Se aproximaba el alta quirúrgica del chaval.
María estaba en un tira y afloja de
sensaciones.
Claro
que se alegraba, pero lo dejaría de ver y luego la duda: ¿Cuándo y en qué lugar se volverían a
encontrar? ¿Y si antes de verlo se enamoraba de otra?
Rubén.- ¿pero de que tienes
miedo?
María.- de todo Rubén, de todo
Rubén.- seguro que viene a
visitarte
María.- no, los que hemos estado en la quinta planta
somos gente rara y nadie quiere volver a vernos
Rubén.- pero tú estás ingresada
en la cuarta y además ya te queda poco
María.- pero él sabe porque me
ingresaron y no querrá cargar con una loca
Rubén.- me parece que te estás
ganando dos bofetadas. ¿No confías en mí? Tú lo viste, que más prueba quieres
que esa. Viste que estaría aquí y aquí estaba, igual te
viste paseando con el de la mano junto al río y así será.
María.- ya, ya, pero entiéndelo
Rubén.- y yo vengo siempre a
verte. Hay que reconocer que soy más
guapo que él
María.- si hombre, porque tú lo
digas
Rubén.- muy bien, ten amigas para
esto
María.- feo no eres, pero es que
él… tiene una carita
Rubén.- que feliz se te ve, eso es el amor, que es ciego
María.- pues bien guapo que es
Rubén.- bueno me voy que es hora
--un beso en la frente y...
Rubén.- pero dile que se depile
un poco el entrecejo
María.- ¡marcha! Que eres más
tonto
Cuando llegó al
despacho, dentro estaba Claudia organizando todo aquello que parecía un
desastre:
Papeles por encima de la mesa,
el mini bar abierto y todas las bebidas calientes, el recipiente de aluminio donde
se depositaban las capsulas de café vacías, lleno hasta el borde.
Rubén.- cómo tu aquí dentro
Claudia.- le pasa algo raro, esto
no es normal
Rubén.- no, no me pasa nada
Claudia.- a este despacho las
chicas de limpieza siempre entraban solo por cumplir, nunca había nada que
hacer y en dos días esto parece una leonera
Rubén.- un par de días que he
estado muy ajetreado
Claudia.- se que hace tiempo dio órdenes
de que nadie entrase a su despacho ni a limpiar, pero me lo dice a mí y yo de
vez en cuando le pego un repaso
Rubén.- tú no tienes que limpiar
--Se acercó a él, lo abrazo con cariño y le
susurró:
Claudia.- y tú no tienes por qué
ser tan introvertido
Rubén.- gracias pero estoy
comprometido
--Lo separó de sus brazos de un empujón--
Claudia.- ¡Y yo! Y con dos niños
Rubén.- perdona no quise decir
eso
Claudia.- señor Rubén. Bueno, Rubén, que ya lo sé.
Por cierto me había olvidado, don Alejandro
tiene compañía
Rubén.- ¿la señora del casco?
Claudia.- pues no listo, la doctora
Méndez, pero tengo ordenes de que nadie los moleste, así que a colocar esto. Lo quiero ver como una patena antes de
que baje ella y tengamos folclore
Terminaron de ordenar y
limpiar todo y se sentaron a tomar un capuchino con la puerta abierta de par en
par. Así controlaba y si alguien llegaba a recepción
ella saldría enseguida.
Estaban charlando de la familia. Claudia le
mostraba fotos de sus hijos jugando en el parque donde el padre los llevaba por
las tardes después de clase hasta que ella se reunía con ellos.
De repente apareció don
Alejandro con la doctora. Claudia
se levantó rápidamente.
Claudia.- buenas tardes don
Alejandro, ya me iba.
¿Cómo usted por aquí?
Alejandro.- me ha invitado a venir la
doctora Méndez
¿Y a usted?
Rubén.- ella me ha ayudado a
colocar los papeles y la he invitado yo a un capuchino
Milagros.- pues ya estás preparando
otros dos y tú no te vayas; dejar un café
de los que hace Rubén a medias es un pecado
--Claudia se quedó mirando a don Alejandro
paralizada junto a la puerta—
Alejandro.- ¿está sorda? Que se siente donde estaba sentada, que hay
sillas de sobra para todos
Claudia.- muchas gracias don
Alejandro, lo termino y me voy
Rubén.- te vas a ir ahora mismo
Claudia.- pero… Si me ha dicho don Alejandro que me siente
¿a quién le hago caso?
Rubén.- vas a ir, pero a cerrar y así no molesta nadie, que ya
no son horas
Milagros.- a veces hablas de unas
maneras que asustas a cualquiera
---- Claudia volvió a mirar a don Alejandro---
Alejandro.- vamos, a que estás
esperando para cerrar
Se sentaron los cuatro, Claudia
mantenía el usted cada vez que hablaba como forma de respeto a sus jefes.
Alejandro.- y esas fotos ¿que son, de
tus niños?
Claudia.- sí señor, pasa el tiempo.
Hace nada que no levantaban un palmo del suelo
y ahora ya en la escuela
Alejandro.- pero si son iguales
Claudia.- son gemelos
Alejandro.- son preciosos, por cierto
a ver cuando nos animamos —mirando a
Milagros--
Rubén.- deje, deje
Milagros.- eso es cosa para jóvenes
a mi ya se me pasó el arroz
--Alejandro bajó la cabeza murmurando--
Alejandro.- que pena que nadie herede
esos ojos.
Milagros.- a que sí, a que el
capuchino que hace Rubén está excelente –desviando el tema--
Claudia.- lo hace muy bien
-dando tiempo a que don Alejandro se secase los ojos-
Alejandro.- que callado te lo tenías
y yo en mi despacho tomando café de máquina
Rubén.- si este es de máquina no
me ha visto hacerlo
Alejandro.- Claudia, mañana quiero en
mi despacho una cafetera como esta y capsulas de capuchino de estas
Claudia.- perdóneme usted, pero la
cafetera es la misma y las capsulas también
Alejandro.- ¿quiere decir que yo no
sé hacerlo?
Claudia.- no, no,
Milagros.- sí, sí, para esto Rubén
tiene un punto especial
Rubén.- tú no te preocupes
Claudia, que mi despacho te queda más cerca que a él y no lo mires con miedo
que aunque sea el jefazo, no es tan fiero como lo pintan.
Alejandro.- el día que yo me enfade,
va a temblar todo el edificio
Milagros.- uuuuh, que miedo
Alejandro.- ves Rubén, si es que es
una joya, ya la puedes cuidar bien, de estas mujeres ya no quedan.
Es bella por dentro mucho más
que por fuera
Claudia.- y mire usted, que por
fuera es bellísima
Milagros.- bueno, vale de tonterías.
Tira al parque que te estarán esperando tu marido y tus hijos. Don Alejandro vamos, que tiene que estar el
chofer harto de esperar y tú cambia esa cara de bobo y vamos a dar un paseo que
nos dé un poco el aire.
--Los días pasaban sin
demasiados sobresaltos--.
Alejandro
cada tarde desahogaba sus frustraciones con milagros y empezaba a ver la vida
como algo que merecía la pena vivir sin tanta carga a sus espaldas.
Iba pasando el tiempo. Esa
tarde tras el capuchino en el despacho de Rubén (que ya se había convertido en
una costumbre) iban a ver un pequeño piso, alquilaban habitaciones con derecho
a cocina. El alta de Cristina era
inminente y en breve se incorporaría a trabajar en el servicio de limpieza de
una residencia de ancianos.
Después irían al hospital a ver
qué tal estaba María de su mal de amores.
Por la mañana habían dado el alta
hospitalaria al chaval y tenían que ir a darle ánimos.
Rubén.- ¿Cómo vas?
María.- triste y aburrida
Milagros.- oye, ese ánimo muy
arriba, ya ves, ¿tú me imaginabas a mí, al lado de este?
María.- pero en qué quedamos, sois
novios o no
Milagros.- ¡que no somos novios!
Rubén.- o sí, depende de cómo se
mire
María.- o sea que sí
Milagros.- es que tú eres tonto, ¿desde
cuándo somos novios?
Rubén.- a mi no me digas nada,
esto es cosa de María
Milagros.- bueno, vamos a dejarnos
de tonterías y a lo que veníamos ¿cómo estás?
María.- que sí, que estoy bien,
que no pienso dejar de comer por nada del mundo
Milagros.- Rubén dale eso
---Sacó un papel del
bolsillo---
Rubén.- esto no lo puede saber
nadie o meterás a la doctora en un lío.
En este papel está apuntada la
dirección de tu amado y al colegio al que va. Así te será más fácil cruzarte con él, claro
sin querer, de casualidad
María.- que ilusión. Yo me cruzaré con él despistada, mirado
a otro lado y cuando gire la cara, mis
pequeños labios estarán frente a los suyos y entonces sin querer nos besaremos
Milagros.- baja de la nube que
estamos aquí y esas cosas mejor en la intimidad
Rubén.- bueno ahora te toca a ti
Milagros.- vístete que nos vamos a
cenar los tres
María.- pero cómo
Rubén.- yo creo que con un
pantalón, una camiseta y unos zapatos vas bien
---- Milagros saco unos papeles del bolso---
María.- pero que es eso
Milagros.- esto es que estás dada de
alta y después de cenar te llevaremos a casa
Rubén.- tus padres ya lo saben,
están súper contentos y nos han dado permiso para llevarte a cenar y a un sitio
después.
Fueron a cenar a un sitio informal, a una
hamburguesería de esas que le gustan a la juventud.
Después al bar donde cada noche tomaban el
café (para ella a esas horas mejor descafeinado) de pronto sonó un bolero, el
mismo de aquella noche.
Milagros.- vamos a qué esperas
Rubén.- ¿bailas María?
María.- pero aquí, que vergüenza
Milagros.- venga, tú solo déjate
llevar
Parecían padre e
hija en el baile de su primera comunión, vaya par de patos.
--Milagros se levantó de la mesa y se fue al
lado del pianista.
Milagros.- por favor pare y comience
de nuevo
---Paró la música y
sus pasos se pararon--
Milagros.- anda tira para la mesa
pato.
María ven que vamos a bailar
tú y yo
Rubén miraba
embelesado a sus dos niñas de pie, sin llegarse a sentar en la silla.
Se hacía tarde, era hora
de llevar a María a casa.
Sus padres ya esperaban
ansiosos en la puerta de casa cuando la dejaron en la acera.
De una carrera llegó a ellos
para abrazarlos.
María.- MILAGROS, RUBÉN. ¿Nos volveremos a ver?
Milagros.- el tiempo lo dirá, tú
solo vive, vive y vive
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