Tiempo recluida estuvo, estudiando junto a
sus maestros la historia de siglos pasados,
tiempo de soledades en el
claustro cediendo energía a los
escogidos al fracaso.
La
humanidad se había deshumanizado; la
puerta del reino de la luz permanecía
cerrada tras lunas y lunas de primavera sin ningún merecedor a cruzarla.
Los que deambulaban por
las tinieblas, convertidos eran en piedra y devueltos de nuevo al desolado sitio de donde procedían para ser erosionados por viento seco y esparcidos como granos de arena en el gran
desierto del fuego.
Años y años de misiones
infructuosas, viajes y viajes repetidos una y mil veces con el mismo resultado.
Alas desgastadas por
la impotencia y la frustración de volver siempre sin resultados.
Solo una esperanza: ALYNKA.
El
último ángel que pisaría la alfombra dorada de salida del cortejo celestial.
Las puertas del claustro se abrieron, la
alfombra se desplazó rodando, extendiéndose desde el interior hasta el
infinito, siendo flanqueada por todos los maestros y ángeles. Alynka la fue recorriendo confiada en su
capacidad, pero ajena a su destino.
Los maestros le
mostraron aquello que desconocía, la visión del paso del tiempo la aterrorizó.
Ella era la última elegida, solo ella podía
intentar cambiar todo, antes de que todas las alas, incluidas las suyas se
desvanecieran en el caos.
Necesitaba ayuda, pero el resto de texturas estaban desquebrajadas y
no aguantarían un nuevo viaje.
La alfombra dorada, podría ser una aliada.
Imposible, también estaba roída
por la falta de luz.
Si
al menos, tuviese la compañía de Alhaba; las alas de Alynka eran fuertes y
aguantarían con los dos, pero una vez se cruzaba la puerta no había marcha
atrás, la luz engullía la luz y en el reino quedaba.
Debía ir ella sola e intentar que antes de
cumplirse cien lunas de primavera desde la última vez que se abrió, alguien
fuera digno y tuviera el privilegio de entrar, si no quedaría cerrada para
siempre.
Todas las enseñanzas no servían para nada,
mejor habría sido olvidarse de estudiar el pasado y haber conocido mejor el
presente.
Alynka giró varias veces sobre
sí misma, vio las tinieblas invadiendo la totalidad del universo. Cómo todo se derrumbaba en el interior
del claustro y en la alfombra dorada,
los jirones se convertían en lenguas de fuego.
Los
maestros perdían la cordura y el resto de ángeles se difuminaban convertidos en
nebulosas polvorientas.
Estaba obligada a afrontar su
primera y tal vez última misión.
Debía
soltar su ira contra todo aquello; principios obsoletos de normas rígidas que
pretendían dar forma a figuras abstractas.
Paleta de colores que de tanto preservarlos se
habían convertido en una gama de grises con una clara inclinación al negro y
esa decisión de poner todo en sus manos sin que nadie le hubiese consultado.
El firmamento tembló cuando
Alynka lanzándose al vacío gritó:
¡NOOOOOOOO…!
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