Eran las siete de la tarde y Rubén ya estaba
impaciente en su despacho dando vueltas de la mesa a la ventana, esterando oír
los golpecitos la puerta.
--De pronto: toc, toc. Rubén
corrió a abrir –
.- perdone señor Rubén, que ha dicho don
Alejandro, que a las ocho y media los espera en el garaje y van en su coche,
que después el chofer los lleva donde deseen.
Rubén.-muy bien, está a punto de
llegar preguntando por mí una señora de ojos verdes, cuando llegue por favor la
acompaña hasta aquí yo estaré esperando
.- estoy deseando
conocerla, debe ser muy especial, se le ve a usted tan feliz
Rubén.- oye, ni una palabra
.- no se preocupe
Rubén.- pues lo dicho
Los ocho menos diez, ya todos se habían ido a
casa, solo quedaba la recepcionista esperando la llegada de la doctora para
apagar las luces y cerrar.
Las
puertas de cristal se abrieron hacia los lados, y apareció ella, sus pies
andando rectos sobre aquellos zapatos de tacón; preciosa, radiante con su vestido de flores,
sus luminosos ojos y aquella flor trenzada en su pelo. Una mujer de película.
No era de extrañar que
Rubén tuviese el corazón embelesado, además parecía buena persona, simpática y
de trato afable.
Milagros.- buenas tardes señorita,
¿me podría indicar el despacho de Rubén?
.- si señora, el señor
Rubén la está esperando
Milagros.- ¿el señor Rubén? ¿Desde
cuándo? Hazme caso, cuando estéis solos, tú, Rubén a
secas
.- pero señora, yo.
Milagros.- verás, prueba, yo soy la
doctora Méndez, pero Milagros para los amigos
--se cargó de valor y abrió la puerta sin llamar—
.- Rubén, que está aquí la doctora Méndez, bueno
Milagros
Rubén.- anda, pasar
.- lo siento hasta mañana
Rubén.- No hasta mañana no, pasa
tú también
Milagros.- ves, Rubén no se come a nadie
Rubén.- cierra la puerta y
siéntate, por cierto, ya es hora que sepa tu nombre
.-Yo me llamo Claudia
Milagros.- ¿y no te da vergüenza? No
saber su nombre, desde luego…
Rubén.- hemos quedado en el
garaje a las ocho y media, o sea que nos da tiempo a un café o una copa.
Milagros.- ¿Qué hay?
Claudia.- hay de todo un poco, en
este mini bar.
Cambiamos las existencias cada
semana, aun que no sé para qué, El señor Rubén solo utiliza la cafetera.
Milagros.- entonces me tomaré un
poco de Martini con hielo y unas gotitas de ginebra
Claudia.- yo se lo preparo
Rubén.- pues yo me haré un
capuchino; ¿y la señorita Claudia que
quiere?
Milagros.- como sigáis hablando como
empleada y jefe, me voy. Coño, que no
se puede tomar una, ni una copa sin tonterías
Claudia.- perdón Milagros; Rubén, pues si me hicieras a mí un capuchino.
Rubén.- marchando un capuchino
especial.
--El despacho nunca había
tenido tanta vida, pareciera que entrase hasta más luz natural por la ventana---
Claudia.- las ocho y veinticinco ya
deberían bajar hasta el garaje y muchas gracias por este rato
Rubén.- lo siento, tenías que
llevar fuera del trabajo ya media hora
Milagros.- pero esto no ha sido
trabajo, solo una charla entre nosotros.
Milagros y Rubén bajaron
por la rampa, mientras Claudia apagaba luces, cerraba las puertas y activaba
los sistemas de seguridad.
Milagros.- vaya cochazo
Rubén.- es el de don Alejandro,
el pobre chofer se debe de aburrir, se pasa el día aquí sentado
--las puertas del
ascensor se abrieron---
Alejandro.- muy buenas tardes, usted
debe de ser la doctora Méndez
Rubén.- él es don Alejandro
Milagros.- encantada -- dándole un abrazo y dos besos en la
mejilla—
--En eso momento los ojos de
don Alejandro volvieron a brillar--
---el chofer
les abrió la puerta lateral--
Alejandro.- usted primero Doctora
Méndez
Una vez
acomodados en aquello que parecía una habitación de hotel, la limusina se puso
en marcha dirección a la mansión del señor.
Alejandro.- ¿le apetece tomar algo?
Milagros.- no, acabo de tomar
Alejandro.- a Rubén ni le pregunto,
ya se la contestación
--el trayecto transcurría en silencio--
Alejandro.- hacen ustedes muy buena
pareja
--los dos cruzaron
sus miradas sin decir nada---
La limusina paró frente a la puerta. Un
mayordomo abrió la gran puerta de hierro forjado. La
entrada era espectacular, parecía la entrada a un palacio.
Se dirigieron al comedor, grandioso,
nada que envidiar a la entrada. En el
centro del gran salón, una gran mesa y a su lado derecho tres cubiertos con una
separación de al menos metro y medio entre ellos.
Alejandro.- pueden ustedes sentarse,
mis cocineros han preparado los manjares que más les gustan.
En la silla del centro se sentó don
Alejandro, a su derecha la doctora y a su izquierda Rubén. Tras cada uno de ellos, un camarero para
servirle y asesorarles en todo los necesario.
--- Milagros rompió el silencio
y el protocolo que tanto le molestaba---
Milagros.- permítame una pregunta ¿esto qué es? ¿una reunión de trabajo o una
cena informal?
Alejandro.- se puede considerar una
cena familiar
Milagros.- pues mire, yo cuando ceno
con la familia dejo aparte las gilipolleces.
Mejor en una mesa pequeña y
redonda, donde todos nos podemos ver las caras de frente y charlar sobre lo que
queramos.
Los tratamientos sobran, el respeto y la
educación se demuestra de muchas otras maneras.
Así que yo soy Milagros,
doctora Méndez se quedó en el hospital
Rubén.- pues a mí me parece bien
¿y a usted?
Alejandro.- está bien, hablemos con
confianza
Alejandro mandó poner los cubiertos en una
mesa redonda que adornaba un rincón con un bonito jarrón de flores.
Alejandro.- ¿te parece bien aquí?
Milagros.- sí, te das cuenta, este
sitio es más acogedor
Rubén.- perdónela, ella es así
Alejandro.- no hay nada que perdonar,
ya tenía yo ganas de estar un día a gusto, en familia y si es en casa mejor
Milagros.- bueno ¿nos sentamos?
Al momento Milagros se volvió a levantar
para acercarse a un aparador donde había unas fotos, cogió dos de ellas y las
llevó a la mesa.
Milagros.- Y estos ¿Quiénes son?
Alejandro.- mira, estos tres: mi
mujer, mi hija y yo.
Mi mujer murió hace ya años y al poco tiempo mi hija se fue de casa,
nunca quiso saber nada de mi vida.
Milagros.- ¿pero tendrá contacto con
ella?
Alejandro.- sí por lo menos se que está
bien
Rubén.- no incomodes con
recuerdos que duelen
Alejandro.- no te preocupes, hace
mucho que no hablo de ello y a veces hay que hablar las cosas
Milagros.- ¿y estos?
Alejandro.- pues mira que cosa más
curiosa Milagros, este es Rubén cuando tenía dos años y esta su madre
Milagros.- que bonico que era, oye y
tu madre es muy guapa
Rubén.- sí que era guapísima, mis
padres murieron hace tiempo en un accidente de tráfico y don Alejandro me recogió como a un hijo.
Milagros.- lo siento, nunca me lo
habías contado
Alejandro.- esta vida está llena de
secretos pero hoy te voy a contar alguno
-- Los camareros empezaron a
servir la cena—
Alejandro.- dejad todo ahí en esa
mesa que nosotros nos servimos lo que nos apetezca
.- Pero señor
Alejandro.- que dejéis el vino, la
comida y todos a la cocina. Si
necesitamos algo ya llamaremos
Don Alejandro se puso a contar la historia
de su familia; la comida seguía sin servir la cena había pasado a un segundo
plano.
Alejandro.- yo era muy joven, a punto de entrar en la universidad, Ernestina
la madre de Rubén, trabajaba en casa de mis padres como cocinera; tenía una mano
para la cocina insuperable, para mis hermanos pequeños era como una segunda
madre.
Quedó embarazada y pensó que por aquello mis
padres la despedirían, pero todo lo contrario en mi casa nació y se crio este
pequeño, ella jamás quiso desvelar el nombre del padre, pero no hacía falta,
este mocoso allí tenía una familia numerosa a su lado.
Cuando estaba a punto de
cumplir los tres años, su madre encontró un buen hombre y se casaron.
Entonces los tres se
fueron a vivir a otra ciudad.
Siempre estuvimos en contacto
con ellos aunque nos viésemos muy poquito por la distancia.
Yo me casé, tuve una hija y nuestras vidas poco a poco se fueron
separando.
Cuando mi hija tenía doce
años, mi mujer enfermó de cáncer, dos años me duró por más que la llevé a los
mejores centros del mundo. Sé que la
culpa fue mía.
A mi hija la desatendí del todo
para viajar con su madre de hospital en hospital buscando una solución.
Cuando murió ya era tarde; volví a casa y tan
solo me encontré con una nota sobre la mesa, se había ido para siempre.
Al
poco tiempo volví a ver a Ernestina, a su marido y a Rubén. Aquel señor fue el mejor padre que este chico
pudo tener. Ernestina en un momento que
estuvimos a solas me hizo prometerle dos cosas: una que si pasaba algo cuidaría de Rubén como
si fuera mi hijo y la otra… Bueno, ahora
aún no es el momento de desvelarla.
Aquello pareció ser una
premonición, a los seis meses, el coche se salía de la carretera en una curva
con hielo y se precipitaba por un barranco, ellos dos murieron en el acto,
Rubén entró en el hospital en coma y con el paso del tiempo se recuperó y yo me
hice cargo de él, de que estudiase, como su madre hubiese querido.
Y ahora a cenar, que yo ya
tengo hambre.
---La cena está buenísima---
Milagros.- ¿y cómo sabías que me
encantaban las alcachofas rebozadas?
Alejandro.- mi empresa está llena de ojos y oídos
Milagros.- algo me ha contado, pero poco
Alejandro.- así que eres doctora,
pues me vendría bien contratar una ahora que Rubén está dando una vuelta a todo
Milagros.- mejor cojan las copas y
brindemos
Rubén.- me parece bien un
brindis; por nosotros
Alejandro.- y por esta nueva amistad
Milagros.- en la amistad hay que ser
claros. Alejandro, yo voy a intentar que usted cada
día en locales tenga menos clientes y tú deberías de intentar que a mí me
pasase igual, si me sentase frente a frente con esas chicas, llenaría la quinta
planta y tendría que ampliar.
Alejandro.- Sabrás que esta cabeza
loca de Rubén, está intentando mejorar mucho sus condiciones
Milagros.- y tú sabrás que hay daños
irreversibles
Rubén.- por lo menos ahora están
algo mejor, aunque yo se que nunca lograré que todo sea como yo quisiera.
Alejandro.- si no soy yo, será otro,
esto desde luego no es una disculpa, me reconforta que con Rubén de mano
derecha, estén en las mejores condiciones y en el mejor sitio, perdón, en el menos malo.
Milagros.- ainsss, este mundo no tiene remedio
No hay comentarios:
Publicar un comentario