lunes, 22 de agosto de 2022

El Ocaso -Introducción-

 


 

                 Tiempo recluida estuvo, estudiando junto a sus maestros la historia de siglos pasados,  tiempo de soledades  en el claustro cediendo  energía a los escogidos al fracaso.

 

           La humanidad se había deshumanizado;  la puerta del  reino de la luz permanecía cerrada tras lunas y lunas de primavera sin ningún merecedor a cruzarla.    

         Los que deambulaban por las tinieblas, convertidos eran en piedra y devueltos de nuevo  al desolado sitio de donde procedían  para ser erosionados por  viento seco  y esparcidos como granos de arena en el gran desierto del  fuego.

 

         Años y años de misiones infructuosas, viajes y viajes repetidos una y mil veces con el mismo resultado.

            Alas desgastadas por la impotencia y la frustración de volver siempre sin resultados.

            Solo una esperanza:    ALYNKA.

   El último ángel que pisaría la alfombra dorada de salida del cortejo celestial.  

          Las puertas del claustro se abrieron, la alfombra se desplazó rodando, extendiéndose desde el interior hasta el infinito, siendo flanqueada por todos los maestros y ángeles.              Alynka la fue recorriendo confiada en su capacidad, pero ajena a su destino.

 

          Los maestros le mostraron aquello que desconocía, la visión del paso del tiempo la aterrorizó.

             Ella era la última elegida, solo ella podía intentar cambiar todo, antes de que todas las alas, incluidas las suyas se desvanecieran en el caos.

  Necesitaba ayuda, pero  el resto de texturas estaban desquebrajadas y no aguantarían un nuevo viaje.

       La alfombra dorada, podría ser una aliada.

 Imposible, también estaba roída por la falta de luz.

       Si al menos, tuviese la compañía de Alhaba; las alas de Alynka eran fuertes y aguantarían con los dos, pero una vez se cruzaba la puerta no había marcha atrás, la luz engullía la luz y en el reino quedaba.

           Debía ir ella sola e intentar que antes de cumplirse cien lunas de primavera desde la última vez que se abrió, alguien fuera digno y tuviera el privilegio de entrar, si no quedaría cerrada para siempre.

 

                        Todas las enseñanzas no servían para nada, mejor habría sido olvidarse de estudiar el pasado y haber conocido mejor el presente.

 

  Alynka giró varias veces sobre sí misma, vio las tinieblas invadiendo la totalidad del universo.           Cómo todo se derrumbaba en el interior del  claustro y en la alfombra dorada, los jirones se convertían en lenguas de fuego.

      Los maestros perdían la cordura y el resto de ángeles se difuminaban convertidos en nebulosas polvorientas.

  Estaba obligada a afrontar su primera y tal vez última misión. 

 

              Debía soltar su ira contra todo aquello; principios obsoletos de normas rígidas que pretendían dar forma a figuras abstractas.

                   Paleta de colores que de tanto preservarlos se habían convertido en una gama de grises con una clara inclinación al negro y esa decisión de poner todo en sus manos sin que nadie le hubiese consultado.

 

     El firmamento tembló cuando Alynka lanzándose al vacío gritó:     

                        ¡NOOOOOOOO…!

   

 


 

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