-
no, no, voy ahora mismo
Todo
esto era un descontrol, primero iría a por el pan y luego volvería a casa,
pondría más leña en la lumbre y al calor repasaría todo para no volver a
ponerse en evidencia.
2°capítulo, que intriga por seguir leyendo.
ResponderEliminarVaya con las viejas del visillo, empieza a tomar forma. María Casas
ResponderEliminarIntrigante
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