En aquel lugar vivían tres
gatos: el abuelo Rafael, su esposa Lucrecia y su nieto Luisito, un gatito adolescente al que sus "padres" siempre le habían dado todos los caprichos.
Avatares de la vida hicieron que Luisito fuera a vivir a ese lugar donde
no había ni escuela, ni juegos, ni tan siquiera una cama blanda sobre la que
descansar.
Siempre estaba enfadado con todo; ¿cómo podía hacer Rafael, para que al
menos se sintiese feliz?
Con cartones y telas que iba encontrando, hizo el colchón más mullido que
nadie puede imaginar; era para su nieto, lo más importante que había en su
vida, aunque ellos durmiesen en el frío suelo.
Aún así, no quería acercarse a él. Luisito repudiaba a Rafael y por más
que este se acercaba a acariciarlo, Luisito huía hasta de su vista.
Amaneció un nuevo día y el abuelo pensó en llevarlo con él, para ver si así en el camino se decidía al menos a
dirigirle la palabra.
.- vamos Luisito, hoy te llevaré a un sitio y por el camino iremos
jugando, ya verás
.- yo no quiero ir a ningún
sitio contigo, hueles mal
Rafael, agachó la cabeza y se marchó hasta aquel basurero en el que cada
día rebuscaba para llevar a casa algo que llevarse a la boca.
Cada día volvía a la azotea del tejado camino adelante con una sonrisa,
pues había encontrado espinas frescas con bastante pescado que degustar. Cuando
llegaba su rostro se entristecía. Luisito en su gran y mullida cama se hacía el
dormido para ni tan siquiera mirarlo.
Dos pasos cortos como intento de acercarse a darle un beso de buenas
noches, pero…. No, mejor no, huelo mal.
Se daba la vuelta y sin cenar se marchaba a un rincón, para desde allí
ver como Luisito con la abuela devoraban relamiéndose las espinas del pescado.
De una tela de rayas,
Lucrecia, le había hecho una pajarita para adornar su cuello. De eso si se sentía orgulloso, su abuela era
la mejor y no olía mal. Sentados los dos, la abuela se vanagloriaba ante las
vecinas de lo guapo que estaba su nieto y Luisito mostraba su prepotencia
acariciando con sus dedos la pajarita.
Un día el abuelo Rafael se encontró una bolsa adornada con florecillas de
colores. Algo que algún humano había tirado.
Al abrirla, de ella salió un olor extraño, pero muy agradable. Dentro un gran cacho de jabón.
Esperó a que anocheciera. En la oscuridad recorrió paso a paso, calle
tras calle, hasta un sitio que él
recordaba haber visto hacía tiempo.
La plaza estaba oscura y desierta,
miró a un lado y a otro que nadie observaba.
Si alguien lo viese sería la deshonra y se reiría de él de todo el
vecindario.
En el centro de la plaza, una gran fuente.
Primero metió la patita; Bufff, estaba helada y los gatos no son muy
amigos del agua.
--Vamos Rafael, se dijo a sí mismo, un esfuerzo más, sin miedo--.
No lo pensó dos veces, se metió
de golpe al pilón y se frotó bien el cuerpo con el jabón. Después de aclararse,
salió de allí muertito de frío y caminando bajo la luna de dirigió a su tejado.
Cuando llegó ya estaban los
dos dormidos; se acercó a Luisito y le dio un beso de buenas noches. Este
despertó diciendo:
.- que bien hueles abuela
.- no mi gatito, soy yo tu
abuelo que he hecho lo que nunca pensé en hacer y ha sido solo por ti.
.- abuelo, cuéntamelo, que has hecho
Rafael le narró lo acaecido esa noche en esa plaza de la fuente central,
cosa que haría día tras día después de rebuscar espinas en el basurero, para
así al llegar a casa poder abrazar a su nieto.
Y ahora os resumiré en un momento en idioma gatuno, su conversación, para
puedan entender los más pequeños de la casa.
.- miau, miau.
.- miau, miau. miau.
.- miauuuuuuu.
Qué simpático abuelo gato. Los niños pueden disfrutarlo...y los datos también.
ResponderEliminarCosas que pasan..
EliminarQue dulzura de familia gatuna !! Mi nieto dice que tengo olor a abuela jaja. Y que le gusta cuando le abrazo !!
ResponderEliminarMuy bien.
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